Silvia Cruz Lapeña
Foto portada: Clara Cardona
Foto concierto: Albert Bach
La formación catalana presentó su primer disco en «Emergents», un ciclo que muestra las propuestas de jóvenes músicos en el Auditori de Barcelona hasta el 23 de abril.
Ser joven no es un valor en sí mismo. Arrancar con una perogrullada esta crónica da cuenta de los tiempos que vivimos. Ser joven no tiene porque ser sinónimo de frescura, tampoco de verdor, ni candidez. Y eso está quedando claro en Emergents, ciclo que acoge el Auditori de Barcelona hasta el 23 de abril y en el que músicos profesionales pero aún poco conocidos presentan sus trabajos. Las entradas cuestan entre 5 y 12 euros y algunas propuestas tienen poco que envidiar a las de sus colegas más mayores o más famosos.
Fue el caso de Aurora, quinteto encabezado por la voz de Pere Martínez que presentó su primer disco, también llamado Aurora, y en el que se escuchan el piano de Max Villavecchia, la batería de Joan Carles Marí y el bajo de Javi Garrabella. Les acompaña un bailaor de la tierra, José Manuel Álvarez, que acaba de estrenar academia en L’Hospitalet, La Capitana, y está en un estado de forma y gusto formidables.
El concierto que ofrecieron en la sala Tete Montoliu fue el repertorio del álbum. Abrieron de con garra y por polo. Inició Martínez con la versión de su voz más recia y letra de Manuel de Falla, compositor en el que se ha basado casi todo el proyecto. El baile de Álvarez marcó el compás, aunque batería, piano y bajo le dieron un punto rockero que se oyó en varios momentos de la noche. Rock, sí, y toques de psicodelia, jazz, tonadas populares… A todo eso y a más se acercaron en el disco y en la escena, arrimándose a los géneros, acariciándolos y retirándose a tiempo en busca de más. No es falta de profundidad, es pura curiosidad. Y se agradece. Lo más flamenco del cuadro es la voz de Martínez y las hechuras dancísticas de Álvarez, pero no da la sensación de que los músicos estén en otra onda. La impresión es la de que se han encontrado tras haber andado cada uno su camino.
Una voz con mil matices
Es preciso hablar de la garganta de Pere Martínez, que se atreve y qué bien, a romperse la voz subiéndola y tragándosela en un bramido indiscutiblemente jondo, pero también es capaz de cantar. Cantar a secas, que el flamenco es aullido y a veces el cuerpo pide otra cosa. Martínez canta como hacen muchas de sus compañeras de profesión, alejándose del quejío, sin que a nadie le extrañe. Pero ese cambio de registro no es tan habitual en los intérpretes masculinos, tampoco esa variedad de tesituras entre los que se dicen flamencos, y que a Pere lo llevan a ayear como si fuera a morirse para después hacer las “Cántigas de Santa María” de Alfonso X El Sabio, una apuesta precisa y austera, con un paladar que, como la voz, también le ha crecido a Martínez en los últimos tiempos.
A “Otra”, de Felip Pedrell, el grupo le puso efectos que recordaban al Omega de Morente, sin serlo y sin copiarlo, y en ese y otros temas se escucharon tintes del primer Niño de Elche performancer, aunque en Aurora no da la impresión de que nadie vaya a atragantársele el flamenco. Estos hombres, que no han querido hacer un disco ni puro ni ortodoxo, han mirado lo jondo de frente para elaborar un trabajo en el que los palos se desvanecen, pero en el que no hay ofensa, ni pretensión de cometerla. Los temas, los arreglos y la intención parecen más bien fruto de un estudio profundo y una observación atenta de lo que han hecho sus antecesores en las fronteras, a quienes han dado las gracias pero se han puesto a hacer lo suyo, que es lo que debe hacer todo artista independientemente del grado de verdor en que se encuentre. Por todo esto, Aurora es un magnífico primer disco, uno por el que el Taller de Músics apuesta, y con razón, muy fuerte.
Una propuesta coherente
El piano de Villavecchia es luminoso y en su interpretación, salta la vista su cabeza impaciente y minuciosa. La percusión de Joan Carles Marí es fina y divertida, ni solemne, ni ruidosa ni aburrida. Como show, Aurora precisa un poco más de rodaje, pero la idea es buena y el enfoque también: sólo con que repensaran la puesta en escena, le dieran mayor intención a las luces y rectificaran el orden de algunos temas, pasaría de ser un concierto a un espectáculo que llenaría cualquier tipo de escenario. La idea de introducir el baile desde el inicio, no como un relleno, y la coherencia que hay entre lo que se dice, lo que se toca, lo que se baila y lo que se homenajea ayuda mucho a que el conjunto funcione.
En la segunda parte, Pere cantó sin zapatos, mitad niño, mitad vagabundo, como el que no tiene nada y nada pide. Le faltó a ratos un poco de desparpajo escénico, pero es obvio que ha crecido tres tallas. Lo demostró también en los bises, donde cantó el “Chiquilín de Bachín” de Horacio Ferrer y Astor Piazzola alejándose del tango con naturalidad sin restarle desgarro, y acabó, para sorpresa de los presentes, por sevillanas. Seguro que no es casualidad, Pere ya parece tener claro que es en los detalles donde se anuncia el futuro.
Martínez no es el chico que cantó en el Ciutat Flamenco 2014, donde no desplegó la sarta de matices que hay en Aurora. Allí estuvo a las órdenes de Enric Palomar, artífice de muchos arreglos de este disco y compositor al que no le agradecemos suficiente su trabajo. Él es autor de “Bajo lluvia ajena”, corte dedicado al poeta Juan Gelmán que también sonó anoche en el Auditori. En esa canción, Pere tiene que aflamencar a Ovidio y a Dante y hacerlo en latín y en italiano. Sin miedo. Si alguien no es capaz de imaginarlo, que compre el disco, escuche a este hombre tronar:
Per me si va ne la città dolente,
per me si va ne l’etterno dolore
per me si va tra la perduta gente…
Y que diga si al La puerta del infierno de Dante no le sienta lo jondo como un guante.