#Miañoflamenco – Sara Arguijo
Antes de ponerme a escribir estas líneas recibo un mail a nombre de Manuel Herrera -director de los Jueves Flamencos de Cajasol, entre otras tantas cosas- que pone en el asunto “despedida”. Y, llámenme blanda, pero al leerlo no he podido evitar que se me salten las lágrimas.
Primero porque, aunque entiendo que necesite un descanso, sé lo que vamos a perder con su ausencia. Segundo porque comparto lo que defiende cuando tratamos de alabar la gran labor que ha realizado por la difusión y la dignificación del flamenco: que este arte le ha enseñado a ser quien es y le ha llenado el espíritu. Y luego porque lo que siempre agradece el que será el próximo pregonero de la Bienal de Sevilla es “la generosidad, el cariño y la amistad” que le han brindado en lo jondo. Algo que reafirma mi idea de lo maravilloso que es este mundo al que tantas veces criticamos y resume mi año flamenco.
Porque sí, esta vez, no voy a hablar de las propuestas artísticas más interesantes (ahí están las reseñas) sino de la parte más emocional y pasional de este arte. De las relaciones personales que se crean, los vínculos, las charlas, los disgustos, las contradicciones, los encuentros, los sofocones… de todo lo que compartimos por nuestro amor al flamenco.
Es decir, si algo tiene #miañoflamenco son nombres y apellidos. El de un Manuel Herrera que me abrió las puertas de su casa y me dio la seguridad y la confianza que ni yo misma tenía entonces. Con el mismo respeto, la misma cercanía y el mismo buen criterio que imprime en sus programaciones, en las que no falta nunca un hueco para los que empiezan ni para los que se van marchando. A él, por citar dos ejemplos, le debemos esta temporada la magia de haber podido disfrutar de Rocío Molina y Andrés Marín (¡Qué nombres!) tan cerca.
Mi año flamenco tiene también el nombre de Carmen Arjona, la mejor a la que agarrarse para adentrarse en la riqueza jonda de un pueblo maravilloso: La Puebla de Cazalla. Con ella he conocido a quien tenía que conocer y me he arrimado a quién tenía que escuchar. Y, claro, ya no me quiero perder ninguna Reunión de Cante Jondo más en mi vida. Ya se sabe, duele lo que se quiere. Gracias por llevarme en volandas.
En este pueblo morisco, como me ocurre en Los Alcores, confirmé lo fuerte que sigue siendo la identidad flamenca en muchos de nuestros pueblos y lo bonito que es que se mantenga viva, a pesar de la ausencia de sus referentes. Por cierto, que el de Remedios Malvárez, por su mirada inteligente y próxima, es otro nombre para este 2019.
Escrito en #miañoflamenco está también el nombre de Rocío Márquez, pero no ya por el maravilloso espectáculo que nos ofreció en el Maestranza, sino por la lección de nobleza, elegancia y humanidad que me dio este verano en un momento en el que sufrí de verdad por ejercer esta profesión con la honestidad que creo que se merece. Por supuesto, la cosa se quedará para nosotras, pero qué alivio y qué alegría encontrarnos tan cerca.
Tampoco faltan, menos mal, los nombres de los que ilusionan. De jóvenes cantaores como Lela Soto, Samuel Serrano, María Terremoto o Manuel Tomasa a los que he visto entregarse con todas sus ganas en el escenario hasta levantar a los espectadores de sus sillas. Y de bailaores como Alberto Sellés, al que hemos visto crecer y convertirse en uno de los más versátiles y completos de los de su generación, como demuestra en El Sombrero (obra de Rafael Estévez y Nani Paños, dos coreógrafos que hay que escribir en mayúsculas). Gracias porque de vuestro ímpetu alimento mi entusiasmo y mantengo la esperanza.
El descubrimiento de #miañoflamenco se llama Matías López ‘El Mati’, un cantaor creativo, personal y carismático al que, afortunadamente, le preocupa más disfrutar de lo que hace que conseguir réditos efímeros. Pedazo de banda la que forma con Sergio de Lope, David Caro, Javier Rabadán y Juanfe Pérez, unos músicos entusiastas y enérgicos a los que pondría a tocar en mi salón cada mañana…
En este repaso incluyo igualmente a los inconformistas. A gente como Marcos Vargas y Chloé Brulé, Sandra Carrasco o David Lagos, que buscan y arriesgan para regalar algunas de las propuestas más motivadoras del año. Los primeros han vuelto a demostrar la arrolladora capacidad de la danza para ponernos en órbita por Los cuerpos celestes, una obra en la que vuelven a llevar al límite la capacidad de la danza para emocionar; la segunda trabaja en una delicia que, si este mundo fuese más justo, se deberían estar rifando en todos los teatros. Y el tercero realiza en Hodierno un alentador replanteamiento del cante actual que presenta tras hurgar en las entrañas. Por cierto, inevitable pensar en él y que no se me vengan los nombres Juan M. Jiménez, Antonio Moreno, Alfredo Lagos o Tomás de Perrate. ¡Qué grupo!
Pero además de este 2019 me quedo con el aprendizaje y las charlas enriquecedoras que he vivido junto a artistas como Belén Maya o Ana Morales, dos bailaoras de universos distintos que sin embargo coinciden en la seriedad y la profundidad con la que abordan sus carreras. Belén dio a todos una lección magistral en la conferencia La muñeca subversiva que moderé en los Cursos de Verano de la UPO de Carmona y con Ana Morales hablé hasta que casi nos echan del teatro de lo importante que es reconocerse y mantenerte en tu sitio ¡Qué placer encontrar un momento para la reflexión, para pensarnos y para empoderarnos!
En esta larga lista están también los nombres de las pandillas jondas con las que me río, discuto y contrasto siempre. Esa tomatina que sigue en pie porque nos mueve y remueve esto aunque no haya sopa de tomate. Y la banda de la escalera del Tres Reyes, con los que cada verano recuerdo en el Festival Flamenco On Fire lo afortunada que soy por dedicarme al flamenco. Vosotros sabéis quiénes somos.
Y por último llevo grabados los nombres de dos grandes compañeras de viaje a las que admiro y quiero aún más por quienes son que por lo que hacen. Dos mujeres a las que sigo y persigo a ver si en una de esas me salpica el reflejo de la luz que transmiten. Por distintos motivos las dos -me refiero a Silvia Cruz Lapeña y Susanne Zellinger– se alejan momentáneamente de la primera línea de la batalla de la crítica jonda, aunque yo las seguiré teniendo cerca para exprimirlas cada vez que se tercie o cada vez que las necesite. A ellas también me las trajo el flamenco… y ahora díganme sino es para dar las gracias por bulerías.
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