«Lo que más me atrae del flamenco es la contradicción»

Cronica Jonda - Silvia Cruz Lapeña

Cronica Jonda - Silvia Cruz Lapeña

Sara Arguijo

La periodista Silvia Cruz Lapeña, colaboradora de deflamenco.com, indaga en los claroscuros de lo jondo en 'Crónica Jonda', el libro que acaba de lanzar al mercado y en el que narra a modo de road movie, su periplo de un año recorriendo los festivales flamencos.

 

Hay un flamenco para celebrar donde están, por ejemplo, los tangos del abuelo Titi o las banderas republicanas; otro para protestar, que tiene el desgarro de El Cabrero y la contundencia de José Menese; y otro que se queda dentro, sólo para uno, y que suena a soleares de Fernanda de Utrera o a vidalita de eco morentiano. Todos  se suman, se enfrentan  y se cuestionan en la lista de reproducción que la periodista Silvia Cruz Lapeña tiene en Spotify como banda sonora. Dejando ver que, dependiendo del momento, el flamenco le remueve, le golpea y le salva. Por eso, para explicar su afición a este arte hace suya la respuesta que da Manuel Alcántara a quienes le inquieren por su afición al boxeo: “no es porque me guste, es porque me interroga”.

Desde aquí, desde el ambiguo y movedizo terreno en el convive lo irracional y lo sensato, la colaboradora de deflamenco.com lanza su mirada y su pluma hacia el arte jondo en un periplo por el “mainstream de los festivales” que cristaliza ahora en ‘Crónica jonda’ (Libros del K.O), el libro que acaba de lanzar al mercado y que se presenta como una road movie flamenca que inevitablemente habla de España y de nosotros.

“Lo que más me atrae del flamenco es la contradicción”, admite al otro lado del teléfono. Esa “maravillosa capacidad que tenemos en común todos los flamencos de pasar del arrebato y la pasión a la discusión sin cambiar el tono”, explica. “La guasa, el divertimento, la boutade estrafalaria, el tirititrán inexplicable”, que describe en el capítulo que dedica a Bobote y en el que celebra lo que algunos llaman resignación “pero que tiene más que ver con no perder el tiempo”. 

De alguna forma,  esa actitud es la que le ha llevado a aceptar “que las cosas no siempre cuadran” y entender que lo que hay detrás de las declaraciones del palmero que recoge en su libro (“El duende no existe. Bueno, igual sí… Yo qué sé, hija. Si yo lo que siempre he querido es ser roquero”) no hay trivialidad sino sabiduría.

Es decir, el flamenco, entendido como música, cultura y modo de vida, es para la autora el punto en el que arranca y aterriza esta historia porque es el camino. El Regreso a la sombra del poeta Cernuda y “la supervivencia”, asegura. De hecho, tal y como ella misma cuenta, la idea del libro nace precisamente de “la necesidad de no volverme loca”. 

Así, esta periodista freelance, atada siempre a los plazos, el móvil y las últimas horas, encontró en este proyecto la forma de “contar todo aquello que no cabe en las crónicas, lo que anotaba en el otro cuaderno”, de mostrar la “cara b de un mundo contaminado de off de record y de “matar las horas muertas en soledad que se viven cuando pasas días fuera cubriendo un festival”.

También la libertad. Porque ‘Crónica Jonda’ es un relato que le permite narrar con la primera persona que se le niega en sus trabajos periodísticos, pese a que el principio esto le supusiera un conflicto por entender que pudiera restar el enfoque periodístico del que partía. “He querido aplicar el mismo método que aplico a mis reportajes porque mi obsesión era huir de los tópicos”, apunta. Pero resulta que tuvo que rendirse y dejar que su voz saliera porque ella estaba ahí y el acelerador lo pisó con el fallecimiento del guitarrista Paco de Lucía pero también con el de sus abuelas. “Blacking decía que una música sólo puede entenderse del todo en un contexto social. Yo le he dado la vuelta a su teoría y he usado el flamenco para entender el entorno. No ha sido una excusa, ha sido una llave. Y también un abrigo”, escribe.

En este sentido, esta crónica también ha supuesto un aprendizaje de aquello que Silvia Cruz decía amar de lo jondo, la contradicción. Teniendo que ser periodista y espectadora en todos los momentos que comparte con el lector. O, siguiendo la analogía con el suero de lunares intravenoso que ilustra la portada de Martín Elfman, asumiendo su papel de doctora y enferma.   

Con lo que ha vivido durante este viaje de un año por el Festival de Jerez, La Unión, la Bienal de Países Bajos o la Suma de Madrid y de sus regresos a Barcelona  -“que sin darme cuenta es un personaje más imprescindible en el contexto del relato”, reflexiona, Cruz retrata un interesante universo desconocido por los ajenos a lo jondo y también revelador para quienes lo tienen demasiado cerca.

En sus páginas se cuentan anécdotas hasta de “flamenco paranormal”, como la que le ocurrió en Ámsterdan; se abren interrogantes; se sacan trapos sucios de concursos poco transparentes; se relatan situaciones hilarantes; se habla de periodismo, de representantes que escriben reseñas de sus representados y de la estrecha relación que se da con los artistas: “la cercanía no está mal, lo que está mal es el magreo”, matiza. También de personas que se se mueven en la sombra y de todo aquello que recrea un apasionante mundo donde, asegura emocionada, “las mayores sorpresas tienen nombres y apellidos”.  

 

 


Crónica jonda es una road movie flamenca, un viaje por España y por el tiempo, con desvíos que llevan a festivales de música en Ámsterdam y a hospitales al borde del colapso. Hay castañuelas de imitación y castañuelas viejas de ébano que suenan a duende zascandileando dentro de un tonel. Guardianes de las esencias y renovadores que siguen la estela de Camarón y Paco de Lucía con saxofón, contrabajo o con un piano tocado como si fuera guitarra, pues no hay nada más flamenco que una mano hurgando en tripa. Sus páginas huelen al azufre de las minas de La Unión, en Murcia, a dama de noche y a pescado aliñado con ají, limón y cilantro. La autora cree que ninguna música se entiende sin su contexto aunque a ratos bifurcó el camino y empleó el flamenco para descifrar el país en el que vive y a sí misma. No fue una excusa, fue una llave. Y también un abrigo.

 

 

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