Rocío Márquez presenta «Firmamento» su nuevo disco

Rocío Márquez Firmamento

Rocío Márquez Firmamento

Rocío Márquez

La cantaora onubense nos cuenta todos los detalles de su nuevo disco «Firmamento» y nos adelanta su primer single «Alegrías y pesares».

 

Escucha «Alegrías y pesares» primer single de «Firmamento» a la venta el próximo 28 de abril 2017

 

Fue en el año 2014, por encargo del Teatro Real, cuando nos unimos por primera vez junto a este ensemble de Proyecto Lorca. Se trataba de ofrecer un concierto como parte de la programación paralela al estreno mundial de la ópera El público de Mauricio Sotelo, basada en el texto del mismo título de Federico García Lorca. Los timbres del saxo (Juan Jiménez), la percusión (Antonio Moreno) y el piano (Dani B. Marente) me llevaban a un terreno desconocido y cómodo al mismo tiempo. Me invitaban a componer nuevas estructuras, a revisitar palos clásicos desde sonoridades diferentes y a comenzar una búsqueda de letras más cercanas a mí.

A este punto de partida se fueron sumando hechos que terminaron de darle forma al proyecto: por un lado me apetecía contar con mujeres que me escribiesen letras nuevas, y de ahí la presencia femenina intergeneracional en la autoría de las mismas, firmadas por Isabel Escudero, Christina Rosenvinge, María Salgado y yo misma. De otro lado la música, a la que me acerco cada vez desde lugares más abiertos, de una procedencia más heterogénea: así hemos ido combinando melodías flamencas clásicas, otras que pertenecen al folklore popular, algunas versiones y nuevas composiciones de mi autoría

Esta mezcolanza surge principalmente de la necesidad que sentimos por hacer convivir la tradición con lo contemporáneo adentrándonos de nuevo en el terreno planteado en el último trabajo discográfico (El Niño, Universal Music 2014), también producido por Raül Refree y asesorado en lo artístico por Pedro G. Romero.

Todo lo citado anteriormente se encuentra en el mismo punto; la conciencia sobre la dulce tiranía, esa que desprenden los colores de la política, del género y de la estética. Porque cada elección puede llegar a encadenar, como una pieza museística cubierta para conservarse que al final muere sin aire.

Constelaciones.

Quisiera yo renegar de este mundo por entero… Todo está en ese ¡Ay! de la Niña de los Peines; A la luna le pido, a la del alto cielo… Y es significativo el nombre del cantaor, El Planeta. La era de Antonio Mairena empezaba ahí, con esa mítica siguiriya; «Época del cometa»… El universo de Pepe Marchena tiene en esa milonga un posible emblema; Luna que brillas en los mares, en los mares oscuros… Camarón de la Isla marcando los tiempos; Si yo encontrara la estrella que me guiara… Enrique Morente cogiendo impulso, andando para atrás desde el futuro.

Los sabios han escrito largo sobre esto de mirar al cielo. Las constelaciones, la astronomía y la astrología, el horóscopo, la escatología tiene en el arte popular una función paradójica, materialista, de arrastre: las cosas, los cuerpos y los afectos caen de los cielos a la tierra. Las estrellas siempre son fugaces, breves momentos de la noche. En el flamenco también. Los gitanos del zorongo y los de verdad, los payos y los gachós de la afición, la buena estrella de cantaores, bailaores y tocaores. El cielo se convierte en un firmamento lleno de nombres, de aspiraciones y ruegos. Se llena de cosas y se cae estrepitosamente sobre la tierra. El cielo se desploma. Por su propio peso, se cae. Demasiadas peticiones estrelladas.

La faz de la tierra oculta fragmentos de meteoritos, restos de cometas y planetas perdidos. A la descripción escatológica del materialismo que desarrolló Walter Benjamin podemos sumar el relato de Pericón de Cádiz. Con una túnica estampada con estrellas, planetas y cometas, ¡Saturno con todos sus anillos!, se presentó el astrónomo en la plaza del pueblo, un telescopio gigante lo acompañaba: ¡Vean! ¡Miren! La octava maravilla de los tiempos, ¡lo más grande que en el mundo se pueda contemplar! Y mientras el público miraba extasiado a los cielos, el pícaro sabio había defecado, patas abajo, y debajo de la túnica que levantaba enseña a los espectadores un hermoso y reluciente mojoncete. ¡Pura escatología, sí! El fin de la metafísica que, antes de Nietzsche, tenía entre los flamencos su prédica. Los metales raros que encontramos en la tierra han caído del cielo. Las fraguas han doblegado el erbio, el europio y el itrio, el gadolinio y el lantano, hasta conseguir afinar la campana, hacer de su hierro un instrumento de precisión. Lo alto es lo bajo, eso nos enseña el cielo con sus escrituras.

