Ciclo
'A corazón abierto' Madrid, 10 de noviembre 2002
Teatro Arlequin.
Cante: Chocolate Guitarra: Antonio Carrión
«Chocolate de la Alameda»
Una vez más, el maestro dejó su esencia
en forma de tratado flamenco, en la ciudad que se refleja
en el cielo. Fue la tarde del domingo 10 de noviembre. Teatro
Arlequín. Un público ciertamente respetuoso
de estilo burgués llenaba la sala de apariencia recogida.
Dos focos iluminaban dos sillas creando la luz dentro de la
imponente sobriedad a la par que elegante decoración
monocolor del escenario, negro. Y allí salió
Don Antonio. Artísticamente conocido como «El
Chocolate». Personalmente, desde mi aún insuficientemente
vestido conocimiento del flamenco, considero que debiera tener
otro nombre artístico. «Chocolate de la Alameda».
Sí, ciertamente porque sus momentos hacen imaginar
el cante de aquellos hombres que expresaban su sentimiento
a modo de mendicidad con clase y arte en aquel parque sevillano
actualmente en cierto forma abandonado a su suerte. Al maestro
jerezano le acompañaba Antonio Carrión, el cual
conoce perfectamente cual es la labor de un buen acompañante.
Como suele decir Don Juan Habichuela, un buen tocaor que acompañe
el cante debe saber lo que hace. Es decir, debe saber que
no debe de intentar restar protagonismo al cantaor, sino saber
hacer con profesionalidad y buen gusto más llevadero
el paseo entre sus frases. Que haya comunicación y
entendimiento, y no una disputa. Porque ciertamente entre
el rencor y el afán de protagonismo nunca surgió
ni surgirá actividad artística que valga la
pena. Y éstos son principios que Carrión parece
comprender a la perfección. Carrión sabe cuando
debe alargar una falseta para ayudar a recuperar la voz de
Don Antonio, los tonos que necesita, o como hay que tocarle
en cada momento. Es una muy buena pareja.
Y empezó la clase de flamenco con enseñanzas
de cantes surorientales. Buena idea empezar por malagueñas.
Con sabiduría, como deben ser las malagueñas.
Y de allí surgieron posteriormente letras que hablaban
de la mina… allí estaba el taranto. He de reconocer
que mi palo favorito en Don Antonio es éste, el taranto.
La razón es porque sabe imprimir perfectamente en su
voz como debe ser éste cante. Además, cantado
de raíz. Porque Don Antonio en ninguna ocasión
suele recurrir a efectismos, nunca juega con su voz, porque
sabe que la sabiduría no es ningún juego.. simplemente
es la exposición del arte que vive en un conocimiento.
La voz del señor Núñez Montoya es lineal.
Nunca buscó la espectacularidad, puesto que es un cantaor
de esencia. Y eso es lo que hizo grande al taranto.
Y llegó «la madre del cante», la soleá.
Que grande hace la soleá Chocolate, que grande. Al
oir por soleá a Don Antonio, uno parece escuchar su
voz saliendo de una vieja radio en una taberna. Aquella taberna
que se esconde en una callejuela empedrada, perdida del ruido
de su ciudad. Donde sentado en una silla de enea y con el
vaso de tinto en la mano, apoyado en la vieja madera de la
mesa, se pierde la mirada en el humo del cigarrillo que descansa
sobre el cenicero. Quizás buscando la razón
del sentimiento en un punto perdido entre los dibujos de las
baldosas del suelo y el colorista aire de los azulejos de
la pared cual serían las razones de aquella pena. Fatiga
que algún hombre escribió en su día y
tan bién llega al corazón de quien lo escucha
si lo transmite Chocolate.
Después de la soleá, llegó el fandango.
Quizás el palo más recordado por la afición
en éste hombre, gran conocedor de letras. Tanto es
así que sería capaz de pasarse horas cantándolas
sin repetir ninguna estrofa. Además su fandango tiene
una personalidad que lo hace diferente a los demás.
No se puede explicar, es mejor comprobarlo por uno mismo y
percibir su diferencia. Como suele ser habitual en sus últimas
apariciones por la capital, volvió a recurrir a las
letras que hablan sobre los momentos en que los sentimientos
discuten con los compromisos. La más que conocida infidelidad,
vista desde aquel niño que no comprende exactamente
que está viviendo pero el inusual ambiente que lo rodea
le despierta en un mar de dudas.
Y Antonio Carrión se queda solo en el escenario.
Como buen profesional que es, sabe que la recompensa a un
acertado acompañamiento es su momento de protagonismo.
Nos llevó hacia el pueblo de Norman (tocaor) y Estela
Zatania (periodista), Morón. El recuerdo de Diego del
Gastor latía en las falsetas de aquella bulería.
Una luz iluminaba aquella fuente de compás. Aquel foco
alumbraba desde el lateral izquierdo del teatro, justo encima
de un palco. Inmovil permanecía su mirada que apuntaba
hacia la sonanta. Su imponente presencia en el cielo de la
sala transmitía su conocimiento a aquellas cuerdas,
aquellas manos. Y se contaron un secreto, y en el ambiente
se captaba. Desde la oscuridad de su palco se adivinaba la
presencia del maestro de Triana asomado a su barandilla, el
cual no se perdía ningun detalle del toque de Carrión.
Parecía un Dios envuelto entre la nube que provocaba
su cigarrillo alumbrada por luz del foco que tenía
a sus espaldas. Uno de los grandes concertistas de la historia
del flamenco estaba allí presente, Don Rafael Riqueni.
Momentito de grandeza, de mucha grandeza.
Volvió a salir Chocolate, y explicó detalladamente
con gusto enciclopédico que lo que a continuación
iba a cantar es un palo no muy usual, una serrana. Todo un
acierto.
A continuación llegó la seguiriya. Y el
quejío de Chocolate que siempre queda en el recuerdo
hasta la siguiente ocasión que se tenga la suerte de
escucharlo. No es un quejío potente, ni espectacular…
no. Es un quejío que transmite. No es necesario que
un ay salga con una alta tonalidad, o un provocador efectismo.
Lo necesario es que el mensaje llegue. Como también
llegó la toná para despedir el recital. Sabiduría
hecha cante, y cante hecho martinete que continuó con
una emotiva letra carcelera. Ésto provoco una espectacular
reacción del público, con una gran ovación
que obligó a los dos grandes artistas a salir de nuevo
al escenario para rematar la faena por fandangos.
Después de todo esto, sinceramente hay que preguntarse
cuando será la próxima vez que se produzca un
espectáculo similar de «Chocolate de la Alameda»
en el foro, en Madrid.