por Lucía Ramos Aísa
Cinco artistas jóvenes del Tablao El Cordobés cuentan cómo ven el futuro del género después de hacer la temporada en el mítico local de Barcelona
Un jueves de agosto en Las Ramblas de Barcelona, al fondo del Tablao El Cordobés, Lorena Oliva atraviesa las columnas y sale el escenario ataviada con su bata de cola blanca, la cabeza alta y la mirada divertida del que va a empezar a bailar por alegrías. La bailaora juega a mirar al público y al cuadro que la acompaña, y con sus braceos y su expresión cierra con firmeza el segundo pase del Tablao el Cordobés.
Más tarde, durante el descanso, Lorena cuenta su primer día en El Cordobés: la bailaora barcelonesa se había montado previamente el baile que le tocaba hacer por alegrías. Era de las primeras veces que actuaba vestida con bata de cola. “El compañero anterior acortó el baile y a mí me dijeron que tenía que alargar mi parte”, recuerda. “Se me fue al traste lo que tenía montado e hice lo que se hace en el tablao: improvisar”.
Tiene 34 años y es una de las artistas jóvenes que este verano han actuado en El Cordobés. Sobre sus hombros recae el peso del devenir del flamenco, aunque ella cree que es esencial volver la mirada hacia atrás: “Queremos saber el futuro y no nos preocupamos del pasado. Tenemos tanta información que no focalizamos, queremos empezar la casa por el tejado cuando no hemos empezado ni a traer el material. Falta afición por lo tradicional, lo básico y lo puro, yo me incluyo”, opina sobre sus contemporáneos.
Para el bailaor sevillano Manuel Fernández, “El Carpeta”, hay otras dinámicas que perjudican al género: “La música que le ponen en bandeja a la mayoría de los jóvenes no es flamenco. Dicen ‘yo no hago flamenco, yo hago flamenquito’. Eso no existe. No es flamenquito, es el flamenco que tú te estás inventando. Tú cuando vas a un concierto de rock, ves rock, no rockito”.
En su familia, Los Farruco, siguen naciendo nuevos artistas: “Lo más importante que tienen que tener los más jóvenes, y yo lo veo en los más pequeños en mi casa, es el hambre por aprender de los mayores y la humildad”, cuenta. “El Carpeta” trae ese hambre desde niño. Su mote, de hecho, se lo puso su abuelo porque absorbía toda la información sobre flamenco que le llegaba y la guardaba en su cabeza como si fuera un archivador.
A su derecha, el cantaor Luis “el Granaíno”, sobrino nieto de La Nitra y de Luis Heredia el Polaco, le da la razón a su compañero: “Cada vez hay menos afición al flamenco. Yo no puedo ir a un festival y que salga uno dando saltos con una cuerda, el otro cantando algo que no sé ni qué palo es, y el otro con un vestido de lunares”, comenta.
“El Granaíno” y “el Carpeta” defienden que un artista flamenco debe emocionar “sin toda esa parafernalia, sin moverse”. Y se lo aplican: se hace el silencio cuando la solemne voz de Luis inunda la cueva de El Cordobés y el público mira anonadado a El Carpeta en cada giro y en cada patada. “Cuando tú vas a un espectáculo flamenco no sabes lo que te va a provocar, si risa, si llanto o si agobio”, concluye el bailaor.
Águeda Saavedra, bailaora malagueña de 28 años que también ha hecho la temporada de verano en El Cordobés, habla de esas emociones que ella ha visto en el público del tablao desde hace diez años. “La gente reacciona de muchas maneras. Hay veces que he visto a alguien en el público que se ha quedado en shock y ni ha aplaudido”, cuenta.
Para ella, que fue Premio Revelación del Festival de Jerez en 2022, el obstáculo está en la falta de interés por la cultura en general en España. Ve una generación muy completa y de muchísima calidad, pero fuera de los círculos flamencos, “va de mal en peor”. “No es cuestión de ‘los jóvenes’, es cuestión de los institutos y de los padres. Lo que está pasando es que hay menos público y menos demanda de espectáculos, osea menos trabajo para los artistas. Si las nuevas generaciones no van al teatro, ¿qué vamos a hacer?”, se pregunta.
Eugenio Santiago, guitarrista nacido en 1991, acude a la frase que le decía su padre para explicar la falta de apoyos que nota en el flamenco: “Uno no valora lo que tiene hasta que lo pierde. Supongo que los españoles, como es suyo y lo tienen aquí, no valoran el flamenco como lo hace el público de fuera de España”.
“Quizás en Barcelona los aficionados al flamenco son una minoría”, continúa el artista. “La gente en el resto de España se piensa que los catalanes no tienen gracia para el flamenco”. Pero él es de Terrassa, y en cuanto acaba la entrevista se concentra en afinar su guitarra y limarse las uñas antes de salir de nuevo para demostrar junto a sus compañeros que existe una generación de jóvenes flamencos preparados para defender el flamenco.