23 de noviembre de 2010. El Molino, estandarte artístico del Paralelo barcelonés, pequeño tablao cuando abrió a finales del siglo XIX, y las varias revoluciones culturales en Barcelona en el siglo XX, reabre sus puertas. Cuenta con programación flamenca: Poco ruido y mucho duende, a cargo de la cantaora local Mayte Martín. Lo inaugura Enrique Morente. “El Molino era un icono de Barcelona, de la libertad de la transición, de muchas cosas de las que Enrique era también un icono”, recuerda Mayte.
- Da la casualidad de que hoy está aquí este hombre, este político – habló desde el escenario Morente en aquel concierto -, que siempre recuerdo con mucho cariño y mucha amistad. Le dedico este cante modesto (…), un cante por tientos. No es comercial, ni es un cante pop, ni vamos a triunfar. Un cante por tientos para mi amigo Pasqual Maragall, maestro, para usted.
- ¿Tú tenías una peña flamenca en Verdum, o dónde era? – le contesta desde su silla el político, ya tocado por el Alzheimer que le diagnosticaron en 2007.
- Claro, ahí nos conocimos – contesta Morente con una sonrisa.
“Al día siguiente del concierto lo llamé para pagarle el concierto y me dijo que no quería cobrar”, recuerda Mayte Martín. “Yo tengo un recuerdo precioso, eso fue un regalo que él nos hizo”. Así cierra el documental Morente Barcelona, de Jordi Turtós, un entrañable relato sobre la hermandad entre la ciudad y el cantaor granadino, que se inició cuando Luis Cabrera abrió una peña en su honor en Nou Barris en los 60, barrio al que llegó gran parte de la migración andaluza. Ese concierto en El Molino, esas imágenes, tomaron solo tres semanas después un valor incalculable: el 13 de diciembre 2010 falleció Enrique Morente, y el de El Molino fue su último concierto. En 2013, elotrora llamado Petit Moulin Rouge, cerró sus puertas de nuevo.
Verano 2024. En los pasillos del metro de Barcelona, una nueva publicidad en tonos granates y con mensajes breves: “Bonanit Paralel, bonanit Barcelona / No parles jazz? Nosaltres tampoc. / Pero sort, la música s’explica sola quan la tens a prop”. Reabre El Molino, otra vez. Incluye, claro, flamenco. Y de cabeza de cartel, Mayte Martín. El 23 de noviembre de 2024, 14 años después del último de Morente.
“Aquí sucedió, aquí fuimos unos poquitos los afortunados”, habló la cantaora en el recital después de calentar por cantes de Levante. “Cuando se dice eso de ‘se canta como si no se fuera a morir’, realmente eso se percibía desde ahí abajo, fue un concierto mágico. Vamos a rendir homenaje, agradecerle todo lo que entregó a la música y la bonita persona que fue. A todo lo que aportó al flamenco y que no ha sabido aportar nadie más. No vamos a hacer ninguno de sus temas porque sería una desvergüenza. Estamos comulgando con el recuerdo de que aquí dejó el cantaor su último suspiro”. Nada fácil saber qué decir con el peso de tal fecha en la espalda.
La barcelonesa siguió por malagueña, y ya advirtió: “Vamos a hacer flamenco antiguo”, y acabó con abandolaos contando que un sereno se dormía, alargando un jipío para regocijo del público que soltó algún primer jaleo. El Molino es un bar antiguo con aires de cabaret traído al 2024, con poco aforo, luz tenue, y un ambiente cálido en el que los camareros siguieron sirviendo mientras Mayte cantaba. Con su estilo sobrio, su traje negro, y acompañada por el tocaor José Galván, la catalana cantó por soleá y seguiriya, después por fandangos con ecos de La Niña de los Peines, y tangos del Titi con saludos a Lole y Manuel. Con su expresión tan personal, eleva los brazos y mueve los dedos en los melismas como si pulsara sus propias cuerdas vocales. Mayte confeccionó una hora de cante de pizarra muy disfrutable, de los que una sale mejor de lo que entró. “Vamos a despedirnos por bulerías, que es como se despide la gente”, cerró Mayte. Aunque incluyó un último broche con la popular versión por bulerías de una canción de Antonio Machín, Un compromiso, en el que echó el resto y arrancó los aplausos en los remates, cumbre del concierto. Y un segundo último broche: su conocida S.O.S.
