EL ENROQUE DE ENRIQUE

por José Manuel Gamboa

El pertinaz enroque de Enrique vuelve por sus fueros. Que uno sepa el regio enroque es la única jugada ajedrecística en la que se mueven dos piezas a la vez. Enrique Morente, hombre muy puesto en tableros blanquinegros –su tenaz contrincante Miguel Candela en la memoria-, jamás esclavo de su palabra, se empeña en ese birlibirloque que nos anuncia lo que es, pero que no es y lo es hasta la médula y lo es en parte nada más…, pero arte siempre asombroso resulta. Repite jugada. Incapaz de quedarse quieto o volver sobre sus pasos, cuando no sea por el camino del cante jondo tradicional, nos trae ahora un primer disco en directo que, imposible otra manera, es algo más. Es un directo y es una obra de estudio, pues aporta obra grabada en plató. Y, sin embargo, es el más veraz de los directos; registrado cara al público y ni mijita después retocado. En esta acepción plural, polifónica y birlibirloqueña, va el eterno enroque de Enrique; que Morente no es persona de fortificarse, blindarse o atrincherarse, ese sentido figurado que se le da habitualmente al término. Es siempre la sorpresa inesperada.

Habríamos de preguntar por qué circulan en el planeta incontables discos “en vivo” de, por ejemplo, Bob Dylan, y hasta hoy no nos llega uno de Morente. Un recital de Enrique Morente se parece a otro suyo cual loncha de “pata negra” a langostino de Sanlúcar; más querríamos. Jamás entendimos la escasez de registros “on stage”, en un género que alcanza sus cimas en esa comunión del artista con las almas escuchantes. Estamos, pues, ante la codiciada primera entrega morentina que llega directamente desde la escena, aunque, enroque por medio, faltaría más, hay que aclarar hechos. Ya conoció el entonces reducido mercado del trapicheo un primer pre-cutrelux disco “en vivo” de Enrique Morente, que le descuidaron en Ámsterdam. Sucedió en un lejano pasado, español pre-democrático por más señas, y resultó el inaugural álbum pirata de la historia del flamenco, motivo por el cual hemos de saludar ahora al que tienen entre sus manos como primer directo oficial del maestro andaluz. Para la ocasión Enrique ha querido buscar su perfil más jondo, sin imperdibles en la oreja, recurriendo al acervo del cante grande con sonanta de lujo… Pero tampoco puede ser así del todo; se rompería la magia: aparece el quejado y omegiano “Aleluya” de Leonard Cohen. De su Granada, su Cádiz, su Madrid, pasando por Cartagena, nos llega el repertorio bien acompañado.

“Si no veo dos o tres guitarras por la casa no estoy contento”, le confiesa Enrique a Miguel Mora. El global presente nos trae a la memoria, recupera, una de las parejas artísticas que en la naturaleza flamenca han sido, son y serán: Enrique Morente y Pepe Habichuela. Alegría para los oídos. Diálogos bienintencionados. Tampoco falta el honorable Juan Habichuela, esencia fina. Al lado, prodigioso, David Cerreduela y la armonía diferente de El Paquete compartiendo festival.

Hay fandangos naturales del mejor corte en personalísima inspiración del momento –¡qué difícil es el fandanguillo y el poco valor que le ha dado la intelligentsia flamencoide!-, junto a soleares apolás de sello propio y aires soleareros esenciales, gaditanos, que Cádiz es referencia obligada en la cultura morentiana, como tiene que ser la Granada natal que en forma de sonrosadas granaínas reluce al son de los mejores manantiales del lugar –Juan y Pepe Habichuela. Están los tangos de la casa, con bajañís endiabladas en compás a presión, y las seguiriyas ejemplares, puntal en que Morente se impuso desde su juventud, al igual que en las malagueñas tiernamente se mostró impar. El siguiente caso sucede en una peña flamenca: El listo del rincón en alarde de sapiencia vocifera de salida: “¡Enrique, a ver si nos acordamos un poquito de las malagueñas!” Y se acordó; dos tazas de caldito. Pide Enrique a Juan Habichuela que toque por ahí y, sin más, imparte una lección. No hubo más cantes esa noche que la malagueña en multitud de variantes. Ahora, como la cosa es igualmente en directo, la expresión se impone y la copla se va. Siendo Morente el cantaor que más cuida el repertorio lírico, en un imprevisto enroque estando en plenitud expresiva, se le va la copla al santo cielo, “como quien dice que no”. Pero titula fetén: “Como que sale de ti”, con el verso que no dice, aunque, eso sí, mantiene el sentido de la estrofa, que hay que saber lo que se dice aunque se diga de otra forma ¡Digo! Recordemos la copla: “Como que sale de ti / pregúntale si me quiere / como que sale de ti / y si te dice que no / dile qué motivos tiene / o qué daño le he hecho yo”. No pasa nada: “Las letras son la alcayata donde se cuelga la expresión”, sentenció.

Resta el enroque final de mare-mares/madre-madres/madre-mares, de muy señoras nuestras. En el actual disco Enrique se “echa unas playeras”, añeja expresión de nuestra cultura que nos habla de meterse en jonduras, ya que el recital discurre entre sendas y telúricas playeras a la mujer-madre. Entre el sollozo que añora la nana y el serrano recuerdo al magistral Pepe el de la Matrona con remate por María Borrico, con una María y una matrona de por medio…, ¡ah!, y ese ramito de azahar perfumando nuevas veredas del silencio que se llama don Rafael Riqueni, el que con mucho “tiento” aparece.

Enrique no puede estarse quieto. “Siendo, como es, abuelo; es vanguardia”. Y eso lo dijo hace un año, durante el homenaje que le tributó Arahal (Sevilla) al cantaor en el festival “Al Gurugú. Memorial Niña de los Peines”, el hermano José Luis Ortiz Nuevo. Ole. Y como abuelo, al igual que las Vainica Doble para cantar con sus nietos y las criaturas del futuro en aquella “Nana en re”, abrocha Morente con su peculiar “nana en ri” –en Enrique-, que comparte con la bien templada voz de esa hija que se llama Soleá, sobrada que está de arte -¡Esa Soleá!-, y apoya la nietería, marcando el tiempo y conmoviendo a los mayores, capitaneada por la guitarra soberbia del nieto de don Juan Habichuela y donde mamá Estrella reza con dulzura el lamento amargo de un maternal himno. Una nana para ayudar a la chiquillería a crecer en salud y libertad, que también Enrique con las Vainica se apunta a renegar del ruido, renunciar al ringorrango, refunfuñar con ritmo o reírse sin retintín…, y a rifarse las rimas, repudiar los ripios, asumir los riesgos sin rizar los rizos, repetir la ristra -ria-ria-pitá-, recusar al risión y Enrique-cer el repertorio. Una nana que es a su vez una “nana en eme”, de Morente, de la memoria de madres, mares y mareas, en homenaje a la mujer; para mujeres y madres, para a amar siempre a la madre que nos parió que también es mujer.

 

 

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