El próximo 2 de Noviembre la artista de San Fernando publica No hay quinto malo, su quinto disco, y renueva su estilo en su trabajo más esencial, puro e íntimo
Aparece
el sonido del mar y la voz de Niña Pastori que recita: “Hay
quien dice que eres tonto si no bailas a su son, que eres de madera seca,
que no tienes corazón”. Es Principio, el comienzo de No hay
quinto malo, último álbum de Niña Pastori y obra
definitiva que marca un antes y un después en su música,
la madurez de su carrera.
Las palabras escritas por Juan Antonio Jiménez “Jeros”
(cantante y compositor de Los Chichos, fallecido en 1995) y por Niña
Pastori abren un álbum que sorprende desde el principio. La impactante
y original percusión que introduce Espinas, la segunda canción
del disco, nos reafirma en que estamos ante algo diferente. Niña
Pastori y su marido y productor Julio Jiménez “Chaboli”,
hijo de Jeros, no han querido instalarse en la comodidad de lo ya hecho
y conocido y han apostado por algo nuevo. Escuchen No hay quinto malo
y juzgen si han ganado la apuesta.
“Le hemos dado la vuelta a todo y va a sorprender mucho”,
dice Niña Pastori. “Es un disco muy elaborado, más
serio, más maduro, hecho con mucho cariño y mucho corazón”.
Y Chaboli añade: “Hemos puesto muchas horas de trabajo en
letras, en arreglos. Todo está muy cuidado, cuenta cosas más
serias porque hay muchas cosas que contar. La madurez viene de muchos
aspectos”.
Niña Pastori ha participado en la composición de todas
las canciones de No hay quinto malo. La mayoría en colaboración
con Chaboli, pero también con la ayuda de la inspiración
de Jeros. Son canciones que pueden escucharse dentro de los cánones
del flamenco pero que, por primera vez, no se limitan a barnizar lo tradicional
con una capa de pop más o menos anodina. No hay quinto malo es
un trabajo hecho a conciencia. “Cada canción es un mundo”,
dice Chaboli. “Echábamos en falta algo diferente, música
de verdad”, añade Niña Pastori, que define el álbum
como “con mucha fuerza, original y muy bonito”.
La primera diferencia que se aprecia en No hay quinto malo es el carácter
más personal de las letras, su mayor altura poética. Niña
Pastori se ha afirmado como letrista, mostrando diáfanamente su
actitud vital. “Les diste el corazón y lo tiraron al río.
Olvídalo que es mejor, ya ves que es tiempo perdío”,
recita en Principio; “Nunca tuve nada y cuando tuve algo, me miras
por encima del hombro como si fuera un extraño”, canta en
Espinas; “Mira la puesta del sol, sigue el camino sin temor porque
somos caminantes”, dice en Imposible; “Vengo de sangre caliente,
donde nace el sol; aunque parezca mentira tengo duro el corazón”,
grita en En tres minutos; “Vestía de negro, era rigurosa;
el luto de las ancianas, ustedes saben”, recuerda en La Tata. Son
letras que ofrecen un mundo más íntimo y propio, más
rico y más poético.
Las músicas siguen un camino paralelo, buscando la esencia y la
sencillez antes que lo complejo y lo sofisticado. “Prefiero la naturalidad
a la perfección”, dice Chaboli antes de hablar con pasión
de los magníficos arreglos de cuerda de Joan Albert Amargós
para La Tata, del atrevimiento de Espinas (y menciona a Caetano Veloso),
de que El loco del barrio evoca a Los Chichos, de algunos ambientes del
disco que le recuerdan a los 70, de canciones que se resisten y otras
que salen del tirón, como En tres minutos. “Fue la noche
antes de nuestra boda. A las cinco de la mañana, no podía
dormir y la canción salió en tres minutos. La hemos grabado
prácticamente con el mismo arreglo”, recuerda Chaboli.
Puede ser es el primer single de No hay quinto malo. “Desde aquí
se ve todo tan grande, mi alma tan pequeña y está lleno
de estrellas, que prefiero estar en el lugar de siempre y con la misma
gente que habla y se equivoca”, canta la Pastori. Una canción
que sorprende por su sentido rítmico diferente, como también
sorprenden los arreglos de Nacho Mañó en Cómo me
duele, o la personalidad por bulerías de La cuna, o Santo Romero
por tangos, o…
Al lado de Niña Pastori y Chaboli están las guitarras de
José Miguel Carmona y Juan Carmona, de Ketama, de Diego del Morao
y de Paquete; el bajo de Carles Benavent, de Víctor Merlo y del
Maka; la batería de Tino Di Geraldo y Angie Bao; la percusión
de Luis Dulzaides… Calidad y corazón para buscar la sencillez.
Para arropar a esa niña que llegó de San Fernando (Cádiz)
con apenas 16 años y después nos encandiló a todos
en 1995 con aquel Tú me camelas. Que ha sabido mantener dignamente
su sitio con discos como Eres luz (1998), Cañaílla (2000)
y María (2002). Y que en su quinto álbum se presenta valiente,
abriendo puertas y ventanas para que se renueve el aire, alumbrando cosas
nuevas.
Merece la pena escuchar No hay quinto malo. De principio a final huele
a mar pero suena con una flamencura diferente. Es su disco más
personal, más asumido y más arriesgado. Es su trabajo más
esencial, más puro y más íntimo. Más Pastori
y menos Niña.