Baile: Alicia Márquez, Ramón Martínez,
Fernando Romero Guitarra: Paco Arriaga, Manuel Pérez Cante: Pepe de Pura, Miguel Ortega, David Lagos Percusión: Antonio Montiel Contrabajo: Alejandro Benítez
Foro completo para esta joven bailaora
de la Compañía Andaluza de Danza con su discreta presentación
dentro del ciclo 'Flamenco viene del Sur' que no carecía
de algunos momentos interesantes. Alicía Márquez iba
acompañada de dos bailaores 'invitados' sumamente competentes,
Ramón Martínez y Fernando Romero, éste último
que es responsable de la coreografía.
Estos jóvenes tan preparados proyectan cierta frialdad,
o una falta de espontaneidad, y esta ha sido la impresión
global del recital. Tampoco ayudaban unas luces que más bien
podían haberse llamado «sombras» – mucha, muchísima
oscuridad con breves destellos de luz, y un vestuario negro y gris
en su casi totalidad… estos muchachos no sudan cuando bailan…
«transpiran». Este aplastante ascetismo que domina el
panorama del baile actual, ¿no será una desorbitada
reacción a los excesos de la época de los pañuelos
de lunares y la pandereta? En el extranjero creen que el flamenco
es sinónimo de las emociones a flor de piel (yo también
lo pensaba, calcula), pero es menos arriesgado proyectar superioridad
y distancia que derramar las tripas y quizás calcular mal.
El
espectáculo arrancó con Alicia Márquez bailando
a un lado del escenario, primero sin música y después
a unos fandangos semi-libres, idea original que no acabó
de cuajarse a pesar de unos detalles hermosos. Demasiado pronto
seguía el sólo de guitarra con percusión y
contrabajo para un arreglo jazzístico de colombianas, descoyuntado
y largo, también en el rincón derecho… de hecho
la mayoría del los números se desarrollaban en la
mitad 'este' del escenario, un curioso desequilibrio visual que
parecía delatar que son artistas acostumbrados a moverse
en espacios más reducidos, (aunque no sea el caso).
Ramón Martínez inyectó una buena dosis de
energía con su soléa por bulerías, y el cante
de David Lagos, Miguel Ortega y Pepe de Pura, con la ayuda de los
tocaores Paco Arriaga y Manuel Pérez nos devolvió
a un tipo de flamenco más reconocible. El baile de Ramón
es discreto, ameno, recogido y muy flamenco. Después de su
intervención, esta primera parte iba degenerando en una serie
de trozos de baile entrelazados y poco identificables, con curiosos
nombres como «De una alegoría piazzolítica»
o «Funkino-zambruna con centro nerudítico»… ¿decías?
Después del descanso hubo una especie de homenaje a las
carrozas del flamenco… perdón, quiero decir a las grandes
figuras del pasado, pero tuve a veces la incómoda impresión
de que se hacía gala de una forma de bailar francamente anticuada,
casi risible, con saltitos y posturitas cursilonas que no venían
al cuento – divertido pero poco auténtico. Un baile por siguiriya
muy cuidadín de Alicia Márquez salió mejor
parado sin llegar a emocionar. El acompañamiento de esta
segunda parte lo facilitaron desinteresadamente a través
de sus grabaciones artistas como Pepe Pinto, Ramón Montoya,
Manuel Vallejo o Niño Ricardo, todo arropado por un trasfondo
de guitarra en vivo en una especie de 'autofusión' que francamente
no hacía mal efecto y demostró como el toque actual
rellena las bolsitas de aire con cascadas de notas. Menos acertado
fue un martinete de Rosalía de Triana que no soportó
el acompañamiento de unos acordes último grito. Entonces
recordaba las palabras de José Luis Vidal, bailaor de la
Compañía Andaluza de Danza acerca de la perspectiva
de aquella formación: «lo clásico y lo innovador
se dan la mano». Esa visión destilada de la compañía
incubadora se deja notar en esta obra con más buenas intenciones
que eficacia, aunque cabe destacar la enorme profesionalidad y preparación
de toda la plantilla.
A pesar de tanto vanguardismo sincero, el momento más redondo
llegó con las alegrías de la Márquez. Lució
un batín de colores para un delicioso baile impecablemente
tradicional y un atrás de cante y toque en la misma línea.
Qué hermoso el resultado de esos ciento cincuenta años
de evolución e historia en lugar de ciento cincuenta horas
de academia y de ensayos.