Texto & fotos: Estela Zatania
PROGRAMA DE LUJO, EMOCIONES FUERTES
Cante: José Mercé, José Valencia, Eva Ruiz. Baile: Farruquito y su grupo. Ocho días de actividades paralelas, recitales de guitarra, conferencias con cante, la exposición “Pastora Pavon, la Niña de los Peines” y un programa de máximo lujo para la Caracolá Lebrijana… ni que hubieran bajado la prima de riesgo. Con razón estaba todo el papel vendido para ocupar una silla de plástico en la Plaza del Hospitalillo durante cuatro horas y media. Pero a quince euros la entrada, ni el lleno absoluto iba a cubrir el coste de este cartel, así que hay que felicitar a la organización y admirar su esfuerzo y el de los patrocinadores en este punto cardinal del mapa jondo. La primera en ocupar el escenario es la cantaora local Eva Ruiz, profesora de cante de una academia de flamenco en Sevilla, y objeto el año pasado de un extraño sabotaje de su actuación que dio lugar a repetidos cortes de la megafonía. Un original arreglo de cabales, malagueña con abandolao, tientos tangos y bulerías de sabor lebrijano fueron acompañados por Francisco Vinuesa y Carlos Ara a la guitarra, y las palmas de Juan Diego y Manuel Valencia.
A continuación, el milagro llamado José Mercé. Pobre hombre… padece el terrible defecto de la constancia. No es el típico genio irregular con actuaciones más buenas, más malas o más mediocres. Es un genio absolutamente atípico que no parece tener días flojos. Entonces, ¿qué ocurre? El aficionado de a pie que siente el irresistible impulso de criticar, dice “siempre canta lo mismo”, o “no me gusta su repertorio pop”, comentarios que se escuchan por ahí. Vamos por partes. En primer lugar ¿qué le importa a nadie si además de cantar cante clásico se gana mucha pasta con canciones lite que le gustan al gran público? Es gracias a ese éxito comercial que tenemos el privilegio de poderlo escuchar en un festival como este, y sin concesiones de ninguna clase. Y si canta “siempre lo mismo”, es porque el cante, a diferencia de la música pop, no tiene fecha de caducidad, siempre ofrece la posibilidad de mayor dimensión y Mercé posee los conocimientos y experiencia para dotarlo de auténtica profundidad en cada interpretación. Su entrega es total, a la vez que evita la teatralidad en la que caen otros en busca del duende. Cuando llega al verso “…se me ha ido mi Morao cuando más falta me hacía”, ni un vellito humano resistía enderezarse, ni nadie fue capaz de evitar ponerse en pie. Fue recibido con una cálida ovación del público en pie. Pesa en el aire la ausencia de su Moraíto, nuestro Moraíto, pero su hijo Diego del Morao le acompaña a la guitarra, además de Chícharo y Mercedes a las palmas. Mercé comenta que se siente lebrijano porque “mis genes son de aquí”, pero más tarde un fan emocionado gritaría “¡José, tú no eres de Lebrija, no eres de Jerez, eres del cielo!”, y el público de entendidos le pertenece. Malagueña y soleá dedicada “a mi primo Curro Malena”, y cuando llega al verso “…se me ha ido mi Morao cuando más falta me hacía”, ni un vellito humano resistía enderezarse, ni nadie fue capaz de evitar ponerse en pie otra vez ante la intensidad, casi insoportable, que transmite este cantaor. Alegrías con mirabrás, bulerías y más bulerías, ahora delante con su elegante baile, y la nobleza de ceder el escenario “a mi primo José [Valencia] que va a formar un taco”. Se le despide con otra ovación a pie, que son tres, y bien merecidos. Otro artista local, pero no tan local, porque “local” es cualquiera en su pueblo. José Valencia, al que llevamos tantos años disfrutando en el atrás de las mejores compañías de baile, acaba de grabar su primer disco en solitario, y aquí venía para presentárnoslo. “Sólo Flamenco” se titula, y con toda la intención del mundo, porque este joven cantaor está comprometido con el cante clásico que aprendió a amar desde niño.
Valencia es, sin duda, profeta en Lebrija donde es adorado y admirado. Se le ve más estilizado de cuerpo ahora, su cara refleja más madurez y posee una voz impresionantemente hermosa y apta para el flamenco. Con las excelentes guitarras de Eugenio Iglesias y Juan Requena (a ver si otros jóvenes guitarristas se dan cuenta de lo bien que se ve un guitarrista de traje y corbata como iba vestido Requena), el cantaor interpretó tientos tangos, cante minero y bulerías de canción al compás de Lebrija. Para la soleá, ruega silencio al público bullicioso, luego, malagueña con abandolao y cantiñas con el sabor peculiar de su pueblo. Arriesga todo por siguiriyas dedicadas a su padre, y Requena no le quita ojo ni por un instante, como los grandes acompañantes. Agotado pero sin rendirse, Valencia nos dio todo un recital de cante, y todavía había más: unas generosas bulerías y la despedida por tonás que dejó al público enloquecido. Y aún quedaba la actuación de Farruquito, su primera participación en la Caracolá. Vino con un grupo minúsculo pero de gente buena: el cante del Rubio de Pruna y María Vizárraga, la guitarra de Román Vicenti, un joven palmero y para de contar. El programa cortito probablemente reflejaba un caché reducido. Farruquito abrió por siguiriyas con el espléndido cante del Rubio. Está bailando a su nivel excelente de siempre, se le ve algo más delgado y más oscuro anímicamente…más maduro. Después de un solo de cante de la Vizárraga, volvió el bailaor por soleá con el cante del Rubio que nos impresionó por la variedad de estilos. Bulerías para rematar y a las tres y media pasadas finalizó la cuadragésimo séptima edición de este venerable festival, sin ningún elemento flojo, flamenco sin más y grandes emociones.
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