Figúrense la luna y las estrellas, lucían como tatuajes en la mano de Camarón, en la tabaquera, entre el pulgar y el índice. Y los más listos de los listos evocaron a los árabes y los judíos, los multiculturales ancestros de nuestro cante jondo. Pero no. El hábito carcelario repite en esos signos una dimensión más carnal. La luna y la estrella son signos habituales de los prostíbulos, signos que aparecen en las chapas del Café Mimí o en La Sevillana. Los signos de Venus, Urania y Príapo han pasado de la mitología clásica al comercio monetario de la carne. De arriba a abajo. Te tumbas sobre el suelo en el campo y miras las estrellas, la cabeza mezclando el cabello con la húmeda hierba.

Los zapatos que me hiciste son estrellas que relucen alrededor de tu enagua. Podría seguir con mil ejemplos. Y es que, lo que creo que ha hecho Rocío Márquez con la gente de Proyecto Lorca es arrastrar la precisión del cielo a las cosas informes de la tierra. Por eso este disco esta lleno de estrellas y de suciedad, de las cosas del mundo, del pueblo que mancha. Por eso en este disco hay mucha política, porque es un disco hecho entre la gente. Juan Jiménez, Daniel Borrego Marente y Antonio Moreno han sido mineros, fragüeros y metalúrgicos. Ese brillo prístino de la voz no puede ser sino polvo estelar, fruto de algunos metales raros convertidos en finos hilos vocales. Es una fragua que no se avergüenza de haberse convertido en fábrica incluso en factoría digital. Por eso piano, percusiones y metales juegan a la perfección con esta voz reluciente y le saca brillo incluso a su quiebra. Han sido capaces de hacer que el metal vibre en su misma tesitura. Edad de oro y edad del hierro a la vez. Lo sublime al alcance de la punta de los dedos. Puede tocarse sí. Tocar las estrellas.

El fin de la reproducción es también su acabamiento. Los metales raros se cuajaban en la fraguas de mano de mujeres vírgenes. La alquimia y la ginecología acertaban en ese punto. Tenemos esa conjunción sí. No es fácil destilar los sonidos de este disco, no. Y eso lo hace Rocío Márquez sin descomponerse. Una mujer música, que así debía decirse en castellano. Pensemos que lo femenino, la mujer, más allá de cuestiones de igualdad y diferencia tiene aquí el valor ambiguo de la excepción. Vestales, brujas, cortesanas, sufragistas, las feministas, las del movimiento queer, son evocadas aquí como compañeras, pero también como una excepción salvífica. Flamenca, la novela de Arnaud de Carcassès, es capaz de darnos a la vez el amor sublime y el terrible materialismo de los femenino. Se doblan metales, se transforman en oro y plata, suena la fortaleza cual campanile. La pureza del cristal. Porque, si alguien considera que esto no es pureza es que la palabra esta definitivamente malgastada entre la afición, entre los flamencos. Castillo de la pureza.

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PEDRO G. ROMERO

Pensemos en esta colección de canciones como una constelación de estrellas. Entre ellas hay relaciones de atracción, planetas en su órbita de distinta condición. Sistemas solares que a su vez se agrupan en galaxias distintas. Pensemos que cada canción incluye sus propios satélites, orígenes antiguos, muchos vienen de la explosión y extinción de viejos sistemas planetarios. La estrella de Rocío Márquez, entonces, ha construido un planetario propio. Piensen ustedes en el mundo ilustrado de Saint-Exupéry. No hay una proporción lógica. Unos planetas son más grandes que otros. La luna es un salón de estar. Cometas y meteoritos se quedan en la misma órbita por los siglos de los siglos.

