Espectáculo: La vigilia perfecta. Dirección artística, musical y baile: Andrés Marín. Cante: Cristian de Moret. Saxofones: Alfonso Padilla. Percusión flamenca: Daniel Suárez. Marimba y percusión: Curro Escalante. Artista sonoro: Francisco López. Colaboración artística: José Miguel Pereñíguez. Lugar: Monasterio de la Cartuja. Ciclo: XXI Bienal de Flamenco de Sevilla. Fecha: Sábado, 3 de octubre. Aforo: Lleno.
El cuerpo de Andrés Marín tiene tan metabolizado el baile que su piel, sus tejidos musculares, sus venas, su esqueleto y hasta los órganos vitales que se le intuyen parecen mutar para responder a los movimientos exigentes e insólitos que su cabeza le ordena. Por eso, a pesar de seguirle en su interesante trayectoria y conocer de sobra su virtuosismo, en ‘La vigilia perfecta’ que ha traído a la Bienal de Flamenco -bailando las horas litúrgicas desde las 6 de la madrugada hasta las 21 horas- descubrimos un artista nuevo que asume esta experiencia extrema con la conciencia de que sólo en el desafío está el crecimiento.
Así, mientras otros artistas acaban anclados en sus logradas poses o recursos, este bailaor necesita revisar constantemente sus propias seguridades y bailarle al riesgo y al abismo. Sin embargo, no lo hace ya con las ansias de demostrar que es el gran referente de la creación flamenca de vanguardia ni con el desapego que desprendía en otras etapas. Aquí, Andrés Marín se lanza a la intemperie y aparece luminoso, sereno, incansable e infalible, con una fuerza y una delicadeza inauditas.
De esta forma, desde las maitines hasta las vísperas, el sevillano se adentra en las distintas dependencias del histórico Monasterio de la Cartuja, actual sede del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, para ofrecer siete piezas coreográficas vía streaming en las que su físico está al servicio del espacio. Dialogando entre las huertas de naranjos y limoneros, por las capillas y a través de los muros y dejándose empapar de lo que aquello le sugiere.
El recorrido -y la obra- concluye ya delante del público frente a las chimeneas de la antigua fábrica de cerámica que esta noche volvieron a echar humo. En esta hora Marín ofreció una suerte de proyección astral que nos dejó disfrutar por un lado de la elasticidad de su cuerpo, de la contundencia de sus zapateados, de sus mágicos y bellísimos brazos (que anoche parecían más largos) y de unas muñecas que recogen años de búsqueda. Y, al mismo tiempo, de un apasionante discurso artístico y conceptual que hizo que cada parte de la riquísima coreografía (¡Cuánto encierra!), cada elemento del vestuario o el atrezzo diseñado por el artista plástico José Miguel Pereñíguez, cada letra cantada por el prometedor Cristian de Moret o cada uno de los sonidos envolventes de la excelente música que trajeron Padilla desde sus saxofones, Curro Escalante y Daniel Suárez desde la percusión o Francisco López desde sus pistas, tuvieran sentido.
En otras palabras, el sevillano, un artista libre, comprometido y personal, no siempre igual de comprendido o acertado, regaló en esta vigilia un trabajo integral, plástico y conceptual en el que bailó al paso del tiempo y a lo importante de la vida. Una llamada al recogimiento y al silencio, pero también a la acción y al rugido. Un retrato del abatimiento y del resurgir. Qué cómo se baila eso y si es o no flamenco mejor no lo pregunten, vayan y vean.