Estela Zatania
Y se nos fue. Sopló una brisa de la marisma y se llevó al ser delicado, bohemio y genial llamado Miguel Vega de la Cruz, hijo de Miguel el Tomate y tío de Tomatito, nuestro Niño Miguel, nacido y fallecido en Huelva.
Un “niño” anciano, no sólo de cuerpo, porque 61 años todavía dan para mucho, sino de espíritu. Hubo un brillante destello del éxito absoluto – el mismo Paco de Lucía llegaría a decir de él que era uno de los mejores guitarristas flamencos de la historia – una prometedora recuperación, y después…el vacío.
Corrían tiempos flamencos de cambio. En sólo dos años, del 1973 a 1975, habían salido tres composiciones rompedoras de tres genios de la guitarra: “Entre dos aguas” de Paco de Lucía, “Caballo Blanco” de Manolo Sanlúcar y “Vals Flamenco” de Niño Miguel marcaron la historia del género, y establecieron la viabilidad del flamenco instrumental que hoy en día tiene tanta importancia en el mercado. El onubense, el más joven de los tres, consolidó una fama que, debido a diversos problemas, no sería capaz de desarrollar. Pasaría décadas perdido…ni buscado ni encontrado, sino olvidado…deambulando por las calles de su ciudad.
Después de que fuera “rescatado” brevemente por su amigo, el gran guitarrista Juan Carlos Romero, para dar un sorprendente recital en Sevilla en el 2005, me llamaron de la radio de Huelva: “Hemos visto su reseña…¿pero de verdad toca tan bien este hombre?” preguntó el locutor, casi riéndose. “Aquí estamos acostumbrados, siempre va por la calle descalzo, cada ciudad tiene su loco ¿no es así?…¿pero de verdad toca bien?” Contesté que sí, y que era necesario cuidar de él, sacarlo de la calle, darle una guitarra medio decente… Me consta que había varios intentos bien intencionados de proporcionarle mejores condiciones de vida, una atención médica y también una guitarra…misma que perdió, o se la quitaron en la calle. Y en el año 2007, cómo lloramos todos en el Teatro Central cuando Romero dedicó un tema al Niño Miguel, y los músicos tocaron descalzos en gesto de solidaridad con aquel ser perdido.
Dos discos dejó registrados. Dos. Hace menos de un año, salió un documental, “La sombra de las cuerdas”, realizado por Annabelle Ameline, Benoît Bodlet y Chechu García-Berlanga sobre la vida y obra del Niño Miguel. En el 2009, fue objeto de un grandioso homenaje en Huelva, y volvió a tocar en Sevilla en el 2011. En su ciudad de Huelva le han dedicado una plaza. Gestos de la admiración que quizás llegaron tarde para este alma que finalmente encontró la libertad a través de la soledad y el conmovedor diálogo permanente con su guitarra.
La siguiente reseña es lo que escribí sobre aquel histórico recital del año 2005:
Niño Miguel en la Sala Joaquín Turina, Sevilla
Jueves, 10 de marzo, 2005.
El flamenco como se tocaba justamente antes de que otra generación emprendiera su viaje hacia el experimentalismo
Dijo el escritor P.D. James que “La creatividad es la resolución exitosa de los problemas psíquicos”. No sabemos si la reaparición del Niño Miguel representa semejante paz mental, pero hace pocos días este guitarrista, nacido dos años después de Camarón de la Isla, y del que muchos entendidos dijeron que borraría a Paco de Lucía del mapa, tuvo la valentía de hacer lo que muchos fenómenos actuales no se comprometen a hacer: un recital de casi una hora, en solitario, sin cajón ni palmeros ni yembé. Como salido de una cápsula del tiempo, con la ventaja asociada de no estar “contaminado” por el jazz, tocó flamenco como se tocaba justamente antes de que otra generación emprendiera su viaje hacia el experimentalismo con afinaciones alternativas, acordes “verdes” como antes decíamos y un compás correcto pero oculto que ya no involucraba al aficionado con la misma urgencia.
La carga emotiva era fuerte. Su aspecto desmejorado, más allá de los treinta años que han pasado, produjo un grito ahogado de asombro entre los de cierta edad que lo recordamos con cara de adolescente. Tomó asiento, pidió disculpas mencionando algo de estar “malito” y arrancó con sonidos bellos y misteriosos, un ataque absolutamente dinámico, debiendo mucho a Paco de Lucía, no cabe la menor duda, con detalles de Sabicas a través de aquél, pero con su propia personalidad y bastante material original, sorprendentemente fresco para nuestros oídos. Acepta el primer aplauso efusivo casi avergonzado.
Se le nota amigo íntimo de su instrumento. Afinaba en pleno vuelo como el profesional más experimentado, y modulaba entre escalas con perfecta soltura. Cabía esperar peor técnica, y por descontado no tocó a la altura actual, ni muchísimo menos, pero tampoco fue nada desdeñable teniendo en cuenta la dificultad del material. La mano izquierda parecía responder, la de las posturitas, pero le falló la mano trabajadora, la que pica y rasguea, y la coordinación entre ambas. De proponérselo, en pocos meses de estudio alcanzaría a los mejores maestros actuales, pero es muy poco probable que el hombre se apunte para eso.
Piezas largas que no sonaban a “temas”, sino a como se tocaba antes: excursiones melódicas ligadas por frases rítmicas que nos mantenían perfectamente ubicados y nos preparaban el oído para asimilar falsetas cada vez más sofisticadas. Ni un momento aburrido, recuerdos de un Paquito más flamenco que el de ahora, y un toque de atención para todos los maestros actuales.