Lo que ofrecemos es una guía de ese planetario. Un planisferio de la tierra que es también una cartografía de las estrella. En nuestro mapa celeste cada astro coincide con una piedra del suelo. No piensen solo en los brillos del diamante, el conocimiento de cualquier pedrusco lo hace brillar, sus silicatos, sus arcillas, el efecto que produce cuando nos lo colocamos en la frente o en el pecho, estos son los brillos verdaderos.

A veces, paseas por el campo y decides pararte a descansar. Se hace tarde, te rinde el sueño y te echas al suelo a reposar usando una piedra para acostar la cabeza. La oreja se pega a la roca y el oído, sin embargo, empieza a escuchar el ruido de los cuerpos celestes. Música celestial. Es la ciencia de los terremotos, la sismología, la que nos ha enseñado a escuchar la música de las estrellas. Cartografiar el espacio sideral no es algo distinto a meter las manos en el barro. He aquí nuestra pequeña guía del cielo.

El primer rayo de luz. Tangos.

Se trata de una composición de la propia Rocío Márquez, de su infancia. Es importante empezar por el principio. El flamenco que se coló en sus oídos. Hay retazos de Lole y Manuel, de Camarón de la Isla, de las tonadas populares alosneras. El optimismo de su letra viene de ahí, un día feliz en el campo, como cuando éramos niños. Es un paseo idílico, sí, con la primera luz de la mañana. El sol oculta la luna y las estrellas del despejado cielo.

Gritos sordos. Milonga.

Ha pasado el día. Ha pasado la infancia. Aquí hay una escucha atenta al Niño Marchena. Piensen en ese saxo, el Negro Aquilino redivivo. Hay una emancipación tranquila, sí. La experiencia de andar por el mundo sola. La sencillez es absoluta. Es una escucha adolescente. Esta milonga es una escucha del oído interno. Vemos las notas llegar hasta la cóclea, revolverse en esa espiral de caracol que le da el aire cubano. Consejos, recomendaciones, órdenes, pero manda el oído, la música interior.

Alegrías y pesares. Bulerías.

Vuelve Rocío Márquez a explicarse, porque la bulería está teñida de soleá. Se evoca sí, al Enrique Morente que, con la guitarra de Alfredo Lagos, acomete magistralmente la Granada de Albéniz: que el camino no críe hierba. Es una modulación anímica. También está la piedra que pierde su centro y la dimensión que le dio Morente a este clásico de la Niña de los Peines. Se trata de eso, de modular la tristeza, incluso de politizarla. La bulería es una rítmica, no la obligación finisecular de la charanga y la pandereta. Es entonces una bulería triste, abandonada en un aire de copla. Uno nota, por ejemplo, que Manuel Alejandro escucha flamenco no por el remedo de su son, más bien es por su chapoteo en la metáfora, en la intensidad líquida del cante.

Tierra y centro. Minera.

Aquella colaboración de Rocío Márquez con los mineros de Santa Cruz del Sil, en el Bierzo. Pocos saben que estos leoneses fueron los repobladores del norte de Huelva, de las minas del Andévalo. Georges Didi-Huberman escribió una emocionante semblanza de aquel gesto en Sentir le grisou. La minera se ha cruzado con la versión que hizo Gloria Van Andersen del «No hay carreteras sin barro», canción popular asturiana que popularizara Víctor Manuel, también las Folk Songs de Luciano Berio acuden a los arreglos. Se trataba de ver el firmamento reflejado en el vientre de la tierra. Didi-Huberman cuenta una particular experiencia política: las jornadas de mayo del 68 las pasaría encerrado solidariamente con un grupo de mineros. Por eso se oyen los pasos del pueblo sobre el suelo de la cueva. Las estrellas adornando el cielo de la caverna.

Son flúor tus ojos. Fandangos de Huelva.

A María Salgado se le mandaron unos fandangos de Encinasola, su letra típica, su estructura, su ritmo. Figúrense ustedes que Gertrude Stein hubiera acometido la escritura de un fandango, ella, él, ¡la escritora americana que se inventó la españolidad de Picasso! Como en la ciencia ficción, muchas veces hay que viajar al pasado para describir el futuro. La orquestina suena como en los fandangos cubistas de Marchena, evocación de la vanguardia de los años 30, pero el paisaje que describen no es otro que el desierto yermo en que han convertido las industrias químicas a la Ría de Huelva. Como dice Fredric Jamenson, las ficciones futuristas nos ayudan a imaginar nuestro presente. Lo que se describe es un crimen, delito ecológico, se nos antoja un eufemismo. La belleza del paisaje es venenosa.

