Texto: Sara Arguijo
Fotos: Remedios Malvarez
Ficha artística. Espectáculo: Por Derecho. Cante: Antonio Reyes y Pedro El Granaíno. Guitarras: Diego del Morao y Antonio Patrocinio. Palmas y compás: Tate Núñez y Manuel Vizana. Ciclo: Jueves Flamencos de Cajasol. Fecha: Jueves 15 de febrero. Aforo: Lleno
¿Qué espectáculo es? Me preguntaba un amigo al que quise invitar a compartir lo que intuía que íbamos a vivir en la inauguración de los Jueves Flamencos de Cajasol. No es un espectáculo, le corté. Es un recital con dos de las voces más bonitas del flamenco actual, le resumí vía whatsapp de la forma más sencilla posible y sin querer condicionar sus expectativas. A la salida, después de dos horas de concierto y no sé cuántos oles, no paraba de darme las gracias. Y, humildemente, sentí la infantil satisfacción de quien sabe que ha contribuido a que alguien experimente un momento inolvidable.
Lo que ofrecieron Pedro El Granaíno y Antonio Reyes sobre el escenario de Chicarreros fue un regalo para el flamenco, para la afición y para el arte. Una exquisita muestra de gusto y elegancia en la que pusieron sus gargantas al servicio del que apela a más terrenal y a lo más humano. Que apunta, que aprieta, que dispara y que mata.
Si Pedro El Granaíno mueve al público flamenco y al que se tercie no es sólo por su inconfundible y gitanísimo metal sino porque sus cuerdas vocales suenan a vida. Así, en su repertorio de soleá, tientos, taranto, seguiriyas y tangos dibujó pasajes propios que llevaron de la tensión al alivio, de la congoja al júbilo, del encierro a la liberación, del desasosiego al reposo.
Acompañado, o más bien animado por las manos de Antonio Patrocinio, que lo arropó y envolvió con su guitarra de sutiles y necesarios colores, Pedro acarició por momentos como esa fina sábana de traicioneras noches de veranos y se clavó como la última espina del plato. Impresionante su pellizco por seguiriya, esos tangos con los que tan bien recuerda a Morente y los tientos lentos, que dedicó a su hermana, a Nati, una pequeña de cinco años “y a todas las mujeres luchadoras que hacen frente al cáncer”.
Tras él salía por zambra caracolera un Antonio Reyes que venía a darlo todo. Acudiendo de forma natural a todo de lo que ha bebido, atribuyendo a cada palo una emoción recordada, venciendo miedos, situándose al límite, tirando de estómago, piel, alma y cabeza.
En su cante recortado, en su forma de mecer los tercios, en el juego con los tiempos, en su ternura, en su eco aterciopelado y en su estilo setentero, Reyes condensa una personalidad que lo hace hoy un cantaor único, que apetece escuchar siempre. Aunque con la guitarra aérea de Diego del Morao -un bicho extra planetario que inevitablemente arrastra oídos, miradas y vítores- lo veamos más disperso que con toques más enraizados.
Como broche final, los dos compartieron copa, se abrazaron en una sincera muestra de admiración mutua y se fundieron por fandangos, primero en un mano a mano y después a dos voces, hasta que lca felicidad se instaló por completo en un eufórico patio de butacas. Y yo tuve que aceptar la invitación que en señal de gratitud me ofreció mi acompañante.