Había que verlo. Juana Amaya y Farruquito, dos fieras del baile flamenco, jóvenes dinámicos y artísticamente inspirados…'monstruos' como se suele decir…además de sumamente atractivos. Después de tres cuartos de hora de baile flamenco de altísima calidad, con cante y guitarra a la par, los artistas abandonan el escenario y sale este hombre. Grueso, mayor, tirando más a feo que a guapo, vestido de pantalón y camisa corriente. ¿Qué es eso que lleva en la mano?…
Ya. Una caja de esas que tanto ruido hacen en momentos
inoportunos. Ningún palmero, ninguna otra persona en la pista:
sólo Manolo Soler y su cajón. ¿Qué haría
ese hombre con ese artilugio y ese compás que corría por
sus venas flamencas para que año tras año, crítica
tras crítica, lo destacara como «sorprendente», «lo
mejor del espectáculo», «el flamenco más original»?
La única persona que pudo haber respondido a esa pregunta dejó
este planeta la noche del 6 de junio 2003, y el mundo del flamenco está
de luto.
Manolo Soler en un taller – Grenoble 2002
Durante muchos años Soler era bailaor. Inició su carrera
con quince años, y en 1960, cuando tenía 17, formó
su propio grupo. Verlo por primera vez era descubrir un mundo de compás,
incluso para los más entendidos. No es que bailara, tocara o cantara
a compás. Manuel Soler era el compás. Baile recogido, original,
seco, inteligente, minimalista mucho antes de que el minimalismo se pusiera
de moda, y extraordinariamente flamenco. A pesar de su seriedad y riguroso
respeto por el arte, un exquisito sentido del humor siempre estaba muy
cerca de la superficie. Era de los muy pocos que sabía renovar
y refrescar el flamenco sin perder la esencia.
Soler bailó para el presidente de los Estados Unidos Johnson,
y en el auge de los tablaos madrileños ofreció su arte en
Los Canasteros, Corral de la Pacheca, la Venta del Gato y Torres Bermejas.
En 1996 su obra «Por aquí te quiero ver» fue votada el
mejor espectáculo de la Bienal de Sevilla, y en la edición
de 2002 consiguió el Premio Giraldillo al Mejor Intérprete
de Acompañamiento. Sus colaboraciones eran numerosas. Además
de una década con Paco de Lucía, había prestado servicio
con Antonio Ruiz, Manuela Vargas, Juana Amaya, María Pagés,
Israel Galván, Manolete, Lola Flores, Farruco, Matilde Coral, Camarón
de la Isla, Manolo Sanlúcar y Enrique Morente entre otros, y baila
en un episodio de la serie histórica Rito y Geografía del
Baile. En la última década fue muy solicitado por festivales
internacionales para ofrecer cursos intensivos de compás y percusión.
El último gran triunfo fue su intervención en la deliciosa
producción «Dime» del bailaor Javier Barón donde
nuevamente se metió al público en el bolsillo con sus juegos
de manos e ingeniosa percusión realizada en esta ocasión
con una gigantesca tinaja…desde dentro de ella.
Manolo Soler con El Torta – Grenoble 2002.
No fue el primero en introducir el cajón peruano en el flamenco,
pero sin lugar a dudas fue el que lo popularizó y ahora, a los
veinte años de la incorporación de este instrumento percusivo,
pocos grupos prescinden del cajón. Nadie lo ha empleado con mayor
gusto y conocimiento que él, y al final será recordado por
esta faceta que sólo era una de las muchas de Manuel Soler.