1969 – 2010
Estela Zatania Como los toreros… Así nos dejó la tarde de sábado, 13 de febrero de 2010, nuestro querido Fernando Fernández Pantoja, «Fernando Terremoto», apenas habiendo cumplido su cuarta década en el planeta. Incluso cuando este hombre fuera tan admirado y querido por la afición, resulta difícil, estando aquí en Jerez, explicar la magnitud de la pérdida. En mente de todos está la herida, todavía sin curarse del todo, de la repentina desaparición del padre de igual nombre y mote, hace 29 años, también en pleno auge de facultades y creatividad. Entre padre e hijo vivieron menos años sumados que muchas personas, pero la aportación colectiva ha sido grande. ¿Hace falta repetir la ristra de logros que está dando la vuelta al mundo en estos instantes? Debuta como cantaor como quien no quiere la cosa en 1989 en la peña Don Antonio Chacón de Jerez. Un público emocionado colapsa las calles lindantes, y Fernando entonces ve claramente que su vocación no es la guitarra, como había sido hasta entonces, sino el cante. A partir de ese momento, hay incontables actuaciones en festivales, peñas, el tablao Zambra de Madrid, la expo mundial de Sevilla del ‘94, el premio del Concurso de Jóvenes Intérpretes de la IX Bienal de Flamenco, su estrecha colaboración con Israel Galván, más notablemente en La Edad de Oro donde fue pieza fundamental e imprescindible en una obra de escasa plantilla. Las grabaciones «La herencia de la sangre» (1989), «Cantes de la campiña, bahía y sierra» (1991) y «Cosa natural’ (1997)». Su notable triunfo por partida triple en el XV Concurso Nacional de Córdoba de 1998, cuando le fueron otorgados los premios de Manuel Torre por seguiriya y martinete, el de la Niña de los Peines por soleá por bulería y bulería y el de Antonio Chacón por malagueña y taranto. Recorrió los festivales más señeros como la Bienal de Flamenco de Sevilla, el Festival de Arte Flamenco de Mont de Marsan, el Festival Flamenco de Nimes, la Fiesta de la Bulería de Jerez, de Mairena del Alcor, el Potaje Gitano de Utrera, recitales por toda Europa en los escenarios de mayor prestigio, y en su querida tierra natal, recibe la Copa Jerez de la Cátedra de Flamencología. Sobrado de facultades para el cante, empapado de vivencias y con la inteligencia para unirlo todo con sensibilidad flamenca, Fernando se inventa una personalidad propia a pesar de las dimensiones de la figura de su padre, y sin dejarse llevar por tópicos y prejuicios. Muchos hubieran querido que fuera el hijo una réplica calcada del padre, pero Fernando Terremoto hijo siempre luchaba para plasmar una identidad que reflejara sus inquietudes y necesidades específicas. Al final, este concepto de veneración por el pasado y apertura hacia el futuro, le ganó un lugar de importancia entre los aficionados del presente. Cantes rigurosamente clásicos se alternaban con creaciones, originales o de otros. Nos entregó los soníos más negros del cante jerezano, las bulerías más sabrosas con baile incluido, igual que su legendario padre, o las malagueñas del Mellizo con nuevo empaque, pero también elaboró temas contemporáneos y escribió canciones para figuras del flamenco pop. Su versión actualizada del «Canastera» de Camarón, canción que arrasó hace más de 35 años cuando Fernando no fue más que un crío y la escuchó por primera vez, y que saldrá en una grabación póstuma, puede convertirse en el clásico que el mismo Camarón nunca fue capaz de plasmar. Y llora Jerez, porque otra vez uno de sus hijos predilectos del flamenco ha tenido que dejarnos muy precipitadamente. Y llora toda la afición porque es un pérdida imposible de asimilar en estos tiempos tan precarios para el arte jondo. Y llora una familia, hermanos, primos y tíos, esposa y una hija pequeña que nos partió el corazón colectivo el pasado septiembre cuando su padre ofreció un recital para amigos y familiares en la peña Terremoto a modo de reaparición después de una larga enfermedad. Es el recuerdo imborrable de Fernando que le pidió a la niña que le cantara a su baile de él, y la tímida chiquilla que no quería, pero Fernando insistió tiernamente, y la niña sacó una voz que te hizo creer que realmente esto está en la sangre de alguna manera, y el padre bailó, y la hija le cantó: «A quién le cantaré yo, le cantaré a mi pare, que tengo la obligació», y ni un ojo seco, amigos. Y lloro yo porque he perdido la amistad de una persona sencilla y cariñosa, y el placer de escuchar aquella voz que erizaba el aire con su jondura. Las heridas quemaban como soles… |