Texto: Silvia Cruz Lapeña
Fotos: Ana Palma
El bailaor madrileño triunfó en Jerez con «Con-SecuenciA», una propuesta sencilla pero efectiva con la que dejó ver los caminos por los que quiere ir en el futuro.
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Salió enfrentándose a una duda que se oía en el patio de butacas: ¿podrá el bailaor llenar ese escenario tan grande y a ratos tan desangelado? El espacio en cuestión, el Teatro Villamarta y el artista, Alfonso Losa. El hombre que es payo de nacimiento y gitano por movimientos, apareció ante quienes dudaban con una escenografía minimalista, obra de Florencio Campo, y enseguida demostró que está en plena forma.
Losa estrenaba Con-SecuenciA en el Festival de Jerez, una pieza con la que quiere explorar nuevos lenguajes, que por lo que exhibió son más escénicos que corporales, pues nada más salir hizo gala de los atributos por los que le conocemos: pierna potente, zapateado abundante y una velocidad de vértigo en todos los gestos. Empezó con su voz en off mientras ensayaba, como si estuviera solo en su estudio, y presumiendo de una verticalidad y una colocación del cuerpo que mejoraba cuanto más avanzaba el show. Por eso dejó algunas estampas bellísimas por seguirilla, pasada ya la mitad de la obra.
Bailar con Molina
Hace 18 años que Losa se estrenó en solitario y diez desde que ganara “El Desplante” del Festival de La Unión, pero ayer llegó al Villamarta con la intención de hacer algo parecido a un “borrón y cuenta nueva”. Borrón sin olvidar, porque no olvida su escuela madrileña ni a sus maestros, pero Losa quería un giro y para obtenerlo eligió batirse en duelo con una Rocío Molina que apareció sobre las tablas como un holograma.
El enfrentamiento no fue tal, fue más bien un aprendizaje que el bailaor tituló “Luz Molina” y que arrancó tras decir “A veces me pregunto qué debe sentirse siendo ella”. Losa fue valiente porque la malagueña volvió a demostrar que no se le resiste nada de lo que hacen los demás, algo que al contrario no sucede. Pero Losa estuvo a la altura, impecable ante el espejo de su compañera y no sólo fueron aplaudidas su valentía y su ejecución, también fue celebrada la idea.
Luego llegaron los tientos tangos, la seguirilla y la soleá. La búsqueda que inició Losa fue de detalles, no de grandes conceptos, pero no fue cobarde porque a veces lo más valiente es aceptarse y por eso verlo mostrando sus dudas resultó tan hermoso. Lo que hizo el madrileño fue dejarse llevar, medirse, hacer algunos cambios necesarios para seguir su camino de bailaor en una escena artística y dancística cada vez más exigente y en la que, visto lo visto en Jerez, él debería tener su hueco.
Un ensayo constante
En Con-SecuenciA hubo también detalles mejorables: por ejemplo, las entradas en escena, que fueron algo confusas, y algunas transiciones demasiado largas, que el cante ayudó a sobrellevar. En ese aspecto, La Tana jugó un papel muy especial, cantó con la fuerza que la caracteriza y estuvo mágica en los tangos de los tientos. La labor de sus compañeros Ismael de la Rosa “El Bola” y el de Manuel Tañé, que tuvo momentos de pellizco en el cante por seguirillas, también contribuyeron a mantener el show al nivel que pretendía Losa.
Al final, cuando parecía que tras una bulerías furiosas tocaba aplaudir e irse, Alfonso salió calmado, casi a oscuras y empezó a zapatear como si estuviera solo y en una sala de ensayo. Parecía que todo empezara de nuevo, como un círculo que no se acaba y con el que Losa transmitió la idea de que ningún aprendizaje está jamás finalizado y que el arte, como la vida, es un ensayo constante.
Fotografías (Ana Palma)
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