La Afillaora
Sara Arguijo
@saraarguijo
Periodista cultural.
Amante del flamenco sin «k», ni diminutivos.
En ocasiones afilo cuchillos.
Como el gitano al que cantaba Raimundo Amador así es Andalucía en lo que al flamenco se refiere. Esta región, ya se sabe, está criada en los días señalaítos. Cuando vienen los artistas presumimos de plaza porque, bueno, aquí se entiende más que en ningún lao y eso tiene que imponer respeto al que se precie de ser jondo por fuerza. Frente a los forasteros curiosos sacamos a relucir algún recuerdo del anecdotario personal que revele que lo nuestro se ha alimentado de experiencias. Y, sin demasiado ensayo, nos ponemos los pañuelos de lunares y jaleamos oles que demuestren al fin que la cosa nos nace de dentro, sangre mediante si hace falta.
De algún modo, creemos que con este orgullo más o menos impostado estamos sosteniendo este Patrimonio Inmaterial de la Humanidad que nos pertenece. Que así contribuimos a conservar lo que fuimos, a defender lo que somos y a construir lo que seremos. Pero lo cierto y verdad es que lo que hacemos es disimular una profunda miopía, en el mejor de los casos, o esconder una absoluta ignorancia, en el peor.
Nos guste o no, Andalucía cada vez pinta menos en el mapa internacional del flamenco y digo internacional sí, porque ahí es donde sitúan las culturas universales. Admitamos que algo estamos haciendo mal cuando nuestras grandes citas flamencas apenas interesan ya a quienes tienen que programar fuera. Cuando nuestros festivales históricos siguen anclados en intereses municipales y golpes de pecho catetos. Cuando quienes transmiten este arte estrenan sus propuestas en otros circuitos o recorren kilómetros para impartir sus cursos a quienes los reciben con más respeto y más presupuesto. Cuando sabemos del interés que despierta el flamenco en otros mercados -desde hace mucho, por cierto- y no hacemos nada por construir puentes y establecer sinergias. Cuando a estas alturas no hemos iniciado las obras para poner en valor éste nuestro patrimonio. Cuando hemos sido incapaces de divulgar este legado en las escuelas. Cuando contamos con los dedos de las manos los centros que educan en la materia. Cuando no favorecemos en absoluto la creación de redes que impulsen este arte. Cuando no contamos con foros para discutir estas cuestiones, ni tampoco con espacios donde hacer compás con los nudillos relajadamente. Y, sobre todo, cuando no hemos sabido ni contagiar la pasión entre los nuestros ni, por supuesto, la consideración que merece.
Sinceramente, es absurdo mirar por encima del hombro a quienes nos dan lecciones con acento extranjero. Lo honesto es que esta tierra se plantee qué papel quiere tomar en el asunto. Que abramos los ojos y sepamos, como ya advirtió el poeta Luis Rosales, que diciendo nunca, y diciendo bueno, también estamos contando nuestra historia sin saberlo.