50 años de cante. José Menese, Rancapino, Fernando de la Morena

50 años de cante: Menese

50 años de cante: Menese

Texto: Silvia Cruz Lapeña
Fotos & videos: Rafael Manjavacas

50 años de cante. José Menese, Rancapino, Fernando de la Morena en el Festival Suma Flamenca de la Comunidad de Madrid. Teatro Español.

La magia de un desencuentro

¿Cuántos de los presentes habrían ido a ver a uno, a dos de ellos o a los tres? El Teatro Español estaba a tope en la noche en que tres figuras del flamenco, ni jóvenes, ni guapos, ni mediáticos, se reunían en un espectáculo que llevaba el nombre de “50 años de cante”.  Los tres señores en cuestión no eran otros que Fernando de la Morena, Rancapino y José Menese. Salieron juntos al escenario y se marcaron tres tonás de distinto corte para después separarse y cantar cada uno sus cosas. No es que fuera una mala fórmula pero se echó de menos un poco de amasijo, algo calidez entre ellos. 

Abrió Fernando de la Morena, que sacó sus muecas a pasear, ésas que explican en buena parte qué es el flamenco: balbuceo, llanto y desinhibición. Como si fuera un niño bebé, De la Morena cantó por soleá, fandangos y bulerías acompañado de Domingo Rubichi y aunque se emocionó por los olés y la pasión del público, no le faltó pulso para pedir una y otra vez que arreglaran el sonido. Merecerían capítulo aparte los problemas de este tipo que ha habido en el Teatro Español con todos los espectáculos de la Suma y del que se han quejado, en público o en privado, casi todos los artistas. 

Pero ningún ruido podía estropear lo histórico del momento, pues nunca habían estado juntos en un escenario estos tres grandes y lo más probable es que no vuelvan a estarlo. Salió Rancapino y el teatro se vino abajo: su sonrisa perenne cameló al respetable. Aún corto de voz y mermado de fuerzas, Rancapino demostró que en el flamenco, como en la vida, hay cosas más valiosas que lo tangible, que cuando uno tiene ángel, casi da lo mismo lo que haga o lo que diga. Empezó por alegrías, como no, al compás de una guitarra maravillosa: la de Miguel Salado, que disfrutó acompañando a la figura y casi se convierte en otra gracias a sus yemas prodigiosas. Rancapino redundó en palos que había ejecutado su compañero, como la soleá, e incluso repitió la letra del fandango que había cantado De la Morena, un hecho que aprovechó el tercero de la noche para dar un aguijonazo.

Porque José Menese salió al más puro estilo Menese, es decir, embistiendo: dijo que no repetiría palos por respeto a sus compañeros y empezó por tarantas y rondeñas. Siguió con un mirabrás, queriendo acogerse a palos casi olvidados: “Voz del pueblo, voz del cielo”, incluía su letra, después de haber dejado claro que en Sevilla está “proscrito” y que es en Madrid donde se ha sentido siempre bien tratado. 

Una señora entre el público le pidió una petenera, y él, ni corto ni perezoso y con la pericia de Antonio Carrión a las cuerdas, se metió en el palo creando el momento artístico más redondo y simbólico, no solo de la noche, sino de toda la Suma Flamenca. Menese siempre se queja pero su voz, potentísima y docta, es capaz de hacer olvidar cualquier cosa que no sea su belleza y el conocimiento que transmite en cada nota.  Repitió palo al cantar por soleá pero eso en él no es una contradicción sino un aviso a quien le escucha: es mejor no interpretar literalmente lo que dice pues sus frases tienen siempre, por lo menos, dos niveles de lectura. Menese acabó por guajiras y se apoderó del espectáculo, cómo no hacerlo con esa garganta suya y ese saber, pero al final del concierto poco importaba a quién había ido a ver cada asistente. 

En las butacas hubo gente de todas las edades, un público variado que echó de menos un fin de fiesta conjunto que nunca ocurrió. No hubo conexión entre los artistas, ni física ni espiritual, pero la comunión con el público fue absoluta. Dichoso público, afortunado, que se bebió un siglo de historia del flamenco en una sola noche y aplaudió, lloró y no se rompió la camisa porque solo arrancarse la piel a tiras habría dado cuenta de la emoción vivida.


Fernando de la Morena

 

José Menese

 

Rancapino

 

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