51ª Fiesta de la Bulería – Jerez canta a Manuel Moneo
Sábado, 25.08.18
Jerez canta a Manuel Moneo
Texto y fotos: Tamara Marbán Gil
Ficha técnica
Cante: Manuel Moneo ‘Barullo’/ Luis Moneo / Tomasa ‘La Macanita’/ Jesús Méndez / Luis ‘El Zambo’
Guitarra: Diego del Morao/ Juan Manuel Moneo/ Manuel Valencia/ Miguel Salado
Baile: Manuela Carpio con Enrique ‘El Extemeño’, Juan José Amador, Miguel Lavi, Juanillorro, El Quini, Israel de Juanillorro, Iván de la Manuela, Juan Diego Mateos y Juan Requena
Fin de Fiesta con grupo 24 kilates. Artistas invitados: Fernando Soto, Luis Peña, Carmen Ledesma, El Torombo, Pepe Torres, Diego de la Margara, El Bo
Palmas: Chicharito / Diego Montoya /Manuel Salado / El Macano
Presenta: Juan Garrido
Dirección musical, artística y puesta en escena: Manuela Carpio
Especial Fiesta de la Bulería – a la memoria de Juanillorro
La Alameda Vieja parecía más grande (y más llena) que nunca. Eso y una intensa carga emocional con la fotografía de Manuel Moneo Lara, fallecido a los 67 años, sobre el escenario acogiendo todo: a quienes están rotos, a quienes lo extrañan con singularidad, a los huérfanos de su partida o a quienes, conociéndolo o no, ven en el nombre una saga con tirón o en su estampa y su garganta un horizonte admirable al que seguir. Con una retraso de más de media hora por problemas técnicos en la entrada, daba comienzo quizá el más esperado, sin duda el que más entradas vendió, quizá el que más expectativas albergaba sobre sí.
El silencio y el semblante tranquilo de Manuel Moneo Lara, fallecido el 19 de diciembre del año pasado y al que se le rendía homenaje. Una silla vacía y una luz que ilumina desde atrás y eleva su chaqueta sobre sí para apreciar la herida. De ella nace una ronda de tonás con un martinete del propio Manuel, que recuerda su metal al respetable; un eco que rebotó en las paredes milenarias del Alcázar y que sorbíamos como aroma ineludible. Cogió el testigo Manuel Moneo, ‘Barullo’, hijo del homenajeado. Precisamente porque parecía que no tenía fuerzas, cantó con lo último que queda: las tripas del desasosiego de la pérdida. He ahí el hallazgo. Quien no se conmovió ante semejante fulgor, que se lo haga mirar.
La luna pa ti está; yo le he contao mis duquelas y la luna se echa a llorar. Lo dijo muy bien Luis ‘El Zambo’ por bulerías porque efectivamente la luna, tan lorquiana casi llena, repartía brillo sobre la oquedad inmensa que dejó Manuel, quizá también porque toda ausencia es prematura. Por eso, el manto de magia y duelo con que esa escena cubrió hasta lo más manido no pudo irse en toda la noche y roció de maestría todo lo que vino después: a razón de dos cantes por cabeza, Jesús Méndez (el único que se salió del tándem soleá-bulerías y se trajo unas alegrías de su último disco) con Manuel Valencia, El Zambo con Miguel Salado, La Macanita, que estuvo especialmente entregada a la causa (tanto tiempo sin verla brillar así) con un Diego del Morao que pasea por lo imposible como quien bebe agua nada más levantarse y, como un diamante -tímido, pero diamante al fin y al cabo- que se prodiga demasiado poco para el arsenal que atesora, un Luis Moneo conmovido por soleá, por siguiriya y por bulerías acompañado de su hijo Juan Manuel, que confesaba deshacerse cada vez que le toca a su padre.
La velada, confeccionada en tres partes, llegaba a su segundo tiempo con una soleá majestuosa de Manuela Carpio, artífice como directora artística. Acompañada en el atrás como la diosa de Persia que es por dos cañones como Juan José Amador y Enrique ‘El Extremeño’ (¡qué pareja, qué pareja, con esa soleá bohemia que recordó a Manuel Molina!), Miguel Lavi, Juanillorro, Israel de Juanillorro e Iván de la Manuela, las guitarras de Juan Diego Mateos y Juan Requena y el compás de Chicharito, Macano, Manuel Salado y Diego Montoya, la bailaora de la Plazuela, que admiraba con delirio a Manuel Moneo, sacó a relucir la apoteosis de su baile sin ataduras por soleá. Manuela es un grito de libertad porque no recuerda a nadie, aunque algunas de sus estampas glosen a más de una (otra Manuela, esta vez Carrasco, por ejemplo). Si usted se para a observar su movimiento verá con claridad cómo se nutre del contexto y se crece en él: demanda el cante, lo escucha, lo rumia y lo integra, lo engorda en la caja torácica hasta que implosiona catártico a través de sus extremidades, tan veloces y anárquicas como certeras. Sin duda, una expedición a lo salvaje.
La noche terminó con un fin de fiesta (llamado de 24 quilates) bastante caótico, y si bien es cierto que no es extraño que en el flamenco de cierto caos nazca la magia, esta vez no ocurrió del todo así. Y eso que se sumaron al homenaje figuras como Pepe Torres, Torombo, Luis Peña, Diego de la Margara y la muy esperada Carmen Ledesma. Aun así, destacó la Macanita cantándole a Manuela, y no porque lo hiciera especialmente bien (brilló más en su bulería en solitario) sino por la sororidad y el respeto que se percibía entre ellas; algo que alcanzó también a Carmen Ledesma en una alianza triangular muy bella, aunque perecedera (y, por cierto, poco habitual). Mención especial también para Diego de la Margara cuya presencia siempre es garantía de elegancia y de dominio también la de Pepe Torres, la finura de Fernando Soto y la pataíta de otro planeta de El Bo, aunque para rey de los malabares por bulerías llegó especializado Torombo, una tormenta con rayos y retruécanos. El momento tierno lo protagonizó el diálogo cantado y bailado de Juanillorro con su hermano Israel por bulerías de la tierra: complicididad y buenrrollismo ilustrado con las carnes asomando y retirándose, a compoás, agarrados del brazo.
Quedó el sabor de la apoteosis colectiva, más emocional que musical, pero apoteosis al fin. Y también la sensación de haber hecho justicia con la memoria de quien tantas veces pisó estas tablas y escribió con letras de bronce, el mismo material de su garganta, el nombre de la familia Moneo.
No quisiera terminar esta crónica sin comentar el disfrute que suele garantizar esta fiesta para quienes acudimos, pero también el sorprendente mal trato a la prensa: un trocito de losa para darte una vueltecita por bulerías puede funcionar, pero para cubrir gráficamente la Fiesta de la Bulería NO sirve. Necesitamos espacio y margen de maniobra para molestar lo menos posible al respetable quien, por otra parte, suele comprender con serenidad la labor y hasta suele ayudar. Tampoco mejora las cosas colocar dos mesas para prensa escrita y que una de ellas casi no se aguante en pie y la otra tenga dos frondosos árboles delante. Es una pena que ambas partes (personas acreditadas y quienes dan las acreditaciones), que aman el flamenco con la misma intensidad y que con su trabajo contribuyen a difundir sus bondades, encuentren tantas dificultades para entender la naturaleza de este trabajo. Si quieren que contemos dignamente lo que sucede, déjennos trabajar con esa misma dignidad.