Teatro Villamarta. 20.30 horas – Festival de Jerez
BEATRIZ MORALES – AGUJETAS CHICO «DE LA NATURALEZA DEL AMOR«
DIEGO VILLEGAS, director musical
Con interesantes momentos de ambas carreras en solitario y tras su paso por la Sala Compañía en 2022 -también en el marco del Festival de Jerez- con el tan disfrutado Flamenco sin sulfitos, su público esperaba con ansia esta anhelada puesta de largo en el Teatro Villamarta que los jerezanos llamaron De la naturaleza del amor. Lo cierto es que DLNDA, como lo abrevian íntimamente los artistas, contenía unos mimbres poderosos para coronarse.
Y es que este estreno absoluto contaba con una banda de músicos reconocidos y habituales de la pareja, con alguna novedad en sus filas: Bernardo y Juan Parrilla, Rubén Amador, Los Mellis de Huelva, May y María José Fernández, David Caro y Carlos Merino; además del vestuario del Palomo Spain y la dirección escénica de Juan Dolores Caballero El Chino y una larga lista de colaboraciones, asesorías, apoyos y, en definitiva, un equipazo con una idea clara a desarrollar: ahondar en los mitos del amor y todo lo que se sufre en su nombre.
Aun así, y pese a los intensos meses de trabajo de todos ellos, el montaje no acabó de cuajar. A pesar de las estampas preciosistas de una Beatriz Morales que no dejó de bailar en todo el espectáculo -con una exigencia física y capacidad de memoria que echaría a temblar a cualquiera-, el tempo impúdicamente lento desde el inicio de la obra lastraría lo que habría de venir. Tampoco los cambios de vestuario ayudaron, a veces demasiado ritualizados sin motivo aparente, aunque la idea de mostrarlos suele enriquecer la escena.
Morales se echó a la espalda la pieza y fue el único elemento que destacó en todo el recorrido. Aun así, la vimos bailar contenida, muy alejada de su naturaleza del amor a que nos tiene acostumbradas, incluso en la bulería coreografiada por Joaquín Grilo. Y salvo un pequeño dúo entre Merino a la percusión y Morales al baile que duró demasiado poco, no encontramos ningún momento especial reservado para cualquiera de los músicos, en solitario o entre ellos, las voces o las palmas, que hubieran dejado a la protagonista respirar o compartir con el público nuevas líneas expresivas que ampliaran horizontes, ni siquiera con el otro protagonista de la noche, que lo fue sólo sobre el papel. Porque echamos terriblemente de menos a un Antonio que se canta y se toca original y doliente, no sólo por la estirpe de la que viene, que también, sino por su propia sabiduría. Extrañamos esa estampa que los popularizó como pareja artística, ese dueto de cante y toque de Agujetas Chico y el baile arremetido de Beatriz, mirándose, rebuscándose y embistiéndose en cada rincón, falseta y fin de fiesta juntos. Y aunque quizá la idea original fuera alejarse de aquello, la esperamos sin remedio.
No se entendió que no hubiera espacio para sus temperamentos más distintivos, más allá del moldeado lógico por los requerimientos estéticos o técnicos de la propuesta. Tampoco es desdeñable la valentía de los dos, ésa que conviene tener para meterse en según qué jardines, aunque una no caiga siempre de pie. Tampoco es una tragedia, por eso la valentía, la de arriesgarse sin red. En cualquier caso y como en toda idea recién estrenada, a buen seguro llegarán los reajustes necesarios con un deseo explícito: el de tener oportunidades nuevas para que Beatriz y Antonio sigan creando y buscando y encontrando. Allí estaremos para verlo.