VII Flamenco Biennale/Amsterdam
Triunfo de la Accademia del Piaccere de Fahmi Alqhai en un “regreso al futuro” en el que los instrumentos del pasado nos enseñan el «flamenquísimo» horizonte contemporáneo.
José Manuel Gómez Gufi
En el inmenso hall del Muziekgebouw de Amsterdam suena música procedente del primer piso donde se concentran unas ciento cincuenta personas que atienden las explicaciones sobre el concierto que vamos a ver, suena la Niña de los Peines y una cantante marroquí. Falta media hora para el concierto y aquí se toman la cultura en serio, hacen los deberes. A esa hora en el restaurante están sirviendo postres, cafés y copas. Yo he aprendido de los horarios locales y he comido espaguettis a las seis de la tarde.
El sevillano Fahmi Alqhai presenta su grupo Accademia del Piacere y el espectáculo “Romances entre Oriente y occidente” que comienza con los sonidos de un órgano y de la viola de gamba, que nos traslada a las catedrales (luego sabremos que ese es el sonido vigente entre el siglo XV y el XVII) el percusionista Agustín Diassera tiene una mano en un pandero (habitual en gallegos y bereberes) y la otra en un cajón (de los negros peruanos, usado por los flamencos desde 1980). Hay dos instrumentos de cuerda, una guitarra interpretada por el sevillano de origen holandés Tino van der Sman y un instrumento persa de cuatro cuerdas, el setar, de sonido metálico tañido por Kiya Tabassian.
La sala del concierto tiene un aire a catedral, así que cuando escuchamos la voz de la soprano Mariví Blasco me paso un buen rato especulando sobre la procedencia de la voz, y cuando es contestada por la tunecina Ghalia Benali, se me ocurre mirar hacia el cielo y… ahí están, frente a frente, en el palco de arriba. Buscando equivalencia entre culturas.
Fahmi es uno de los grandes intérpretes universales de viola de gamba y su manera de entender la “música antigua” (o música histórica) es con una desbordante imaginación, así que uno se siente como en la película “Regreso al futuro” a punto de cantarle al primo de Chuck Berry el Johnny be Good. Así que pongan a tono su condensador de fluzo y nos vamos a la expulsión de los moros de Granada (1492) y cómo los moriscos se refugiaron con sus canciones y su cultura en las Alpujarras.
¿Qué tiene todo esto que ver con el flamenco? Se preguntarán los amantes de la pureza y ahí contestamos con más preguntas: “¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos?”. La reconquista se saldó con la expulsión de los moros y judios (1492), a la que siguió años después la de los moriscos (1609/1613) que viene a ser como si ahora expulsamos a los patrocinadores del Barça y del Real Madrid y nacionalizamos Amazon (y no se olviden del intento de expulsión y/o exterminio de los gitanos en La Gran redada de 1749).
Volvamos a la música porque tras una larga suite en la que escuchamos las equivalencias entre moros y cristianos, la música misma fue apoderándose de los músicos hasta entrar en trance, especialmente gracias a Ghalia Benali que comenzó a girar como derviche poseída por los mejores espíritus de la historia y por ahí se nos apareció la magia de Ziryab (789 Mosul/857 Córdoba) el patriarca de los guitarristas en las manos del setar con todo el conjunto alcanzando un “groove” muy contemporáneo y apareció la mística sufi y los poemas de Ibn Arabi (Murcia 1165/ Damasco 1240) y la clase de cosas que deberíamos escuchar en las clases de historia. El impacto del grupo resulta tan contundente que necesariamente necesita influir en el mundo flamenco aunque sólo sea para transmitir esa sensación de libertad y alegría. Efectivamente es un curso de placer y de belleza.
Y aquí vuelven a ponerse en pie los holandeses aplaudiendo a rabiar y cuando sales del teatro te ofrecen un vino (o un zumo) y un mogollón de gente se queda saboreando el concierto. Después una pareja flamenca ameniza la espera para un encuentro con los artistas en el que Ghalia Benali descubre que además de un poema de Ibn Arabi ha cantado a un poeta contemporáneo, un refugiado de los de aquí y ahora.
Galeria fotográfica por © Marjon Broeks