La independencia se cobra

La independencia se cobra

La independencia se cobra

La Afillaora

Sara Arguijo
@saraarguijo

Periodista cultural. 
Amante del flamenco sin «k», ni diminutivos.
En ocasiones afilo cuchillos.

A cuenta de la precariedad que se vive en el terreno periodístico, leía hace unos años un estupendo análisis del periodista David Jiménez en el que contaba lo sucedido cuando su periódico, El Mundo, pidió una colaboración a Camilo José Cela y trataron de regatearle el precio. Al parecer, decía Jiménez, la respuesta del Nobel español fue enviar el folio gratis y concluir el artículo diciendo que los escritores son como los toreros y las putas, “que pueden torear en festivales o joder de capricho, pero sin bajar los precios jamás”.

Me ha venido la anécdota a la cabeza después de ver estos días las cadenas de mensajes que se generan en las redes sociales cuestionando la presunta independencia con que se escriben ciertas críticas o reseñas. Desde luego, sería absurdo negar a estas alturas que el periodismo está exento de intereses y defender la honestidad del colectivo así en genérico. No voy a ser yo quién desvele ahora lo tentador que resulta tratar de comprar y/o vender la información, ya sabemos, el poder.

Lo que me molesta profundamente es quienes para defender la autonomía de lo que publican aluden al “yo no vivo de esto”, añadiendo siempre un aún más lastimero “afortunadamente”. Primero como si tener otro sueldo con el que ganarse la vida les eximiera por completo de estar sujetos a la fascinación que produce estar en determinados sitios a gastos pagados, conocer a determinada gente o ser reconocido socialmente, algo que no sé si consiguen con tanta frecuencia en sus trabajos ordinarios. Y segundo como si los que sí nos ganamos la vida escribiendo fuésemos más vulnerables a dejarnos sobornar y dejarnos llevar por lo epicúreo.

De verdad, no culpo a aquellos que teniendo otras profesiones cuentan con la suficiente preparación, experiencia, inquietud o talento como para valorar lo que les venga en gana. Pero ya está bien de poner en cuestión a los profesionales que por los mismos motivos ponen precio a lo que son, a lo que opinan y a lo que narran. Primero porque la independencia señores, sí se cobra. Y segundo, porque les puedo asegurar que -ahora sí, afortunadamente- todavía somos muchos los colegas que estimamos tanto nuestra profesión y lo que hacemos que preferimos vivir bajo el peso de la ética que caer en la tentación de lo que en periodismo es inmoral. Es decir, no contar las verdades por temor a represalias económicas, personales o profesionales.

No pretendo con esto disfrazar de heroicidad al periodista. Pero ya saben lo duro que es ganarse la vida con honradez y la de veces que tenemos que agarrarnos a aquella frase tan flamenca que escribió Salvador de Madariaga de “en mi hambre mando yo”. Lo crean o no, es mucho más sencillo reseñar que los artistas lo hacen genial todas las noches que salen al escenario que reflejar sobre el folio que éste o aquél ha tenido un mal día y echarte encima a los valedores de una verdad que en primero de periodismo ya aprende uno que no existe.

Sobre todo porque quizás, sólo quizás, intente estar más cerca de la verdad el que sabe que tiene que seguir escribiendo de esto y ganarse la credibilidad y la confianza de los aficionados y lectores que el que lo hace simplemente por el gusto de haber estado ahí.

Seguramente a todos nos iría mejor, además, si al menos desde las instituciones públicas se protegiese y reconociese a los medios de comunicación serios que pagan a sus profesionales y no a aquellos que únicamente actúan de altavoz adulador con colaboradores a coste cero. Porque, llámenme loca pero intuyo que la independencia está más en desempeñar tu trabajo libremente con unas condiciones dignas que en escribir para ganarte palmaditas en la espalda.

Imagino que de esto habrá mucho en todas partes pero en el flamenco nos conocemos todos y sólo hay que mirar alrededor para saber que a día de hoy la honestidad es lo que sale más caro. Lean, comparen y saquen sus propias conclusiones pero no menosprecien la labor del que reseña porque cobre 50 euros por pieza.  

 

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