Espectáculo: En la cuerda floja. Baile: Ana Morales. Guitarra: José Quevedo Bolita. Percusión: Paquito González. Contrabajo: Pablo Martín Caminero. Lugar: Teatro Central. Fecha: Lunes 28 de septiembre. Ciclo: XXI Bienal de Flamenco. Aforo: Lleno.
Un cuerpo. Un espacio que a veces es el cosmos y otras el vacío. Una banda sonora que propone, empuja y encadena. El baile como refugio y también como perdición. Ponerse a prueba y reconocer los límites. Asomarse al abismo. Moverse para salir del letargo. Mantenerse en pie para vencer. Tambalearse para sentirse vivo. Así se expone Ana Morales en la propuesta que estrenó este lunes en la Bienal y que se plantea como un brutal ensayo sobre el cuerpo, el movimiento y sus limitaciones. También como una oportuna reflexión sobre la parálisis física y vital que vivimos y como un llamamiento a la acción.
De esta forma, En la cuerda floja indaga en la permanente dualidad del ser humano y en las contradicciones de la artista y lo hace desde un lugar deshabitado en el que Morales se distancia de los músicos (que tocan desde un cubículo cubierto con cortinas), del cante (que interpreta Sandra Carrasco desde una voz en off) y hasta del público, que parece estar observando una escena privada que ella quiere representar en soledad.
Aquí, jugando con los claroscuros y las sombras que engrandecen y empequeñecen según la perspectiva, la bailaora realiza un trabajo introspectivo en el que son tan importantes los palos esbozados (tanguillos, seguiriya, soleá, taranta…), como las melodías sugerentes de un pletórico Bolita acompañado por los geniales Paquito González y Pablo Martín Caminero, como los silencios.
Es decir, lo interesante de la propuesta es que la catalana nos invita a fijarnos en la sutileza de sus muñecas, en la rabia que conquistan sus pies, en la resistencia de su espalda o en la liberación que sugieren sus giros perfectos. De hecho, aquí encontramos un cambio en el baile de Ana Morales porque asume hasta el riesgo de fallar y, más enérgica y decidida, aparece como una funambulista que pone su cuerpo al servicio de otras cosas que no son emociones sino respuestas orgánicas.
Quizás por eso En la cuerda floja es también una obra más difícil y menos emotiva que, por ejemplo, Sin Permiso (con la que ganó el Giraldillo al Baile en la pasada Bienal) porque la danza aquí no es el medio desde el que transmitir sino un impulso natural y una necesaria consecuencia. En definitiva, un difícil ejercicio personal al que Morales da sentido por su inteligencia, su credibilidad y su sentido del gusto.
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