Cara y cruz, de Barullo & Farruquito

Farruquito & Barullo

Farruquito & Barullo

Texto: Silvia Cruz Lapeña
Fotos: DeFlamenco.com

Festival de flamencos y otras aves
Presentación de Cara y cruz, de Barullo
Farruquito & Faraona artistas invitados.

Cante: Miguel de la Tolea y Luís el Granaíno
Guitarras: El Perla  & Raúl Vicenti
Cajón: Piraña 
Invitados: Farruquito y La Faraona

Podéis llamarme Farruco

Un rato antes del estreno de Cara y cruz, se encendían las luces navideñas que adornan estos días las calles de Barcelona. Pero a la Sala Apolo le salió otro ornato: la cola que se formó para entrar a ver bailar a tres “farrucos” por el precio de uno. En la hilera se apiñaba muchísima gente joven, algo que alegró el ambiente porque no siempre sucede que en un evento flamenco la media de edad del público augure futuro. Los “farrucos” siempre generan expectación y esta vez había interés en ver la propuesta de Barullo tras haber ganado el pasado verano El Desplante del Festival de Cante de las Minas de La Unión.

La cosa empezó más de media hora tarde y con una pretensión innecesaria: la de explicar el espectáculo con las voces en off del bailaor y su madre, La Faraona, que vino a explicar quién era el chico. Y ese prólogo, además poco ensayado, no hacía falta. Porque en cuanto Barullo empezó a bailar, a la función le pasó como a las buenas novelas: que beben de otras más viejas pero se explican solitas. 

Barullo empezó sentado y con el torso desnudo, pero fue anudarse una camisa al ombligo, arrancar por bulerías y ni nombrar sus apellidos le habría hecho falta, pues cada uno de los elocuentes golpes que fabricó con sus caderas parecían decir con gusto y con esmero: “Podéis llamarme Farruco”. Y es que, salvando las diferencias de bagaje, edad y corpulencia, sus piernas y sus caderas, parecieron las de su abuelo. Hasta el sombrero lucía Barullo, hasta el bastón. 

Cara y cruz era el título del espectáculo, un título que quería hablar de tradición y de modernidad o eso explicaba el programa. Porque da la sensación de que Barullo tiene ganas de arriesgar más de lo que arriesga ahora. Se le nota en las maneras y en algunos inventos, como se vio en las siguiriyas. Las empezó con temple y con precisión, dosificando los arrebatos que el público más aplaude, como si quisiera mantener su marca de familia y al tiempo, ser individuo. Porque cuando parecía que todo iba a seguir el curso habitual, se arrancó la ropa y la tiró al aire como el que lanza una moneda para elegir su suerte, y mostró su cuerpo enmallado con leggins y camiseta para permitirse ser mitad bailaor, mitad bailarín. Ya vestido de negro tornasolado, marcó con tino cada punta y cada tacón, pero no en el suelo sino en el aire, como si indicara con ellos otros horizontes a los que aspira. Y ni tembló, ni se le quebró la raíz porque resultó flamenco hasta estando quieto.

Vestido aún de esa guisa, se sentó a descansar y por el fondo del escenario, salió su primo. Farruquito ejerció de perfecto reclamo, vestido de blanco y por alegrías y mostrando otra cara de la misma moneda que son los farrucos. Juan flotó por el escenario, mostró su momento de plenitud artística y dio una lección a los jóvenes al evidenciar con su apostura que sólo puede ser el mejor, el que mejor se coloca. Y a ponerse ante el público nadie le gana. Brilló porque es su sino, pero no quiso quitarle  protagonismo a Barullo, que miraba y jaleaba cada paso de su primo como un espectador enamorado. 

Barullo bailó por tangos y bulerías, se desquitó de aquella siguiriya que casi le juega una mala pasada en La Unión y la clavó en Barcelona, ciudad que lo acogió como a una estrella consagrada. Barullo tiene 24 años y cosas por aprender y otras por encontrar En su estreno bailó bien, muy bien, aunque a Cara y cruz le faltó una dirección artística más consistente, una elección de letras más cuidada y a ratos, dio la sensación de ofrecer más cante que baile aunque hay que decir que escuchar a Miguel de la Tolea es un gusto que nunca sobra. 

Un aparte merecen El Perla y su guitarra. Ese hombre debería mandar más. Tiene un soniquete, un sonido y un crujido que levanta del asiento. Él lo sabe y el público también, por eso apetece verlo con un papel más protagonista del que suele tener. 

Al final del espectáculo, salió La Faraona, a demostrar que toda la historia del flamenco podría concentrarse en una sencilla y sabrosa rotación de su hombro. Salió otra vez Farruquito, con quien Barullo se marcó un desplante por bulerías que gustó a la afición y pirró a las fans. Después, hijo y sobrino arroparon a la hija de Farruco para decirles a todos adiós y rematar el show con un flamenquísimo epílogo festero para el que no les hizo falta pronunciar ni una palabra. 


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