En el verano gaditano de 1996 un personaje de esos que derrochan sensibilidad sufrió un accidente cuyas consecuencias -la más evidente en aquel momento era la fractura de una pierna- no se pueden calificar de desafortunadas después de transcurridos los años. Este personaje era Antonio Caña, vocalista del grupo Maíta Vende Cá, nombre cuyo significado -mi madre es gitana- ya pocos desconocen a estas alturas. Ante la inmovilidad producida por su extremidad rota, Antonio quiso resistirse al aburrimiento y reunió a unos cuantos amigos para divertirse cantando.
Aquellas juergas flamencas, flamenquitas o como quieran denominarlas los etiquetadores musicales, se convirtieron en maqueta y más tarde en un disco titulado «Maíta Vende Cá», del que en poco más de mes y medio fueron adquiridas 45.000 copias. Curiosamente, la mayoría se vendieron en ciudades como San Sebastián, Bilbao, Oviedo, Vigo y Barcelona. En las críticas se repetían y continuarían haciéndolo las palabras «nuevo flamenco», «fusión», «mestizaje». Es algo totalmente lógico si tenemos en cuenta que nos referimos a unos músicos que crecieron en la Isla de San Fernando. No pueden renunciar a la base que les proporciona sus orígenes, aunque se hace evidente la fortaleza de su personalidad, dado que sus oídos están abiertos a un torrente de estilos con el que han creado el suyo propio, haciendo inútiles las comparaciones.
Con su segundo álbum, «No hay luz sin día» llegaría el reconocimiento definitivo, ni ellos mismos se creían que tan pronto iban a llegar los discos de platino. Sin embargo, saben perfectamente cual es el secreto, el propio Antonio Caña afirma que «la clave es la música’. Hemos conectado con el público sin necesidad de campañas de marketing y caras bonitas. Eso quiere decir que gustamos por lo que somos y hacemos’, nada más». ¿Y qué es lo que hacen? Baladas absolutamente cautivadoras, estribillos certeros, jazz, reggae, samba y, por supuesto, «rumbas, tangos y bulerías que le alegran el día a cualquiera.
El grupo tomaría su forma definitiva en la profético temporada previa a supuestos desastres informáticos causados por un simple cambio de fecha.
Se presentan con una numerosa formación en directo, pero sus cabezas visibles son, definitivamente, Antonio Caña, el guitarrista Manuel Lucas «Luquita» y el percusionista Dani Gallego. Más tarde graban «Loquito por tus huesos», un disco que a pesar de ser considerado por ellos como de transición, debido a que las circunstancias del grupo por asuntos de contratos discográficos estaban a punto de cambiar, no desmereció en ventas y trofeos conseguidos respecto a los anteriores.
Este cuarto álbum, «Trabajito me ha costao», supone su tesis doctoral. La experiencia acumulada durante estos años les ha proporcionado más soltura para hacer lo que de verdad les gusta, que seguro seguirá coincidiendo con los gustos del público. A diferencia de sus anteriores discos no ha sido grabado con su productor habitual, Ricardo Pachón, en los estudios Central Tarifa de Punta Paloma en Cádiz, sino que viajaron a Madrid para trabajar Fernando Illán con el fin de pergeñar un «trabajito» que no merece el diminutivo. En él vuelven a demostrar su capacidad para inspirarse en cualquier elemento que tengan al alcance como «la luna borda en el río». Aunque sigue sin faltar el buen humor y no dejan de manifestar que les «gusta el cachondeo y los guisos con fideos». Encontramos también una guarnición de baladas que erizan pieles, como «Sueño de tu pirata», a las que se suman raciones de música brasileña, junto con las salsas y aliños que han sabido preparar en el mejor de los fogones y con mucho cariño. En el menú de Maita siempre es difícil escoger.