Tras su estreno en Bienal, los dos Premios Nacional de Danza hacen estación de penitencia en el Festival Flamenco de Nîmes con su ‘Matarife/Paraíso’
De Matarife/Paraíso me gusta su olor a carne de cochino de matanza y a incienso. Las estampas grotescas e imponentes -tan excesivas como solemnes- que juegan con la iconografía popular y religiosa de las tradiciones de Sevilla y de su lado más canalla. El sabor familiar que guarda el bocata que te comes extenuado en medio de la Madrugá y el del sudor excitante que provoca al amante. El ruido estrambótico y adormecedor que produce el bullicio y el silencio sepulcral que exige recogimiento. El soplido firme de la corneta y los acordes roqueros con que Silvio transformó para siempre el Stand by me desde la Alameda de Hércules. Los cuerpos que danzan impulsados por el deseo y se desploman agotados.
No sé si todo esto que siento yo lo percibe igual el público que abarrota el Teatro Bernarnette Lafont para asistir en el Festival Flamenco de Nîmes al estreno francés del último espectáculo de Andrés Marín y Ana Morales, que se presentó el pasado septiembre en la Bienal de Flamenco de Sevilla. Si es posible entender desde fuera el complejo universo que habita en una ciudad repleta de contradicciones donde conviven extrañamente todos los extremos.
Supongo que es difícil explicar que las imágenes de las vírgenes y de los cristos a las que los coreógrafos acuden en esta enigmática, sugerente e hipnótica propuesta son las que besamos en la mesita de noche y en la cartera y las que procesionan, o más bien pasean, por las calles de Sevilla entre pétalos y vítores de guapa. Que hay una Macarena que no es la madre de Dios sino de los sevillanos y sevillanas… La Universal. La pagana.
Claro que poco importa comprender o no la peculiar idiosincrasia o los referentes que envuelven la obra, inspirada en los escritos de la Divina Comedia de Dante, porque lo que relatan Marín y Morales es un tránsito vital donde convive lo espiritual, lo carnal, lo cruel, lo piadoso, lo frágil y lo férreo. Lo humano.
Como en trance, ambos fluctúan y proyectan su energía en un viaje que, más que ir del infierno al paraíso, enfrenta lo bello y lo sórdido de los dos mundos, los pecados y las penitencias que cargamos. Invitando también a una reflexión sobre nuestros propios deseos, aspiraciones y miedos.
Los cuerpos de Marín y Morales, Premios Nacionales de Danza y dos de los creadores más interesantes, rotundos y arriesgados de la escena actual, palpitan y se abren apasionados para mostrarnos los órganos, la saliva, la piel.
Matarife/Paraíso es, por eso, un espectáculo complejo, extraño, incómodo y duro que, sin embargo, obliga a estar alerta. Por la iluminación envolvente de Carlos Marquerie; por la composición musical de unos soberbios Antonio Campos (voz, guitarra, bajo y percusión), Susana Hernández “Ylia” (teclados, música electrónica y espacio sonoro), Daniel Suarez (percusión); Manuel López (corneta de los armaos de la Banda de la Centuria Romana de la Hermandad de la Macarena) y Francisco Javier Pérez (director de Banda de CC. y TT. del Sol) y por el baile, la presencia, la atmósfera y la tensión que generan sus creadores.
¡Qué gusto ver cómo Marín se transforma para responder a Morales! ¡Qué maravilla comprobar cómo crece, se supera y proyecta una Ana Morales cada vez más rica en recursos y siempre nueva!