Texto: Silvia Cruz Lapeña
Foto: Facebook Jamboree
Mariola Membrives presenta en el Jamboree un espectáculo en el que reinterpreta temas del disco que publicaron hace dos décadas Enrique Morente y Lagartija Nick.
Homenajear Omega, el disco que parieron Enrique Morente y Lagartija Nick, en su veinte aniversario es una insania. Mariola Membrives lo sabía, por eso avisó al público del Jamboree de sus nervios y de la responsabilidad cuando iba a encarar el tercer tema. “Omega 20.16” es uno de lo proyectos que nacen de “Lo Morente”, el ciclo que durante este año celebra la Sociedad Flamenca El Dorado de Barcelona.
Para su propuesta, Membrives se unió a Masa Kamaguchi (contrabajo), Pau Vallet (guitarra flamenca) y Pol Padrós (trompeta). A los pulsos, el batería Marc Miralta, que no puede palpar más bien sus instrumentos y el alma humana.
En un homenaje de ese tipo pueden pasar dos cosas: que todos se queden cortos por temor a faltar a los muchos maestros que contiene Omega o que pierdan la cabeza queriendo hacer algo mejor. El grupo no optó por una cosa ni por la otra y por eso acertó.
Garganta prodigiosa
“Omega 20.16” es, efectivamente, un atrevimiento. Pero sólo sobre un disco que suena a pesadilla, a sueño de humano hiperconsicente, puede alguien permitirse tamaña temeridad. El disco de Morente fue un trance, un superar los estadios conocidos. El Omega de Membrives tenía la obligación de ser, al menos, una locura. Y resultó ser una conmovedora.
Duró una hora y menos mal, porque esa intensidad no es soportable para la voz de nadie, ni siquiera para la prodigiosa garganta de Membrives. Tampoco para el público, al que desde el primer tema la fibra se le hizo pizquitas.
Membrives fue cantaora, cantante, actriz y recitadora. Todo lo hizo bien. Se emocionó y consiguió transmitirlo, se dejo ir en temas como “Pequeño vals vienés”, donde se lució más cuando se alejó de la canción y se puso cantaora. En “Niña ahogada en el pozo” optó por añadir tintes copleros porque quiere y porque puede: su voz es tan larga como el cielo de Manhattan.
Clavó el “Aleluya” al entenderlo como un llanto. Porque eso es un aleluya, un grito de alivio pero un grito. Un “menos mal” expelido con las tripas, no con la boca. “Sacerdotes” fue un regodeo, la hizo más lenta, más dolorosa y ahí consiguió Mariola la mezcla exacta de desate y contención que precisan las canciones que se gestan en el píloro.
Rodaje
Al espectáculo le falta un poquito de ensamblaje, pero no más de lo normal en un estreno. El trabajo de Mariola fue agotador, estuvo inmensa de voz y de transmisión, y sólo le faltó acabar de arrebatarse, de soltarse un poco más el pelo, física y metafóricamente. Lorca era así. Cohen lo es. Y la música de Omega lo permite.
Miralta estuvo estupendo. Vallés, discreto y preciso. Kamaguchi, arropador. Y Padrós, a la trompeta, tuvo un momento de gloria al ponerle unas notas con sabor latino a La aurora de Nueva York. Con esos toques de Caribe, minúsculos y hermosos, Nueva York sonó a jungla. Y ese aire cálido de fondo envolvió la podredumbre que describió Leonard Cohen y resultó una maravilla.
Todos debieron arropar más la voz de Mariola, acompañarla. En ese sentido el concierto fue más jazzero que flamenco. Detalles menores que pulirá el rodaje. Porque ojalá este tributo a Omega y a Enrique Morente ruede y ruede. De momento, se va para Málaga: el 13 de mayo llega a la Térmica. No se lo pierdan.