Estela Zatania
Fallece el mítico artista trianero, y la afición se viste de luto.
» Cómo temblaba mi corazón, mare,
cómo temblaba mi corazón
solito, prima, por la calle»
(De «La Plazuela y el Tardón» de Manuel Molina)
Se ha marchado el coro griego unipersonal del arte jondo
Hace cuarenta años, en el verano del '75, puse la radio una mañana, y me sorprendió un sonido fresco y seductor. Flamenco, sí, pero de otra forma. Joven y optimista, con un sensible regusto dulce amargo. No era el grito pelado del flamenco clásico, sino algo más asequible, sin que fuera en absoluto superficial. «Nuevo Día» se llamaba aquella canción por bulerías que llegaría a definir la época; hasta el título fue acertado, porque marcó el comienzo del fenómeno social del dúo «Lole y Manuel», y de un movimiento musical aflamencado aperturista que no ha hecho más que ganar fuerza desde entonces.
Hoy, el 19 de mayo del año 2015, la afición flamenca ha tenido que asimilar la prematura desaparición de Manuel Molina (Ceuta, 1948-Sevilla, 2015), fuerza motriz de aquel dúo rompedor tan importante en la trayectoria de un hombre único, en el sentido más literal de la palabra. Con 67 años nos ha dejado el que se convirtiera en coro griego unipersonal del arte jondo, un papel que desempeñaba con artistas como Manuela Carrasco o Farruquito entre otros. El gesto tan conocido de Manuel sentado, brazos en cruz y mirando hacia arriba mientras sujetaba la guitarra que parecía seguir sonando para acompañar sus versos, es una imagen imborrable que identifica a este hombre irrepetible y flamenco.
Antes del legendario dúo con su esposa Lole, había otros experimentos musicales, más notablemente Manuel fue miembro del grupo Smash, famoso por su versión contemporánea del garrotín. Pero décadas más tarde, después del dúo de Lole y Manuel, encontraría su verdadera vocación e identidad en un papel inventado por él mismo; una especie de declamador con guitarra que medio cantaba, medio susurraba poesía original a un compás relajado por bulerías. Nuevamente nos demostró que el flamenco no tenía por qué ser agresivo ni tortuoso, que se pueden comunicar emociones fuertes a través de la sensibilidad y la dulzura.
Había que ser joven y haber vivido aquello. O quizás no. Quizás el mayor mérito de Manuel Molina es haber podido conectar con su generación, y con los que llegarían después. Nadie ocupará su lugar ni aspirará a hacerlo, no es posible. Se nos ha ido un imprescindible. ¿Quién no lo está viendo ahora mismo «ahí arriba» acomodándose en su silla, guitarra en mano para aflamencar el ambiente con su arte? Ole tú, Manuel. Ole y ole y hasta siempre.