Texto: Antonio Conde
Fotos: Ana Palma
Ginesa Ortega / Fuensanta la Moneta
Ginesa Ortega
Este año no han querido jugársela. Entre la crisis y la meteorología las opciones que se barajaban podían ir en un camino u otro, pero al final se ha optado por asegurar el espacio a pesar de no contar con las mismas localidades para que el público disfrute de esta nueva edición del Ciutat Vella. Se cambió el Pati de les Dones por un escenario cubierto. Además se da la circunstancia que este año cumple la mayoría de edad. La XVIII edición homenajea, (como no podía ser de otra manera) al maestro Morente. Un circuito de actividades y conciertos en torno al maestro, sentido homenaje al cantaor más querido de este festival. Y no es para menos. La unión del granadino con este festival viene de lejos. Un tributo angulado desde diferentes prismas; desde el experimentalismo que él mismo aceptaba como base de su trabajo hasta el clasicismo hecho flamenco. Comenzaron las actividades con una obra experimental, futurista, protagonizada por Juan Carlos Lérida, Florencio Campo y Marco Vargas. La voz de Miguel de la Tolea y la batería de Dani Tejedor tributaron el disco “Omega” en tanto que los bailaores coreografiaron su visión particular de esta obra. La catalana Ginesa Ortega fue la encargada de abrir el festival. Posee una voz de lo más flamenco. Y esto es bueno cuando se apuesta por ejercitar el cante por cante. Su voz está hecha, suena a madurez y desde que principió por alegrías concentró las energías en encontrarse a si misma. Con el acompañamiento de Alberto Fernández y Jesús Joaquín ‘Puchero’ en la guitarra y la percusión de David Domínguez prosiguió con breves tientos para resolver por tangos, acordándose de la Niña de los Peines y pincelando el cante de Triana. Soleá por bulerías que quedó en soleá aligerada en la que personalizó los cantes del Chozas sui generis, por momentos muy musicalizados. En homenaje al maestro, realizó unas granaínas con olor a jazmín albaicinero. El cambio no llegó por abandolaos. El binomio Morente-Lorca en Ginesa con la Aurora de Nueva York, estuvo en exceso centrado en modos jazzísticos más que en los morentianos. Para terminar homenajeó a Terremoto con su bulería “Luz en los balcones”. Supongo que la falta de coordinación/ensayo deslució este final. A pesar de esto rescató al omnipresente Lorca con la Tarara y Anda Jaleo por tanguillos. Tras un breve descanso se anunciaba a Fuensanta La Moneta. Acompañada de Enrique el Extremeño, Miguel Iglesias y Cheyenne a la percusión prefirió hacer caso omiso a las nuevas tendencias y detenerse en el cante. Tal que así, le bailó durante toda la noche al Extremeño. Como a la antigua usanza en las gañanías, el cantaor mandaba y el baile se introducía al son de lo jondo. Me cuentan que Morente en una ocasión le dijo a La Moneta que el suyo si era “verdadero lenguaje flamenco”. Un axioma del maestro. Recorrido antológico por los cantes para dar rienda suelta al baile. Más flamenca que nunca, arrasó desde que pisó el escenario. Romance del Extremeño y danza arrebatadora. La Moneta posee el don de que un solo gesto, una mirada, un movimiento, aunque sea fuera del escenario lo hace flamenco. Nos podemos imaginar lo que es capaz de dar en las tablas. Y es que La Moneta es una fuente de sabiduría a pesar de su juventud. El dominio del mantón lo demostró con el cante por caña. La intensidad de su baile está cargada de fuego, ya sea fuego lento o un volcán, que es en lo que se convierte cuando se exprime a si misma. Sin dejar espacio para el cambio, las transiciones de los cantes son un todo que Iglesias alterna magistralmente. Dibujando los acordes pasa de la caña a las alegrías en Do con lo que la granadina vuelve a pintar flamenco con brocha fina. Un mosaico de flamenquería. En cambio, la vidalita del Extremeño no estuvo bien aprovechada porque el sonido demasiado fuerte hizo de su voz un trueno. A partir de aquí, Fuensanta no cesó un instante en su argumento. Bulerías de Cádiz, aroma a salitre, sabor a viejas ricas, y cambio proporcionado, fruto de los posos de ésta, en el reflejo de la serrana que dio el cambio a lo telúrico. De nuevo el idioma que respira Moneta, inspira y expira flamenco y lo mejor de todo es que deja la esencia en el aire para que el público la respire y tientos-tangos para finalizar dejando el aroma de la tierra.
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