‘Flamenco: Espacio Creativo’ Alfonso Losa con Concha Jareño como artista invitada al baile y Sandra Carrasco en el cante. Francisco Vinuesa guitarra, Ismael el Bola cante. Teatro Villamarta 24 febrero 2022 Festival de Jerez.
Expuesto ante el abismo. Alfonso Losa aparece solo sobre fondo negro, expuesto sin música al insolente abrir del caramelo de menta, a las toses y crujidos de butaca, apenas sus tacones lo acompañan, apenas un golpe de luz difusa. Losa lleva ya demasiados años en este oficio como para temer al vacío; precisamente por eso elige tan bien de quién se acompaña. Olga García, a los mandos en las luces, le vestirá con un manto de polvo de luz durante toda la noche. Qué poco se nombra a esta mujer para la finura con la que trabaja. Hablaba de ese polvo de luz, del mismo material del que parece estar hecha la garganta de Sandra Carrasco. Y su pelo. Aparece la de Huelva con el guitarrista Fran Vinuesa, y ambos custodian y amparan a Losa. No haría falta nada más en toda la noche, tan sólo el espesor de la negrura sobre la que brillar y el manto virtuoso de Vinuesa -un musicazo malagueño cada vez más solicitado- como bordón.
El bailaor madrileño muestra un dominio exquisito en giros y líneas, como hecho a base de cartabón y compás. Se intuye en él una suerte de punto de inflexión: de su colección de movimientos, qué sirve, qué arriga, qué descarta. ¿Cómo habla de mí este golpe aquí? ¿Qué pasa si hago esto allá? ¿Estoy pidiendo permiso? ¿A quién le importa? Interrogantes que permiten seguir buscando, más que encontrar respuestas desde la que todo se ve. Eso sí, en alusión al título, suponemos que el espacio creativo rinde honores al proceso, pues lo de anoche, salvo algún momento, estaba más que medido.
Sandra se levanta. Porque no es lo mismo proyectar la voz desde la silla que sentir su ulular en la nuca, flotando sobre las tablas del teatro. No es lo mismo. Carrasco es la reina de los matices y Losa lo sabe. Se une un dulcísimo Ismael de la Rosa El Bola por tangos y el caramelo se deshace en la boca. Este jovencísimo cantaor, que combina letras nuevas o melodías de siempre colocadas en insólitos compases, está convirtiéndose en una baza magistral para el baile. No podrá Losa olvidar jamás el buen tino de haber juntado a estas dos fieras del cante. Incluso cuando cantan solapando sus voces, la combinación resulta verosímil y necesaria. ¡Qué regalo! Para rematar el asunto y de rojo delicatessen diseño de Belén de la Quintana, se une Concha Jareño. Si no estuvieron, imagínenlo. Qué poquito hace falta para volar.
Los dos cuerpos se unen en un bellísimo y uniforme paso a dos en la intro vehemente de Vinuesa por siguiriya y Jareño empuña uno de sus instrumentos favoritos, las castañuela; se mece con aire soñador, se bambolea como acariciando la tierra. La precisión de los dos madrileños no está reñida, en absoluto, con una delicadeza sobrecogedora. Sentimos que Alfonso podría seguir, pero remata y para. Quizá no le interesa la senda marcada, busca y busca, marca evidente de la casa Estévez y Paños, siempre generando tendencia en la dirección artística. Losa intuye al público conectado -no le falta razón- siente el montaje encarruchado y se desmelena. Y Sandra mete Cielito lindo por bulerías. ¡Qué manjar! Pero sin gritar, sin aporrear el suelo, sin relámpagos cegadores, sin estridencias. El equipo entero en la medida del buen gusto, vaya.
Encaramándose al final, optan por una tanda de fandangos de Huelva, abandolaos y naturales que apunta al cénit de la noche. Con lo difícil que es componer a tiempo real con otros haciendo lo propio, y lo jugoso que resulta cuando miras a los demás y no sólo los ves. Mención especial para Vinuesa, que virtuoso, se anticipa con holgura a las intenciones de sus compañeras y esa semicorchea de antelación le permite jugar. Y cómo se agradece.
Poco queda por decir que no dijera ya anoche la larga ovación que el teatro grande jerezano dedicó al baile de Madrid. Tan sólo relájense e imaginen: Olga García vuelve con el polvo de luz, la soleá de El Bola va rallentando, diluyéndose. Cae la luz dos puntos, la guitarra desaparece; vuelven los palillos, de oye un deslizar de pies que marca el último giro, la voz se apaga, fuera luces. Ole las obras de arte.