Destierros. Bambera.

La genialidad de Enrique Morente nos dejó una bambera, una variación sobre la bambera, con el «Muero porque no muero» de San Juan de la Cruz. Fue a primeros de los 80, para el ballet Obsesión que había compuesto su compadre Armin Janssen, Antonio Robledo para los amigos. La compañía Flamencos en route la estrenó con el Ballet Nacional de Canadá. Es importante el giro, claro, tomar la letra hermana de Santa Teresa, su «Muero porque no muero», y andar las diferencias. Es maravilloso este préstamo literario entre poetas místicos en tiempos donde la autoría de la poesía aún era hija del lenguaje. Autor era todavía el que interpreta.

Almendrita. Romance.

El texto se lo pidió Rocío Márquez a Christina Rosenvinge. Hay algo en las letras de Bob Dylan, en las letanías de Nick Cave, en los salmos de Patti Smith, algo que remite a nuestros viejos romances. Claro que resuena el «Gerineldo» del Negro del Puerto, ancestral e impresionante. Jesús Ordovás lo incluyó, con razón, en el nacimiento del rollo radical en la música rock española. Es una historia cruda, un despertar sexual lleno de violencia. Violencia de género. Violencia contra las mujeres. El clima musical es nocturno, una noche cerrada, sí. La vida y la alegría crecen, a veces, a contrapelo.

Este firmamento. Seguiriya.

Más cerca de Juan de Mairena que de Demófilo, la poesía de Isabel Escudero es profundamente flamenca. Tengo que decir que para el que esto escribe es una de las grandes poetas del presente. Claro que están Antonio Machado, José Bergamín y Agustín García Calvo pero sus paradojas cosen, no desgarran. Es extraño el placer que producen estas seguiriyas, letras paradójicas, en la garganta de Rocío Márquez. Ella ha escogido la incertidumbre. No se trata de la queja ancestral ni del grito moribundo. El desasosiego viene de la paradoja filosófica, de andar a trasmano por el mundo. ¡Uff! Atiendan a la rítmica, ¡lo que han aprendido los Proyecto Lorca con Israel Galván!

Voces. Alegrías.

Las paradojas ahora vienen de la propia escritura de Rocío Márquez. Se trataba de dar la vuelta al saber popular, el maltratado refranero. Como las bulerías, estas alegrías tienen un sentido grave. Es importante subrayarlo, las rítmicas en el flamenco construyen un sentido musical pero no obligan. Las bulerías no tienen que ser burlonas ni las alegrías alegres. En ese mismo sentido, la letra va repasando los lugares comunes que se le asignan a la voz popular. Los refranes han ido mutando hasta que los paró el refranero y la policía castiza quiso convertirlos en una suerte de derecho consuetudinario. Pero no, las voces siguen dándole vueltas a las cosas, buscando su revés, las vueltas.

Si yo me duelo. Caracoles.

Antes de encargarle esta letra a Isabel Escudero, escuchamos una extraña pieza de Isidoro Valcárcel Medina. El artista había invocado el tópico que relaciona los Caracoles con los emigrantes andaluces subiendo por la madrileña calle de Alcalá, una maravilla en la garganta de Antonio Chacón. Ese como relucen que emociona a Isabel Escudero para evocar a los refugiados, los nómadas y los emigrantes. En el flamenco hay un prestigio del vagabundo, del andarríos, del trashumante. Y claro, esas almas libres que vagan por los campos de Europa son también prisioneros. Otra paradoja lacerante, claro. La alegría de vivir no disuelve los males del mundo. Baila niña baila, veras como reluce el caos bajo tus faldas.

La dulce tiranía. Seguidilla.

