Espectáculo: Peculiar. Concepto, creación y coreografía: Ana Morales. Mirada externa: Guillermo Weickert. Baile: Ana Morales, Antonio Molina ‘ElChoro’ y Julia Acosta. Músicos en directo: Miguel Marín Pavón, Ana Crisman, Tomás de Perrate y Rycardo Moreno. Música y creación / Interpretación y voz: Miguel Marín Pavón. Lugar: Teatro Maestranza. Bienal de Flamenco de Sevilla. Fecha: Sábado 17 de septiembre. Aforo: Casi lleno.
“Si no hubiera pasado por Sin permiso o En la cuerda floja no hubiese podido hacer este Peculiar”, reconocía Ana Morales a la salida del estreno en el Teatro Maestranza de Sevilla de su último montaje. Y entendimos que era así porque aquí, de algún modo, culmina un proceso de búsqueda y transformación sobre su cuerpo y su baile que le permite casi trascender de sí misma y mirarse desde el otro.
De esta forma, la bailaora convoca una extraña reunión para observar, oír y disfrutar de sus invitados a los que aparentemente deja expresarse a su antojo. Digo aparentemente porque en realidad lo que consigue es extraer de ellos su alimento, justo lo que le sirve de cada uno artística, personal y hasta físicamente.
En este sentido, a la artista se la ve como una anfitriona, más manipuladora que amable, satisfecha por ejecutar su plan y haber sabido encontrar la coherencia musical y coreográfica, respetando las diferencias, a veces extremas, de los intérpretes. Sobre todo porque sabe que es ella lo único que justifica este caótico encuentro y lo que está en su cabeza lo único que le da sentido.
De este Peculiar, por tanto, nos gusta la capacidad de Morales para dirigir y quedarse en un segundo plano, como si aceptar lo distinto del otro fuera también una manera de perdonarse sus propias diferencias. Sentimos, de hecho, que Morales quería vaciarse para que los demás hablaran por ella. Especialmente a través de la música sugerente, perturbadora e insólita del polifacético artista Miguel Marín ‘Árbol’, a través del baile recio, vigoroso, varonil y penetrante de El Choro y a través de la voz descarada, fresca, ancestral y profunda de Perrate, que fueron los tres grandes protagonistas de la obra y los que la hicieron sentir más libre. Dejando interesantes diálogos como el que mantuvieron por bulerías Tomás de Perrate y El Choro en la que fue una de las piezas más emocionantes de la noche.
Es verdad que la construcción del espectáculo sobre estos ‘experimentos’ daba, a ratos, la sensación de un largo ensayo en el que además sobraban elementos, recursos (como esas proyecciones que tampoco añadían nada) y piezas (como la que interpreta Julia Acosta en homenaje a la mujer (con recuerdo a las corraleras lebrijanas) que nos resultó casposa e impropia de una propuesta de la catalana). También de parte del elenco que está pero no es necesario.
De su baile tampoco entendimos la tendencia a la acrobacia o que recurriera más a lo gimnástico que a su innata fortaleza natural. En cualquier caso, da la sensación que lo único que le interesa a Morales de esto es el aprendizaje. Y, de hecho, es esta consciencia de bailar frente a un público, pero como si no le importase, lo que más sorprende de la bailaora, sólida e inquebrantable.
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