Texto & fotos: Antonio Conde
Flamenco Viene del Sur, 6 marzo 2017
De conciertazo se puede catalogar el recital de Antonio Campos en el teatro Alhambra. Se aunaron los planetas, las estrellas y hasta los duendes se atrevieron a aparecer. Algo que no sucedía hace mucho tiempo. No es exageración si digo que probablemente sea uno de los mejores recitales que le he escuchado a un cantaor en los últimos tiempos. A pesar de la ausencia por enfermedad de Pepe Habichuela, el cambio no disipó la calidad de la hegemonía flamenca que se pudo escuchar en el escenario. Cuando las fuerzas se juntan, y aparecen intrínsecas la ganas de formar el taco, de liarla, de plantarse y rebelarse es cuando todo funciona y podemos hablar de cuasi genialidad. Porque, sin temor a errar, ni faltó ni sobró nada esa noche. Hubo quien comentó a la salida que no cantó por los 'palos' fuertes, haciendo mención a las malagueñas o las seguiriyas, pero ¿acaso hacía falta? ¿Acaso no hizo grande todo lo que cantó Antonio? Fue José Carlos de Luna quien en su libro 'De cante grande y chico' sectarizó y relegó a la segunda división a algunos cantes más superfluos, según él. Menos mal que el tiempo le quitó la razón y hubo otros que sentenciaron que el cante lo hacen grande o chico los cantaores. Ahí queda eso.
Si analizamos la grandeza con la que Antonio se deshizo en todo cuanto cantó y Dani de Morón junto a Miguel Ángel Cortés en todo cuanto tocaron, toda la noche escuchamos seguiriyas de lo más puro, 'palabro' poco acertado en el flamenco aunque utilizado por un sector ciertamente ortodoxo. De principio a fin el acierto en la elección de estilos fue la nota predominante. Cum Laude si hablamos de notas.
Campos se atrevió a elegir un repertorio nada usual, ajeno a los circuitos y al uso predominante de la mayoría de artistas. De este modo, arrancó con alboreá. Que no es común escucharla en los directos es una realidad, pero se suele hacer como remate de algunas bulerías por soléa o incluso dentro del repertorio melódico de éstas y de las bulerías romanceadas. Antonio prefirió bordar la actuación desarrollándolas sin añadidos. Continuó por cantiñas y alegrías. A pesar de venir de Jerez de actuar la noche anterior y haber acusado el esfuerzo en sus cuerdas vocales, apenas fue perceptible el lastre de tal esfuerzo. No en vano, supo dosificar su potente voz trabajando los bajos cuando el cante se lo permitía. La milonga fue un ejemplo de tal extremo, a caballo entre Chacón y Morente. La granaína fue corta, breve, hablada y finalmente explosiva. Toda una declaración de intenciones.
Los cuatro cantes ya descritos fueron acompañados por la inmensa guitarra de Dani de Morón, cuyo protagonismo estuvo presente toda la noche. Campos supo dar su sitio al genial tocaor sevillano, a quien admira como profesional y como persona. Antonio dixit.
El cambio en la sonanta vino a continuación cuando la guitarra del granaino Miguel Ángel Cortés le acompañó por mineras y levantica. Sorprendió ver la evolución infinita en las manos del hijo de Miguelones.
Fue breve su aparición pues volvió Dani para acompañar el romance de 'la monja contra su voluntad' que debemos gracias al tesón de Luís Suárez Ávila que consiguió grabar la voz del Negro del Puerto. El paso natural en el cante se tradujo en la petenera en versión de La Niña de los Peines.
A partir de este momento, el elenco al completo mantuvieron la musicalidad del resto del recital. Los Mellis, por un lado, reyes del compás y coristas imprescindibles; Dani junto a Miguel Ángel Cortés, que se repartieron las falsetas a 'pachas'. Y Antonio más crecido conforme pasaban los minutos.
Volvió a sorprender Campos con marianas, otro cante poco usual en los directos de los artistas que engarzó magistralmente con el recuerdo a Carmen Amaya en la zambra 'Mi madre se llamó Tana' seguidos de tangos de la tierra.
El siguiente cante se desarrolló al compás de soleá pero principiando con bamberas, polo de Tobalo, caña, soleá por bulerías y soleares lebrijanas. Finalmente, hubo dos fin de fiesta, uno de ellos atípico del todo. El primero, por bulerías con la complicidad de ambas guitarrras que se regalaron falsetas la una a la otra. El segundo, por tonás recordando a Morente, y dando paso al agitador flamenco y poeta Ortíz Nuevo hablando de manera incorpórea con el maestro Morente divagando sobre la muerte del cante flamenco. Una oda a la blasfemía jonda de su desaparición. Sólo alguien como él se atreve dejar en evidencia a Manuel Morao y a tantos otros que ven la muerte del flamenco.