Un pequeño respiro. Este tema es como una ventana desde la que contemplar el resto del disco. Desde aquí vemos los destellos en la noche donde se confunden los caseríos lejanos y las estrellas que va borrando la lluvia. La seguidilla fue compuesta por Salvador Castro de Gistau y publicada en París a mediados del siglo XIX. La letra aparece ya en la Selección de seguidillas, tiranas y polos que se han compuesto para cantar a la guitarra que da a la imprenta en 1803 el vasco Juan Antonio de Iza Zamácola, conocido entre la afición como Don Preciso, con la intención de frenar la influencia de las coplas de procedencia italiana y de la retórica de la poesía en boga en el país. Escuchen la belleza de los timbres que acompañan la letra y la melodía. Los sublime y lo material se expresan a la vez. Una canción sencilla. Las palabras y las cosas.

 

***

 

Epílogo. (Concierto en el Teatro Real de Madrid) 
Ritos y geografías para Federico García Lorca.

De sobra es conocido el álbum de canciones populares que grabaron Encarnación López, La Argentinita, y Federico García Lorca. Son canciones verdaderamente populares a cuenta del número de versiones y revisiones a que se han sometido. Rocío Márquez y sus músicos no han intentado asumir ese repertorio, al menos no solamente. Se trata más bien de ponerse en situación, dramatizar en el sentido de interiorizar, las que fueran las intenciones de La Argentinita y Lorca: intentar expandir su trabajo, también destilarlo, ser capaz de poder usar sus hallazgos como una herramienta que aplicar a la música popular, a nuestros personales bagajes musicales, a esa ionosfera global de sonidos del mundo que hoy es nuestra tradición.

Pensemos, además, que en ese encuentro entre Rocío Márquez y los músicos del Proyecto Lorca se comenzaron a fraguar muchos de los desarrollos musicales que están en este disco. Queremos insistir, un disco de flamenco, sí, «la más culta de las músicas populares», dijo el músico ruso Igor Stravinsky. Claro que hay objeciones. Pero no atenderemos aquí a los distintos amarillismos teóricos puristas, raciales o primitivistas, no. Sin embargo, pensemos en Agustín García Calvo cuando decía que el flamenco no era una música popular, no era tarareable, nadie canta en la ducha por soleá. Llevaba razón y la perdía aquí. Porque ésa es la dificultad y el reto. Situar las canciones populares en esa frontera, entre la melodía y la queja, entre la textura del sonido y el acorde musical.

Quedémonos con una escena. Lorca enseña a Manuel de Falla su hallazgo: «Las tres hojas». Falla no se lo cree y piensa que la cancioncilla es una afortunada composición de su joven amigo. Lorca toma a Falla del brazo, lo monta en el coche y lo lleva hasta el cercano pueblo granadino donde ha tomado la melodía. Una fiesta. Pues bien, este recital no recoge más que algunos de esos viajes en coche. Desde que llegó la invitación del Teatro Real tomamos el coche por aquí y por allá, llevando como brújula el disco de La Argentinita y como mapa el álbum de partituras que Lorca armonizara. Estábamos en medio del viaje y llegamos allá, al escenario, con una muestra de lo recogido. Música popular, nada más y nada menos. Ahí llevamos el intento.

Pensemos en la posición de La Argentina, una de esas mujeres que representaba la nueva España republicana. Dueñas de su cuerpo y sus ideas, gustaban de palacios y aldeas, y no les importaba pasar de la gravedad del teatro nacional a la alegría del café cantante. Los descansos, las ventas, las paradas del camino. Pues, ¿no se fue construyendo así el flamenco?, la ruta de los contrabandistas, de Cádiz a Ronda, todo rueda. Cuando leí Los trazos de la canción, la novela de Bruce Chatwin, empecé a escuchar los cantes del Alosno. El libro de Chatwin evoca el mundo que los aborígenes australianos conocen, con precisión cartográfica, gracias a las canciones. Memorizan canciones que son caminos. Así es el Alosno, ese pueblo mítico de Huelva y del fandango. Cada paso, cada rito, cada tiempo es cantado, tiene una letra a propósito en ese pueblo. Rocío Márquez se ha curtido en esos lares y era importante que se pusiera en esa tesitura cuando iba a iniciar este viaje de mano de La Argentinita y de Federico García Lorca.

