Arde el flamenco y yo no puedo contarlo

Arde el flamenco y yo no puedo contarlo

Arde el flamenco y yo no puedo contarlo

La afillaora

Sara Arguijo
@saraarguijo

Periodista cultural. 
Amante del flamenco sin «k», ni diminutivos.
En ocasiones afilo cuchillos.

Encuentro etiquetas con mi nombre en Facebook en carteles de festivales flamencos que me pillan a cientos de kilómetros de distancia. Recibo vídeos por whatsapp que tratan de advertirme de la excelencia de un artista. Abro el correo electrónico y veo decenas de mensajes que me anuncian, proponen, sugieren o incluso presionan sobre algún tema flamenco que puede ser de mi interés. Atiendo llamadas que me alertan de asuntos de sucia jondura. En mi mesilla se llenan de polvo libros y discos a los que no he podido ni quitarles la envoltura… Y yo, entretanto, gestiono y escribo cosas que pagan mi autónomo.

Disculpen la retahíla por lo que tiene de personal pero me consta que el retrato sirve para cientos -miles- de periodistas que cada vez tenemos más difícil ejercer la profesión de forma decente (aunque podría haberle puesto el punto final a este párrafo después de profesión y tampoco mentiría). 

Hace unos días mi compañera Silvia Cruz Lapeña denunciaba en sus redes la situación en la que se encuentran nuestros compañeros fotógrafos. El desdén y la falta de respeto que sufren por parte de organizadores, promotores, artistas y hasta de los propios medios, que les obligan a llevar a cabo su trabajo con un trato y unas condiciones lamentables. Ellos, no sé si lo saben, suelen cobrar -cuando les pagan- unos siete euros por imagen publicada. Sí por esas fotos que abren periódicos y revistas y que luego muchos festivales y artistas pretenden utilizar para sus promociones sin permiso… pero esto ya es otro cantar.

Entre los plumillas, ídem de lo mismo. Ni el de la etiqueta se plantea cubrir los gastos para acreditar a periodistas a su evento, ni el resto invertir en publicidad, contratar una agencia de comunicación que haga una campaña o contar con un periodista para algo más que señalar su reseña en el dossier, muchas veces hasta sin firma.

De alguna forma nos hemos acostumbrado a lo servil. A contar lo que podemos y a hacerlo siempre con prisa, como sea. Cubrimos aquello que nos mandan según los intereses creados y callamos cuestiones incluso antes de que nos impongan silencio. Así lo analiza Juan Soto Ivars en el libro ‘Arden las redes’ que leo estos días y que recomiendo a todo aquel que quiera profundizar en “el terrorífico papel que desempeñamos todos”. Asumiendo estas prácticas hemos conseguido que “la ciudadanía perciba a los periodistas como mayordomos de las empresas y los partidos políticos en lugar de como un contrapoder”. Y ahora, también esclavos de lo que el autor llama la ‘poscensura’: “un fenómeno desordenado de silenciamiento en medio del ruido que provoca la libertad”.

No diré nombres pero esta misma semana me he negado a cubrir un concierto que no contaba con fotógrafo oficial y en el que el pase gráfico se limitaba a los diez primeros minutos. Quizás mi indignación les resulte exagerada por lo que tiene la práctica de habitual pero, afortunadamente, todavía se me hincha la vena.

Lo siento, defiendo el derecho de cada fotógrafo a elegir en qué minuto del espectáculo está su imagen y no hace falta ser muy listo, además, para saber que casi nunca es al comienzo. Y hace tiempo que incorporé a mis mandamientos el compromiso de luchar por la dignidad del periodista porque solo así se puede garantizar una información -y una sociedad- justa. 

Aquí, por ejemplo, sería necesario contar cómo Cajasol descuida desde hace tiempo el ciclo de los Jueves Flamencos y por ende el trabajo ejemplar de Manolo Herrera. Las deudas que acumula el ICAS (Instituto de Cultura y las Artes de Sevilla) con creadores, técnicos y proveedores de la Bienal y de tantos otros eventos. La cuestionable gestión que lleva a cabo el Instituto Andaluz del Flamenco en su ‘Flamenco Viene del Sur’ imponiendo unas penosas condiciones a quienes participan, favoritismos aparte… También por qué los discos de Antonia Contreras o Manuel Cástulo no encuentran un espacio en los medios y nos sobran ya calificativos para Rosalía.  

Y, aunque no nos guste relatar nuestras miserias, por no echar tierra sobre nuestra tumba, no estaría mal desvelar que esto no sale porque hay periodistas sometidos a presiones internas, silenciados y en algunos casos maltratados con condiciones infames y protocolos absurdos.

No sé, pero me planteo que el freelancismo al que nos ha obligado este mercado, que grita emprendimiento cuando quiere decir apañátelas, debe servir de algo. Al menos para decidir cómo pagamos las facturas. Ya sabemos lo poco que les importa a algunos que esta espiral vaya en detrimento del flamenco, de sus artistas, de quienes lo promocionan, de quienes lo difunden, de quienes lo contagian. Pero estoy segura que si han seguido leyendo es porque les duele tanto como a mí. Por eso, les convoco a reflexionar juntos, todos. Piensen que en otros temas no lo podrán hacer pero los que amamos lo jondo somos unos pocos. Démonos cariñito.

 

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