Martes cuatro de febrero. Nueve de la noche. El Teatro
Central vuelve a llenarse de gente. Calixto Sánchez
viene a cantar acompañado a la guitarra por Manolo
Franco. Un cartel de lujo y no tan frío como se empeñaban
muchos aficionaos. El estudio del cante no está reñido
con la interpretación jonda y expresiva del flamenco.
Mas que insistan en tildar al que fuera director del Centro
Andaluz de Flamenco hasta hace dos años de soso y seco,
cuando lo que allí demostró fue todo lo contrario:
supo enjugar cada ay remojándolo con azúcar
o con la hiel más amarga cuando así lo pedían
los tercios.
Las
bambalinas del Central escondían una enciclopedia del
arte. La oscuridad era sospechosa. Un pasillo de luz se abría
por el filo de las tablas. Los aplausos que otros se llevan
cuando culminan los recogió Calixto con sólo
pisar el escenario. No podía defraudarnos.
Con una serenidad pasmosa se paseó lentamente ante
cientos de miradas inquisidoras que gritaban en silencio para
que vibrara la garganta del cantaor de Mairena. Comenzó
a hablar provocando admiración e impaciencia: su cante
se hacía de rogar.
rescató los pregones de
las moras, el del cerrajero y el del vendedor de piñones,
el de los trapos viejos, el de las nueces, los cantes de trilla,
saetas…
De la tradición oral rescató los pregones de las
moras, el del cerrajero y el del vendedor de piñones,
el de los trapos viejos, el de las nueces, los cantes de trilla,
saetas… recorriendo los callejones de lo antiguo, perdiéndose
en tiempos inmemoriales. Interrumpía su disertación
pregonando como si quisiera asomarse un ratito a esos pasajes
germinales donde se gestaba gran parte de la cultura folclórica
y flamenca de la Andalucía que hoy tenemos. Una paradójica
nostalgia de momentos que nunca vivió, aunque parecía
lo contrario, se apoderaba de Calixto, que rebosaba un sentimiento
inefable y acogedor.
Con la nana despedía la primera parte y dio paso
a la Milonga, cuya letra era de Antonio Machado recordando
a su esposa fallecida un año después del casamiento.
Los adornos con la voz se sucedían por doquier sin
que resultaran abusivos, ya que la milonga se presta a ello.
Manolo Franco hizo llorar a la guitarra, que se estremecía
con su abrazo. Calixto tenía los ojos cerrados buscándose:
se embriagaba con el sonido de las cuerdas de la sonanta.
Melancólico, recogido, sentimental.
La Seguiriya «el
cante de la impotencia del hombre ante el destino implacable,
donde más referencia se hace a la muerte»
En la seguiriya se mostró entero y supo en todo momento
qué hacía. Sólo con ver su planta se
erizaban los vellos. Y todavía más cuando antes
mencionó que este palo es «el cante de la impotencia
del hombre ante el destino implacable, donde más referencia
se hace a la muerte». El temple y los golpes justos
dolían. Penetraban ardientes empujados por la sabiduría
en el cante y la experiencia. Su color de voz y la mesura
con que regalaba la seguiriya merecía nuestra inquebrantable
atención.
El repertorio aún no había terminado. Romance
de las tres cautivas, alegrías y bulerías para
finalizar. Nos hizo saber que no hace falta ser gaditano para
cantar bien esos cantes tan característicos. Muy simpática
resultó una anécdota curiosa que nos arrancó
la carcajada: antes de cantar por alegrías narraba:
«Y llegaron los franceses…». De pronto todas las
luces del teatro se encendieron, un fogonazo inesperado y
tímido: fue un abrir y cerrar de ojos. Y cegados nos
dejó mientras disfrutamos de la gracia con la que interpretó
esa «jota que los del pueblo adaptaron naciendo así
las alegrías». Y digo interpretó en
todo el sentido de la palabra, ya que Calixto Sánchez
se recreaba moviendo sus manos y gesticulando con gracia,
como si estuviera bailando en la silla, como el director de
una orquesta cuyos únicos componentes son una voz y
dos guitarras.
Eduardo Rebóllar y
Manolo Franco provocaron incesantes aplausos
Eduardo Rebóllar y Manolo Franco provocaron incesantes
aplausos con su sonsonete y el compás con el que se
iban peleando con guasa: rasgeos, picados, punteos… todos
ellos admirables técnica y sentimentalmente. Fueron
culpables de más de un ole y de un desconcierto por
sorpresa.
Y la bulería despidió el espectáculo.
«Por bulerías se puede cantar hasta la guía
telefónica» dijo el cantaor. Efectivamente rindió
homenaje a Carlos Cano y sus conocidas habaneras, sembró
letras de su propio puño y enganchó a los asistentes
con su gracia y su compás.
Tras un larguísimo aplauso tuvo que abandonar la escena
pero el repiqueteo no cesaba y tembló el Central llamando
al artista de nuevo a las tablas. Se resistió pero
sintió la obligación de entonarse por fandangos.
Al público le valió la pena la espera porque
tuvo el privilegio de escuchar un fandango prodigioso y extraño
que puso la guinda a la noche.
Calixto Sánchez, a pesar de no ser gitano, cualidad
mitificada en este mundo y a veces con muchísima razón
pero que es muy discutible, de no tener esa voz ronca y grave
que tanto suele gustar y de llevar colgada la etiqueta de
estudioso e investigador preocupado por la técnica
y de ser frío… se entregó jondo, puro en la
mayor parte de los casos, magistral, como es de costumbre
y agradable. La prepotencia le roza escasamente a pesar de
que podría tenerla sin tener que rendirle cuentas a
nadie. No es el cantaor flamenco que más me guste pero
sí que se merece la atención de muchos que tan
siquiera lo han escuchado escudándose en los prejuicios.
Véanlo y opinen luego.