Y no es casualidad que Proyecto Lorca lleven ese nombre. Cuando los llama, Rocío Márquez busca ese espejo. Lorca engarzaba como nadie lo viejo y lo nuevo y ellos querían viajar por el mundo común de las músicas contemporáneas y el flamenco. Es redundante, claro, ¡el cante flamenco es de la misma época que Ravel o Debussy!, ¡el cante gitano-andaluz nace a la vez que las músicas de Luigi Nono o Luciano Berio! Pero no entretengamos el viaje. Rocío canta con ellos el «¡Anda jaleo!», y el trayecto es largo, empiezan en «El vito», atraviesa nuestra guerra civil y casi llega a las barricadas del 68 francés, cuando Guy Debord hizo cantar a los estudiantes de la Sorbona el «¡Anda jaleo!» También es ancho el viaje asturiano, en tren y pasando por «Santa Bárbara bendita». Pero me gustaría detenerme un segundo en la nana. Es conocidísima la miniatura del galapaguito que fijara Lorca, la «Nana de Sevilla». En la indagación musical descubrimos una pauta que viajaba desde el Sáhara hasta Albania, desde la nana infantil hasta el cante terrible de la plañidera. Y fue ahí que se le dio la vuelta al coche que la llevaba. Juan Breva grabó una nana que es petenera y Lorca que la evoca en el «De profundis» que musicó Shostakovich: Los cien enamorados/duermen para siempre/bajo la tierra seca./Andalucía tiene/largos caminos rojos./Córdoba, olivos verdes/donde poner cien cruces,/que los recuerden. /Los cien enamorados/ duermen para siempre. Rito y geografía para Federico García Lorca.

No hay final del camino sin melancolía. El territorio de rito y geografía que evoca Federico García Lorca es trágico. «Chumbera». «Lacoonte salvaje». Es un camino de espinas. Sí, también el placer de arrancárselas, una a una. El aliento y los cuidados. Después de la larga caminata el cuerpo se queda satisfecho y exhausto. Se termina celebrando un duelo, valga la contradicción:

 

Una canción se ha muerto
antes de nacer.
Mi canción verdadera,
¿dónde la enterraré?

 

Suite I. Nana de Sevilla. Canciones populares antiguas. 

La melodía de una nana tiene un patrón común que viaja desde el África subsahariana hasta los Balcanes, desde la nana a la plañidera, lo hacemos al revés, sacando del canto fúnebre, un lamento grabado en la Isla de Córcega, la vitalidad de lo recién nacido. La «Nana de Sevilla» aparece ahí, en medio de ese viaje. En el mismo pasaje, esa extraña nana petenera de Juan Breva y, en su mismo espíritu, la evocación que hace de Federico García Lorca en el «De profundis» el músico ruso Shostakovich, su Sinfonía nº 14, op.135. La vida y la muerte.

Suite II. Anda, jaleo. Canciones populares antiguas. 

Explorando la forma rítmica del «¡Anda jaleo!», desde «El Polo del contrabandista» que el tenor sevillano Manuel García cantó en el estreno de El Barbero de Sevilla de Rossini -que Rocío Márquez suspende con un aire de fandango- hasta los cantos populares de la guerra civil española o el «Olé» de John Coltrane, pasando por el popular canto de «El vito» (canto sevillano), la versión que recogiera Lázaro Núñez Robres. La guerra y la paz.

Suite III. Sones de Asturias. Canciones populares antiguas. 

Un recuerdo del viaje al Bierzo, a las comarcas mineras del norte con la evocación a la Lámpara Minera que recogiera Rocío Márquez en el pueblo murciano de la Unión. Otra evocación aquí al texto que le dedicara Georges Didi-Huberman, otro desarrollo de ese andar del pueblo que se escucha desde el interior de la cueva. Suenan así la tonada minera «En el pozo María Luisa» o «Santa Bárbara bendita», que de las dos formas se la conoce entre asturianos y leoneses, y también, en su versión portuguesa, «Nas minas de São João» que cantan los mineros alentejanos de Aljustrel. Cuando se desencadenan los «Sones de Asturias», entre evocaciones del saxofón y las percusiones a las asturianadas que hicieran la Niña de los Peines o el Beni de Cádiz, en pleno delirio festivo, ataca el piano la «Asturias (Leyenda)» de Isaac Albéniz, ya saben, una «Escena andaluza» que se hizo soleá-bulería asturiana, por error del editor alemán Hofmeister. La revolución y la fiesta.

 

 

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