Obituario: Enrique de Melchor

(1950-2012)

por Estela Zatania

«Se ha ido la elegancia y flamencura de la guitarra». Eduardo Rebollar.

Cruel comienzo de año para los flamencos. Una enfermedad contra la cual había luchado durante tiempo, aunque no lo contaba a mucha gente, y tras varias recaídas y recuperaciones, se ha llevado a Enrique Jiménez Ramírez, «Enrique de Melchor».

El hijo de Melchor de Marchena, uno de los guitarristas más emblemáticos y admirados de la segunda mitad del siglo veinte, también llegó a ser un maestro indiscutible. Hace unos minutos declaró el guitarrista Antonio Carrión por teléfono: «Esta mañana hemos perdido a un pilar fundamental del flamenco, para mí y para todos los guitarristas, como solista y acompañante…con Antonio Mairena, Caracol, Perla de Cádiz, José Menese, Fosforito, Juan Peña «Lebrijano», Enrique Morente, muchos más… Hace poco había abierto una tienda de guitarras en Madrid, que siempre había sido su sueño. Soy continuador de la escuela de Melchor, y Enrique fue mi ídolo. Una pérdida bastante grande».

Todos los compañeros destacan sus largos conocimientos del cante y su acompañamiento, aunque también su capacidad como solista fue admirable, como avalan diversas grabaciones que dejó en esta capacidad. Entre otros reconocimientos, recibió en 2009 el prestigioso galardón «Calle de Alcalá».

Si su padre, que había acompañado a figuras legendarias como Manuel Torre, Pastora Pavón o La Pompi nos comunicó con el pasado, el hijo se sirvió de esas ricas vivencias y siguió el imparable viaje hacia el futuro que apenas había empezado en su adolescencia.

Ahora Enrique de Melchor es un viejo maestro para la nueva generación. El joven guitarrista Antonio Higuero de Jerez ha comentado: «Recuerdo una anécdota en el festival de Casabermeja de hace algunos años donde coincidí con Enrique tocando yo a Terremoto. A él le gustaba escucharme haciendo yo las falsetas de su padre Melchor, el cual ha sido uno de mis ídolos junto a Parrilla de Jerez y Manuel Morao». Otro guitarrista jerezano, José Ignacio Franco, se expresó así: «Una pérdýda muy grande en la guýtarra flamenca, parece mentýra lo que nos está pasando. Tuve la suerte mýentras trabajé con Paco Cepero de echar algunos ratos en Madrýd con Enrique de Melchor, y como guýtarrýsta me parecía genýal, pero cuando lo conocí como persona era ýncreýble su nobleza. Que Dýos lo tenga en la glorýa».

El experimentado guitarrista Antonio Moya expresó su admiración con estas palabras: «Enrique fue una persona fantástica, y un gran amigo. Siempre le decía que era el que había inventado el compact disc, porque tocaba limpio como el agua».

Óscar Herrero, otro guitarrista destacado, habla de su desaparecido compañero:  “Enrique ha sido uno de mis maestros, he tocado durante 10 años acompañándole en sus conciertos, me introdujo en el mundo del flamenco, me enseñó a ser guitarrista… desde aquí mi agradecimiento a todo lo que me transmitió. Se ha ido uno de los míos. Hasta siempre MAESTRO”.

Como figura internacional, la noticia de la pérdida de Enrique de Melchor ha provocado reacciones desde ultramar. Habla el especialista en flamenco Brook Zern, poseedor de la Cruz de Oficial de La Orden de Isabel la Católica: «Junto con tantos otros aficionados norteamericanos, lamento el fallecimiento del gran guitarrista flamenco Enrique de Melchor. Su acompañamiento ha sido un elemento indispensable para el mayor realce del arte de incontables cantaores, y su trabajo en solitario nos ha mostrado nuevas maneras de crear un tipo de flamenco fresco, a la vez que conservaba el poder que hace esta tradición tan rica y conmovedora».

Desde Chile, el maestro Carlos Ledermann aporta este comentario: «Es muy difícil aceptar la partida de Enrique de Melchor ahora, cuando aún estábamos convalecientes de la partida de Moraíto y todavía cicatrizando por la de Enrique Morente. Nos deja un tremendo artista de la sonanta cuyas ideas, siempre originales, están en varios discos como solista y en las decenas en que acompaña el cante con maestría y conocimiento poco habitual, herencia, sin duda, de su célebre padre. Más bien de bajo perfil, siempre correcto técnica y formalmente, fue un fiel exponente del flamenco que hacían y siguen haciendo los de su generación, un toque muy limpio, siempre melódico, siempre sentido, siempre fresco y lleno de colores, sin especular y respetuoso de la tradición, pero audaz cuando sentía que eso le pedía el cuerpo. Descansa, Enrique, fuiste un grande y como tal te recordaremos».

El veterano periodista Alfonso Eduardo Pérez Orozco, afincado en Madrid donde Enrique de Melchor pasó la mayor parte de su vida, describe al guitarrista de esta manera: «Un hombre que representaba algo muy importante para el flamenco, sobretodo por su vitalidad, que es la palabra que más le define, y el disfrute enorme de lo que hacía. En el escenario dejaba fuera toda preocupación, era el opuesto absoluto a la tragedia relacionada con el flamenco y que comunican los cantaores que tan hábilmente acompañaba».

Pero nadie más capacitado para valorar el genio de Enrique que otro genio: su propio padre. El 29 de enero de 1973, un episodio de la serie Rito y Geografía del Cante emitido por televisión española fue dedicado a Melchor de Marchena. Cuando es preguntado por su hijo, que en aquel momento tenía 22 años, responde:

«Mi chiquillo, no digo que sea el mejor guitarrista de España, pero ejecuta con mucho arte, y además toca para cantar como yo, mejor que yo desde luego, más facilidad, porque la guitarra para él no es nada. Yo le he enseñado muy poco, todo ha salido de él».

A continuación se le pide que compare los toques de su hijo con los suyos propios, y dice el padre:

«Cuando yo lo escucho tocar, me se quitan las ganas de tocar. Porque es maravilloso, y además, crea. Hace cosas, y lo que toca es suyo. Le ha costado mucho trabajo, la carrera de la guitarra es muy larga y muy difícil. Él la tiene concluida».

Entonces, el joven Enrique toca por soleá ligando el pasado y presente de su padre con el presente suyo y un futuro ya proyectado por Paco de Lucía con el que colaboró varios años. El padre suelta un emocionado «¡ole!», y ahí queda eso como el mejor testimonio de la grandeza que nos ha abandonado la fría mañana del 3 de enero de 2012.

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