Texto: José Manuel Gómez GUFI
Fotos & video: Rafael Manjavacas
Andres Marín Baile. Segundo Falcón y José Valencia, cante. Salvador Gutierrez guitarra. Daniel Suárez batería. Javier Trigos, larinete. Raúl Cantizano guitarra eléctrica y Zanfoña.
Presentación de “Carta Blanca” del bailaor Andrés Marín (Sevilla 1969) que -oh asombro- llevaba décadas sin bailar en el foro y nunca había estrenado obra propia en Madrid porque lleva este siglo creciendo en Francia y en el mundo mundial. Lo cual a uno le hace sospechar que Madrid puede ser la capital del flamenco, pero la capital del baile está fuera de España.
Comparando que es gerundio
Es posible que al citar a Andrés Marín aparezca el nombre de Israel Galván. Vale, es como si hablas de Juan Gris y nombras a Pablo Picasso, los dos son pintores, fueron cubistas. Punto. Marín y Galván, creo que nunca han llegado a pintar el mismo cuadro (como Picasso y Gris, pero esa es otra historia).
De entrada no se parecen en nada. Sale Andrés Marín a escena y sabes que va a acabar cantando, que se lo está pidiendo el cuerpo y eso que lleva en el cante a Segundo Falcón y José Valencia. Los músicos de Marín hacen rock, pueden hacer música disonante (y de hecho la hacen) pero no están obsesionados con romper y rasgar las melodías y eso empuja al bailaor/bailarin al centro del escenario, mientras Galván mide cada centímetro y cada ángulo; Marín está buscando su lugar en el planeta y en las tablas. Puede parecer que están bailando lo mismo, para nada. Es un espejismo. Si algún día Marín se presenta en un festival de rock acabará lanzándose al público. Para acabar con las comparaciones y salvando todas las distancias Andrés Marín está más cerca de Mick Jagger que de Galván.
Quijote.
Andrés se ha dejado las barbas largas y no por influencia hipster sino porque está preparando un Quijote que le va a su porte de caballero andante con unos brazos largos como lanzas. “Carta blanca” es un compendio de varios espectáculos y quizá por eso tenemos la sensación del esfuerzo de Andrés Marín por encajar las piezas y hacer un espectáculo nuevo.
Todos los objetos están a la vista, nadie sale de escena. Y la estrella del espectáculo se somete a una actividad extenuante. Se coloca los cencerros a la espalda de esos que se sacan en las fiestas de Segovia, Navarra o Euskadi para espantar a los malos espíritus que formaba parte de “somos sonos” (2010) un espectáculo de campanas con Llorenç Barber que finaliza con un gag del campanero. No he detectado números procedentes de “Tuétano” (2012) inspirado en Antonin Artaud, se me antoja que las atmosferas fúnebres del autor del “teatro y su doble” resultan excesivas incluso para los flamencos. Uno de los personajes más perturbadores, poéticos (y magníficos) que aparece en Carta Blanca es un arlequín dibujado con una máscara, un gorrito de papel y un mostrar los hombros, es la música más estrictamente flamenca.
Los músicos comandados por la guitarra eléctrica y la zanfona de Raúl Cantizano muestran una convivencia elocuente con el bailaor y así espantan “el vuelo del moscardón” en otro gag de altura. Parece que pueden tocar jazz, rock y flamenco y dejan un rastro de una banda sonora rica y compleja. Excelentes en el cante José Valencia y Segundo Falcón. En la recta final Andrés Marín no se aguanta más y canta pegado al suelo. “Es que soy un cantaor frustrado” explica tras el espectáculo.
Y nos quedamos estupefactos al conocer a un bailaor de 48 años que aún no había estrenado en Madrid.