Hace diez años me desperté sobresaltado por la noticia: “Ha muerto Paco de Lucía”, pensé que era una pesadilla, que estaba soñando que escuchaba la radio. Intenté dormirme de nuevo, imposible. Un rato después me llamó Darío Prieto desde el periódico, o desde su casa, pero en acto de servicio. Me daba el pésame, me encargaba un artículo y recogía mis primeras impresiones.
-Pensaba que dios era inmortal.
Eso es todo lo que podía decir. Paco había muerto en Yucatán, México.
Poco tiempo después viajé a Playa del Cármen donde Paco tenia una casa con vistas al paraiso. Un lugar que parecía un parque temático de lujo al que nos habían invitado a unos periodistas para el festival de jazz donde tocaba Wayne Shorter.
Playa del Carmen es el reverso ideal y bonito de Cancún donde en la habitación del hotel te encuentras tres expendedores de bebidas gratuitos ¡de litro! Total que Playa del Carmen es el último lugar en que a nadie le puede dar un ataque al corazón.
PACO ERA DISTINTO
Paco vivía en el vértigo, la velocidad partida por la sensación de que te vas a estrellar. Tenía una seguridad asombrosa en su técnica y vivía en el miedo a lo desconocido. Miedo a que las partituras condujeran hasta el plano del tesoro donde duermen todos los duendes. Un lugar armonioso gobernado por las leyendas de la música clásica y el jazz.
A Paco no le importaba que los demás viviéramos su música con ese mismo vértigo, con el pánico de asomarse al precipicio. Así que ahí estaba uno dispuesto a tirarse la primera vez a una tirolina de 300 metros. La primera impresión es como los picaos de Paco sobre la guitarra. ¿Cómo se para esto?
Estás atado a una cuerda y sientes pánico de asomarte al precipicio. Paco proyectaba sobre cada espectador, en cada gira, en cada concierto esa sensación de aventura y el gozo de haber superado el reto. Uno de los grandes espectáculos celebrados en mi mente es imaginar a mil guitarristas sacando nota a nota “Entre dos aguas” y comprobar la lógica de esa canción que Paco improvisó en el estudio de grabación por que faltaban tres minutos para alcanzar la duración deseable en un elepé.
Dicen que Paco estaba pensando en Las Grecas y su “Te estoy amando locamente”, a mí me da la impresión que es como comparar el Ulises de Homero con el de Joyce. El Ulises de Joyce nunca ha sido bailable y la rumba de Paco de Lucía se baila por las esquinas.
Dicho de otra manera, cuando intentas leer por vez primera el Ulises de Joyce se te queda “la cara de haber pasado la noche mala” (como dijo Morente). Esa cara es la que te permitía distinguir a los guitarristas en la salida de un concierto de Paco de Lucía. Una mezcla de asombro y terror. La certeza de ver a dios y al infierno al tiempo. Lo que dijo Manolo Sanlucar: “Paco encanta al que no sabe y vuelve loco al que sabe”. Rafael Riqueni me lo contó de otra manera “a mi Paco me quitaba las ganas de tocar”.
Creo que fue en el Palacio de Congresos de Madrid estaba esperando para ver a un colega cuando comencé a vislumbrar caras de funeral entre los asistentes que coincidían con el batallón de guitarristas que peregrinaban a los conciertos de Paco y que salían con esa expresión mezcla de incredulidad y preocupación por retener lo visto y escuchado. Todos los demás éramos gente sin graduación que no nos podíamos quitar la sonrisa de la cara.
Aquello se convirtió en una costumbre y así, concierto a concierto, aprendí a descubrir a los guitarristas entre la multitud, casi todos los atribulados lo eran por el oficio de las seis cuerdas. Los demás éramos felices como si estuviéramos nadando con delfines, buceando entre peces tropicales o descubriendo la jondura de cuevas y cenotes.
* Foto portada: Gabriela Canseco
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