4º Jueves de Cádiz Flamenco: ‘De maestr@s y discípul@s”.
Baluarte de la Candelaria, Cádiz.
Cante: Esmeralda y Ana Rancapino, Juana la del Pipa y Juan Villar.
Guitarras: Nono Reyes, Manuel Valencia y Manuel Jero.
Palmas: Manuel Vinaza y Diego Montoya.
Presenta: Juan José Téllez.
Pues ya está: el puchero, con todos sus avíos, servido, jamado y digerido. El jueves pasado, cuarto y último del ciclo Cádiz Flamenco, fuimos convocadas al cierre del rito y allí que nos arremolinamos en torno a una mesa que prometía ya desde su nombre, ‘De maestr@s y discípul@s”, proporcionar un guiso que satisficiera a comensales de todo paladar.
En esta ocasión, la deferencia a quienes llevan años batiéndose el cobre en las distintas áreas de lo flamenco empezó ya en la mesa redonda, el clásico encuentro previo a los recitales de los Jueves, con la presentación del último libro de José Mª Velázquez-Gaztelu, De la noche a la mañana. Medio siglo en la voz de los flamencos. El volumen, que reúne textos de toda naturaleza publicados entre los años 70 y la actualidad, trae de vuelta –si es que alguna vez se fue- al ideólogo y creador de una de las piezas documentales audiovisuales más interesantes del flamenco, sus Rito y Geografía, y no sé si se lo hemos agradecido lo suficiente. Amén, por supuesto, de otras muchas aportaciones flamencas del poeta.
Sólo había que cruzar la calle para que los homenajes continuaran. El Baluarte de la Candelaria volvió a recibir a un nutrido grupo de espectadores que, si no lo llenaron, poco faltaría, porque la noche auguraba muestras de admiración, afición y respeto desde maneras muy distintas: la primera, cantarle a quien no está físicamente, como lo hicieron Esmeralda y Ana Rancapino, nieta e hija, respectivamente, del chiclanero que vaya veranito de ovaciones lleva. Madre e hija se rasparon mano a mano el inicio de la noche con el aroma del salitre que comparten Cádiz y Chiclana y, con su padre y abuelo en el sentío, nos condujeron al segundo puntal de la noche, a la Tía Juana la del Pipa, que recogió el testigo con su elegancia gitana por delante. Claro que, si te acompaña a la bajañí Manuel Valencia, pues qué quieres que te diga, estás entre algodones. A la jerezana le hace falta muy poco para arrancar suspiros y ensoñaciones tanto entre el respetable como entre bambalinas; apenas levantar un brazo y mirar al horizonte, unos palillos quedos y un replantito pa darse un chocazo con el primer quicio que se te presente. Otro acierto de los gordos, contar con ella.
La última de las deferencias a nuestr@s mayores, la ovación a Juan Villar, que cantó con una fuerza sorprendente, algo que el público agradeció, acaso no solo por esta noche, sino por tantas otras. El gaditano recogió el calor de su Cádiz natal pero tuvo que repartirlo, porque el jerezano Manuel Jero -su escudero e hijo de uno de los habituales de su vida, Periquín Niño Jero-, soltó unas perlas en su sonanta que festejaron sin querer a su padre y a sus locuritas de fantasía sobre el mástil. Todo queda en casa, estamos en familia y los códigos son compartidos.
No podríamos terminar estas palabras sin aplaudir la propuesta del equipo que ha hecho posible no sólo la idea (Dani, Paco, Curro) sino que ha conseguido que cuajara en un momento complicado y en esta ciudad que, por lo que parece, tanto lo extrañaba. Qué alegría vivenciar el flamenco en sus espacios de ensueño.
Y ya que estaba por allí el cantaor jerezano David Carpio, hago mía sus palabras por bulerías pa decirte que si no es verdad esto que yo digo que me quiten, mare mía, el puchero -gaditano- con toítos sus avíos.