Espectáculo: Jardín impuro. Baile: Andrés Marín. Cante: Segundo Falcón y Rosario La Tremendita. Guitarra: Salvador Gutiérrez. Guitarra eléctrica y zanfoña: Raúl Cantizano. Percusión: Daniel Suárez. Clarinete: Javier Trigos. Lugar: Teatro Lope de Vega. Fecha: Viernes 23 de abril de 2021. Aforo: el permitido.
No te metas en esos jardines. Nos han advertido muchas veces los precavidos, los miedosos y los cobardes. Por evitar las críticas innecesarias, los peligros y el dolor. Por nuestro bien, siempre, claro. Pero pasa que evitando aquello que nos asusta y alejándonos de cualquier deseo o desafío dejamos de adentrarnos en la maravillosa aventura que es la vida, o sea, que nos instalamos en una espera tan cómoda como inerte. Algo que en un artista es lo mismo que sucumbir a la muerte. Y de esto huye constantemente Andrés Marín.
Por eso, el creador sevillano, uno de los artistas más valientes e interesantes del panorama dancístico actual, llegaba este viernes al Lope de Vega con la intención de seguir explorando los laberintos oscuros del arte y comerse a bocados las frutas prohibidas. Sabiendo que su búsqueda es tan personal que a veces nos cuesta seguirle los pasos.
En este Jardín impuro, que es en realidad una nueva etapa de su gran proyecto artístico que es Carta Blanca, Marín camina libre y luminoso, más sonriente y feliz que en otras épocas. Con la satisfacción que da mantenerse firme al borde del abismo. Es verdad que, como decíamos, no es fácil acompañarle en su imaginario y la propuesta resulta angosta, por lo inconexa, lo extraña y lo densa. Pero el bailaor controla su cuerpo con tanta precisión, tiene tanta riqueza de movimientos (¡qué alegría de esas muñecas sutiles y de esos pies limpios!) y propone recursos tan sorprendentes e inesperados que consigue atraer la mirada en medio del caos escénico y la música discordante que envuelve la obra.
Marín condensa tantas ideas que cuesta asimilar cada detalle musical (de un elenco fascinante, por cierto), quedarse con cada uno de los palos que se inician y se interrumpen en las voces pletóricas de Falcón y La Tremendita o digerir cada gesto o impulso de su cuerpo. Sobre todo, porque el artista despliega una enorme diversidad de influencias.
De esta forma, el Giraldillo al Baile en la pasada Bienal de Flamenco nos arrastra de la mano hacia este paraíso donde conviven los monstruos, a ratos sublime, a ratos caótico. Así, disfrutamos especialmente con la imponente farruca que interpretó con el toque de un pletórico Salvador Gutiérrez; la recreación de los bailes folclóricos que trajo atado con dos cencerros con clarinete y zanfoña; la revisión solemne y vanguardista de la seguiriya de Manuel Torre, que arrancó los primeros aplausos de la tarde; la delicada pieza con máscara de arlequín de Picasso o las originales bulerías que bailó animado por La Tremendita. ¡Maestro, baila a Sevilla, baila a los tuyos!, le espetó ella. Y así lo hizo durante hora y veinte. Bailar, jugando, su loca fantasía.