Espectáculo: Bacterias. Baile, coreografías y dirección: Andrés Marín. Guitarra y electrónica: Raúl Cantizano. Guitarra: Salvador Gutiérrez. Artista invitado al cante: José Valencia. Ciclo: Jueves Flamencos de Cajasol. Fecha: Jueves 11 de abril. Aforo: Lleno.
Sara Arguijo
Vaya por delante que a mí me interesa Andrés Marín incluso cuando no me convence el espectáculo que estrena. A veces porque me sorprende, otras porque me cabrea, muchas porque me cuestiona y también porque me desconcierta, me divierte, me remueve o me molesta.
Su baile es un pulso que trasciende lo físico y te obliga a posicionarte más allá del like. Como si en todo momento y en cada obra se pusiera frente al espejo de sus creencias y valores inamovibles y quisiera arrastrar al espectador a este camino de seguridades conquistadas y bienvenidas incertidumbres. Invitándonos a observar, pero sin entrometernos.
Por eso, celebramos el “disturbio artístico” de estas ‘Bacterias’ que transitaron libres por el teatro de Cajasol y nos contagiaron de interrogantes con respuestas singulares e inesperadas. Es decir, en este escenario pequeño y desagradecido -aquí irreconocible por su disposición abierta y desnuda- Marín se mostró luminoso, expansivo y pletórico. Disfrutando de este juego sin reglas ni límites en el que si te despistas estás perdido.
Así, los compases cautivadores de Salvador Gutiérrez, las notas envolventes y perturbadoras de Raúl Cantizano y la voz hipnótica y extrema de José Valencia (los tres geniales e imprescindibles) iban llevando al límite al artista que volvió a sorprender con su baile limpio, escrupuloso y epicéntrico, su control del espacio, sus giros precisos, sus insólitos recursos y el absoluto dominio de su cuerpo, siempre en esa tensión contenida que jamás se ve forzada ni impostada.
‘Bacterias’, por tanto, es un giro de 360º por el flamenco en el que el sevillano revisa el repertorio clásico (seguiriya, soleares, taranta, cantiñas, bulerías…) para manipularlo a su antojo. Recuerda a sus referentes (de Tomás Pavón a Mairena) para someterlos a su necesaria mirada contemporánea. Y concluye con un punto final que es también el inicio. Porque, visto desde el microscopio, el flamenco y sus veredictos pueden resultar igual de fascinantes que de ridículos. “Esto no es flamenco ni es ná”, se quejó alguien antes de marcharse. Lo dicho.
Galería fotográfica: Remedios Malvarez