Diversidad de estilos, de situaciones, de búsquedas.
Clasicismo y modernidad. En obras diametralmente opuestas,
el Ballet Nacional de España rinde cuentas de lo que
debe ser su objetivo: la preservación y la ampliación
del patrimonio dancístico español. “Elegía”
es un homenaje a Antonio, mientras que “El Café
de Chinitas” sumerge al espectador en un extraño
universo resultado de la simbiosis entre dos mundos poéticos
tan dispares como los que construyeron Lorca y Dalí…
Y, sin embargo, funciona.
Antonio ha sido uno de los más grandes genios que
ha dado el mundo de la danza en España. Sus obras son
un legado permanentemente visitado por los maestros actuales,
como acaba de hacer José Antonio en “Elegía-Homenaje”.
A los diez años de la desaparición de Antonio,
el actual director del Ballet Nacional de España le
brinda un tributo personal lo hace con dos obras de Joaquín
Turina: “Ritmos” (hecha para La Argentinita, pero
que nunca fue coreografiada) y “Danzas Fantásticas”.
La recreación de José Antonio nos sitúa
en la Norteamérica que tan sorprendida quedara (Hollywood
incluido) con el trabajo de Antonio allá por la década
de los cuarenta.
Esta es la parte más formal del programa del Ballet
Nacional en el Teatro de la Zarzuela. Con la música
en directo de la Orquesta de la Comunidad de Madrid, José
Antonio demuestra su solvencia en los códigos clásicos
y logra un difícil equilibrio entre éstos y
la estética casi modernista de la puesta en escena.
Una estética subrayada por el vestuario, la caracterización
de los bailarines y el trabajo con la iluminación.
Entre una atmósfera de tonos pastel, la coreografía
busca los contrastes: las simetrías y las asimetrías,
las suavidades y las aristas en los movimientos, la música
y el silencio, etc. En estos trabajos de gran complejidad
técnica es donde los coreógrafos demuestran
la amplitud de sus recursos y donde los bailarines pueden
manifestar sus dotes de interpretación. De hecho, para
las nuevas generaciones de bailarines de danza española
(y, sobre todo, de flamenco) debería ser obligatorio
asistir a este tipo de obras con el fin de observar la armonía
de la composición de la figura, la gracia que puede
haber en la colocación y en el manejo de brazos, la
importancia de los hombros, de la cintura y, en definitiva,
la dificultad de la delicadeza. En todo esto se empeñó
Antonio y así fue dándole grandeza a la danza
española. José Antonio recoge acertadamente
ese guante.
“El Café de Chinitas” es otro mundo. De
la aparente sencillez pasamos al concepto de espectáculo
en todas sus dimensiones. Encarnación López,
La Argentinita, encargó a Dalí los telones para
su ballet estrenado en 1943 en Detroit como homenaje a Lorca.
Federico, Salvador, el postulado intelectual del surrealismo,
la fuerza de la sencillez popular… Tanto Dalí
como Lorca llevaron sus compromisos hasta sus últimas
consecuencias y aquí, José Antonio ha sido capaz
de crear un espacio de encuentro entre aquellas visiones estéticas
tan próximas unas veces y tan irreconciliables otras.
Pese a la popularidad de ambos artistas y, por tanto, pese
al peligro de los lugares comunes, “El Café de
Chinitas” no tiene nada de tópico. Bien al contrario,
impresiona su originalidad y su frescura. La obra, entendida
como una unidad dramática, está bien construida
y estupendamente resuelta. Hay que destacar, en este sentido,
el trabajo de Lluis Danés (director de escena), de
Manuel Huerga (responsable de la idea original) y, por supuesto,
de José Antonio que ha sabido articular con acierto
todos los elementos.
Pero hay más. La contribución de Chano Domínguez
es absolutamente crucial para dar a la obra un color musical
único, puente entre la tradición y la contemporaneidad.
Tampoco puede dejarse de mencionar a una Esperanza Fernández
magnífica, tanto en su calidad de cantaora como de
intérprete, es decir, de personaje de la propia obra.
“El Café de Chinitas” tiene muchas virtudes
escénicas, de concepto (el uso de la profundidad escénica,
la iluminación y, en general, todo el trabajo visual)
y, por supuesto, coreográficas. José Antonio
despliega aquí toda una antología de recursos:
moviendo al cuerpo de baile, caracterizando a los personajes,
creando estampas casi imposibles, encajando el movimiento
con el resto de elementos escénicos… E igualmente
antológica resulta la interpretación del personaje
de La Tarara, un travestido encarnado por el propio director
del Ballet.
Muchas veces asistimos a montajes en los que el argumento
es una excusa para el lucimiento de los bailarines. El resultado
es que a los dos minutos de abandonar la sala (por no decir
antes) uno no recuerda de la obra más que si le han
conmovido o no sus protagonistas. Bien, pues con “El
Café de Chinitas” no tendrán ustedes esa
experiencia, porque esta obra es de las que dejarán
poso en el acervo dancístico de una sociedad.
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