Silvia Cruz Lapeña
No hay más que escucharla emitir una nota para darse cuenta de que su voz es hermosa. Más tiempo precisa llegar al no-sé-qué de Mariola Membrives, eso que ella saca sólo a dosis pequeñitas, a veces, cuando quiere, o más bien, cuando le brota. Esa dosificación es de agradecer en un panorama lleno de voces femeninas muy limpias y muy afinadas y algunas, también muy efectistas. “Muchas veces no sé ni lo que busco, pero lo busco sin parar”, dice ella riendo, algo nerviosa, porque sabe que ser austera, igual que saltar sin red, a veces tiene premio, otras castigo. Su actuación en el Ciutat Flamenco es un ejemplo y por eso define su alianza con la Piccola Orchestra Gagarin como “una locura maravillosa”.
El trío, formado por Sasha Agranov, Paolo Angeli y Oriol Roca, practica un free jazz meridional al que se sumará Membrives cantando el Romance de la monja contra su voluntad, una “farruca impura” o unos “tangos de la aniquilación”. “Mariola será lo más flamenco del espectáculo”, dice Roca, el batería, un imprescindible de la escena jazzística, a quien no le queda del todo lejos el mundo jondo, ya que participó en el último disco de Rocío Márquez, Firmamento. Aún así, el catalán es prudente: “De este proyecto, destacaría la valentía de Mariola porque nosotros venimos de otro género y no pretendemos ser flamencos pero ella está más metida y ha decidido arriesgarse”.
Una cantaora arriesgada
Improvisación, freestyle, locura. Resumido así, parece que el show del viernes vaya a ser una experimentación pura y dura, pero todos sabemos a estas alturas que no hay inspiración sin práctica, ni genio sin callo, y por eso ellos trabajan desde hace tiempo en el proyecto. A veces, en la distancia. “Las conversaciones que hemos mantenido y el intercambio de ideas ya han sido de lo más interesantes”, opina Roca que confía en las muchas tablas de Mariola para enfrentarse al público más flamenco.
Los cuatro cuentan con una garantía: hasta ahora, siempre que Membrives se ha jugado la piel, la ha conservado. Si mira atrás, la cantaora ve las buenas críticas de Federico García, una biografía del poeta llevada a escena por el director Pep Tosar donde ella canta; lo mismo ocurrió en el último espectáculo de La Fura dels Baus, FreeBach 212. Además, a Membrives, nacida en Andújar, criada en Córdoba e hija ya de Barcelona, también se le da bien el registro más clásico, tal como demostró en el Réquiem de Enric Palomar a Enrique Morente y en el que ella cantó El amor brujo de Falla de una manera exquisita.
Multifácetica
Es obvio que el verbo que más conjuga Membrives es buscar y por eso, cuando le toca hacer sus propios proyectos se mete en líos como el de versionar el Omega del cantaor de Granada. Aún tiembla cuando lo recuerda: “Estaba loca, aún lo estoy, pero tenía necesidad de hacerlo”. De cerca, Membrives es delicada y despierta y parece más frágil de lo que es: nadie con miedo se mete en esas veredas.
También queda claro su arrojo en sus múltiples facetas: estudió arte dramático con Cristina Rota, flamenco con grandes como Mayte Martín o Arcángel y ella misma es hoy profesora de cante en el Taller de Músics. Por si le faltaba algo, sabe diseñar joyas. “Lo estudié porque me gustaba pero también porque este mundo artístico es muy inestable y nunca se sabe…”
El viernes en el Ciutat Flamenco se pondrá de nuevo el traje de valiente y volverá a la Sala Hiroshima, donde en 2014 presentó Llorona, su trabajo junto al contrabajista japonés Masa Kamaguchi y que contiene una versión del “Todo es de color” de Lole y Manuel que da cuenta de ese camino de búsqueda incansable que sigue esta cordobesa. En ese local del Paralelo barcelonés ofrecerá dos pases de su última “locura maravillosa”, a las 20 y a las 22 horas, e injertará su voz más flamenca con la más jazzística y la ensamblará con las muchas influencias (indie, pop, dub, minimal…) de la Piccola Orchestra Gagarin para ofrecer unas “tarantas del amor” o una liviana y un polo “apocalípticos”. Y lo harán con batería, guitarra sarda adaptada y un serrucho. Sin guitarra, cajón, ni palmas. Y con respeto, dicen, pero sin miedo.