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En el otro foco cultural histórico barcelonés, Las Ramblas, abre el Tablao El Duende en abril de este año. Dos locales más hacia el mar del Tablao El Cordobés, que desde 1970 alberga la excelencia artística flamenca local y foránea. Es la última apuesta de María Rosa, directora de El Cordobés e hija de sus fundadores, y Curro, hijo de esta y heredero de la gestión del mítico tablao. Más que un nuevo tablao, El Duende se concibe como una ampliación de El Cordobés, cuya capacidad se había quedado un poco limitada. Desde abril a ahora, se han hecho un lugar en la afición local y entre los clientes extranjeros, llegando a hacer 3 pases al día en temporada alta en octubre.
La apuesta es traer a los artistas jóvenes locales que prometen despuntar y que se van haciendo un nombre. El día de esta entrevista, están en escena Azahar Tortajada, bailaora de 19 años de Tarragona, de las que no se deja nada dentro cuando pisa unas tablas, enérgica, marcada expresión en los gestos, bello movimiento de brazos y manejo de castañuelas; y Tarrito, tocaor joven que pintó unas primeras notas de la malagueña de Lecuona de Paco de Lucía, se llevó un aplauso emocionado en la rondeña que tocó solo, y que mostraba sentirse en su lugar natural cuando acompañaba a cante y baile. Arropados por la experiencia, completaban el cuadro Miguel de la Tolea y Joaquín el Duende en el cante, cúspide de la escena local, y los bailaores Susana Casas y Juan Fernández.
“Aquí quisiéramos atraer a un público más joven y más local, pero los tablaos siguen teniendo un estigma muy inmerecido”, comenta María Rosa. “Nosotros programamos igual ahora que hace 50 años, cuando no había turistas, lo que pasa que un día por Las Ramblas en vez de vecinos empezaron a subir extrnajeros. Pero que les guste no es malo en sí, la cultura es transmisión, y lo viven igual que nosotros”. Igualmente, pretender abrir El Duende a un flamenco “menos purista” que el que sucede en el tablao hermano, e incluir, por ejemplo, el cajón, o llevar a cabo recitales de cante de un flamenco más vanguardista.
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Como apuntan María Rosa y Curro, los mismos españoles que no van a un tablao a ver a los artistas a dos metros, van a festivales, teatros, u otros formatos, a ver a esos mismos artistas. Es el caso de Las Brujas, el proyecto de Jero Férec, tocaor londinense asentado en Barcelona. En el segundo piso del Centro Cultural Tribu BCN, una casita rosa de una calle de película del Born, entre clases de yoga, microteatro o talleres de constelaciones familiares, Jero monta su pequeño tablao todos los jueves desde hace un par de meses. En la programación, arte flamenco de aquí y de allá, mayoría mujeres: las bailaoras Candy Navarrete, Karen Lugo, Lorena Oliva, Montserrat Martínez, los bailaores Rubén Heras y Costi el Chato, y las cantaoras Anna Colom y Fefa Gómez. 35 personas ven flamenco sin micros, en una pequeña sala en la que hay que quitarse los zapatos y te puedes recostar en un cojín. El salón de casa. Aquí, como en su otro proyecto Flamenco Queer, Jero sí que atrae al público local.
“Funciona un poco diferente a un tablao, es como estar en casa, con buen ambiente y buen rollo que se nota desde el público. Es más un flamenco club”, cuenta el tocaor. “Hasta ahora hemos tenido un público un poco de todo, gente que nunca ve flamenco y gente aficionada que sí. En Barcelona se impulsa la exploración y creo que aquí la gente tiene curiosidad cultural y necesidad de lugares que aborden el flamenco desde un punto de vista quizás un poco diferente”, comenta Jero, que desde adolescente sueña con abrir un tablao.
Y una cuarta inauguración: en las últimas semanas de 2024, con vistas a asentarse en 2025, ha echado a andar el La Laietana Cultural, en la calle del mismo nombre, cerca de la plaza de Urquinaona. Detrás del proyecto está Iván Alcalá, también director artístico del City Hall y del Palau Dalmases. “Que haya muchos tablaos es bueno, no nos hacemos competencia porque demanda hay de sobra, y los artistas pueden así cambiar y respirar nuevos aires, que le cante o le toque otro te nutre de savia nueva, te entra otra vez ese gusanillo por bailar”, comenta el también bailaor barcelonés, que igualmente se queja del poco apoyo político en la ciudad frente a otras capitales flamencas. Atreverse con una apertura flamenca no es cosa menor, es difícil mantenerse estable en la infinita oferta cultural de Barcelona, pero recogemos con las palabras de Jero para 2025: “Cuando se abre un proyecto con amor, y con respeto al flamenco, yo creo que la gente lo nota, y hace que vaya bien”. Que así sea.
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