Punta y tacón
Me dedico a un oficio donde se reparten hostias. Es un grupo que se encuentra a la cabeza de las profesiones que más reciben: políticos, artistas y periodistas. Los segundos se exponen, pero no tienen, como nosotros y los primeros, la culpa de todo. Como sé que en parte es verdad, me gustaría que vieran este artículo como una mezcla de disculpa, réplica y azote.
“Revolución”. Este texto arranca de esa palabra, pues son varios los que me han preguntado o comentado de dónde viene la obsesión de los medios con aplicarle ese término al flamenco. Como bien apuntaba Manuel Bohórquez, últimamente muchos lo utilizan para hablar de Niño de Elche y de Rosalía de una forma que parece que no hayan existido Camarón de la Isla, Paco de Lucía o Enrique Morente. Estoy con Bohórquez, sobre todo porque en el caso del ilicitano yo veo más ganas de epatar que de renovar y en el de la barcelonesa, junto a Refree, más versiones que transformación. Ni lo uno ni lo otro me disgustan: cabrear es una de las funciones que tiene el arte, también revisar e interpretar en otra clave lo que ya se ha hecho antes. Para mí, sin embargo, proyecta más a lo jondo unir a Fauré con Valderrama y hacerlos sonar a gloria bendita recién horneada. Es lo que hace Mayte Martín en “Al flamenco por testigo” y aunque los medios la tratan bien, no se refieren a ella como una renovadora.
No soy corporativista, pero conozco suficientes diarios y revistas como para saber que es la chapuza la que explica muchos de sus errores. Más que la mala fe. Y además, y aunque nos duela, no les interesa tanto lo jondo como para hundirlo a conciencia. Creo que algunos artistas también son responsables por dejarse colgar atributos que no tienen viendo que la competencia es amplia y dura. La prensa también lo sabe, pero las prisas y el desconocimiento obligan a hacer cosas que usted no creería: por ejemplo, repicar tal cual notas de prensa que envían managers, discográficas y productoras que saben bien qué quiere la prensa.
Y la prensa quiere, primero y ante todo, novedad. Y si algo no es nuevo, que sea atractivo. Y no es culpa de las redes sociales, ha ocurrido siempre. Otras cosas, por suerte, pasan cada vez menos: por ejemplo, que el responsable de la revista diga que el tema es interesante pero que no va en portada porque la chica no es guapa. Se cortan más y yo me alegro, pero ojalá la chica sea guapa o follonera o ambas cosas, e igual el chico, porque así el disco, el reportaje o la entrevista tienen más números de colarse en la maqueta. ¿Duele? Pues es un “logro” de todos. La mayoría prefiere clicar sobre una galería de fotos que sobre un artículo por malo, bueno o regular que sea. Usted arquea la ceja y niega con la cabeza. Yo tampoco lo prefiero, pero por algo será que rara vez una noticia de cultura está entre las más leídas.
Les diré, pecando de parcial y siendo breve, cómo se aborda el flamenco en la prensa no especializada, sobre todo fuera de Andalucía: les atrae, pero no les gusta; sienten la obligación de publicar algo, pero no lo entienden y suelen tomar los flecos por el todo y recurrir a los tópicos porque es más socorrido y más barato que preguntar o informarse. Hay excepciones, pero a fuerza de buscarle novedad, los medios han inventado sus muletillas: la revolución es una, un recurso manido fomentado fuera de lo jondo (y a veces desde dentro) sobre un mundo que, tanto como el periodístico, se presta demasiado al lugar común.
(foto portada, Isabel Camps)