Silvia Cruz Lapeña
Cada vez comparto más la idea de creación “tirana” que defendió Glenn Gould. Lo que decía esa fiera musical que fue el pianista canadiense es que hay que crear sin pensar en el público, en las audiencias, en la moda, en los periodistas, en nadie. Es más fácil hablar de esa manera si se tiene un talento como el suyo, por eso creo que esa idea solo tiene sentido para el común de los mortales con raciones dobles de autocrítica, algo que no abunda ni en el flamenco ni en ningún sector donde la labor de sus miembros sea de dominio público: política, funcionariado, periodismo, arte…
Por eso, para escribir este artículo he mirado mis cuadernos y mis tripas, que no mi ombligo, y si lo hago, es porque a estas altura del año tengo el labio inferior destrozado de dudar, rumiar y revisar casi todo lo que he hecho. Porque sé que cuando escribo sobre el trabajo de otros a veces me equivoco; que cuando redacto una crónica me dejo llevar con demasiada frecuencia por mis apetencias y que a veces ni estando la noche entera redactando una reseña acierto con los matices. También soy consciente de que la inmediatez me pasa factura como a todo el mundo y como todo el mundo, he caído alguna vez en la tentación de escribir artículos que llevan por título “Los diez mejores libros/discos/espectáculos/culos del año”.
Voy a procurar no hacer nada de eso en este artículo que se gesta con el año ya casi acabado y con mi mirada sobre las cosas comentadas mucho más atemperada. Lo que voy a relatar aquí son algunos momentos que en 2018 me impresionaron porque me llevaron a lugares que no esperaba. Porque me dieron cosas de las que obtuve algo más que una lista, un titular o una foto digna de ser subida a Instagram.
Son estos:
Título: El encuentro
Autor: David Coria
Lugar: Festival de Flamenco de Nîmes
Había reseñado este espectáculo en el Festival de Jerez de 2017. Me gustó, pero me pareció que para ser el show con el que David Coria estrenaba compañía propia cedía demasiado protagonismo al cuerpo de baile. Lo entendí como un gesto generoso, creo que porque me gustan mucho David y su baile, pero yo quería más. Es cierto que lo que yo espere o desee, me diría Glenn Gould, no debe importarle a Coria ni a ningún artista, pero al verlo bailar en Nîmes noté que con pocos cambios, ese bailaor había dejado atrás al Ballet Flamenco de Andalucía y había logrado ser, entero y de verdad, él mismo. Era la misma propuesta, pero con otra conciencia, y gracias a ella su creador logró hacer de un buen espectáculo otro nuevo y con más brillo. Y ahora cuento por qué eso fue importante para mí: los periodistas olvidamos a veces que somos un público extraño y privilegiado. Tenemos la opción de ver al mismo artista con el mismo espectáculo en circunstancias muy distintas. Podemos observarlos, con las mismas herramientas, inflarse o flagelarse. Pero en ese escenario francés, yo vi a un hombre crecer un palmo. ¿No les alegra a ustedes la evolución? ¿No les conmueve ver a un ser humano que no les toca nada, que no conocen, esforzarse, corregirse y al final estirar las manos y tocar el cielo? A mí me ablanda los huesos. Y es uno de los motivos por los que sigo en esto.
Título: Qué pasaría si pasara
Autores: David Palomar, Roberto Jaén, El Junco, Riki Rivera
Lugar: Festival de Jerez
Si digo que en el flamenco escasea la autocrítica, pocos se extrañan. Pero muchos arrugan el entrecejo cuando me oyen decir que también le falta humor. Que haya mucha guasa no quiere decir que abunde la parodia, un ejercicio que requiere más sutilidad que la ironía, tan de moda y tan estéril. Por eso lo que hicieron esos granujas de Cádiz en el Teatro Villamarta fue en 2018 tan importante. En Qué pasaría si pasara todos los chistes y todas las referencias están dirigidas a un público que debe saber algo del tema y de la historia de lo jondo para entenderlos, pero es que es precisamente ese público, entre el que me incluyo, quien más necesita la sacudida que vinieron a darnos Palomar, los hermanos Jaén y Riki Rivera. Por eso en el título de la crónica incluí la palabra “psicoanálisis” y hoy la mantengo. También le hicieron un repaso a la actualidad hablando de corrupción, de política, de la Casa real o del papel de la crítica porque el flamenco vive en un contexto, y con unos tabúes, que demasiadas veces ignora. Y ya de gira, el grupo adaptó algunos gags a la ciudad donde actuaban, algo de lo que deberían aprender otros artistas, quizás Capullo de Jerez antes de que su público empiece a hartarse de que siempre acabe cantando en sus recitales el himno del Real Madrid. Pero estos cuatro saben latín, por eso se fustigan a ellos mismos antes de empezar a hacerlo con los demás y por eso su baño de realidad repleto de espejos fue tan instructivo.
Título: Malamente
Autora: Rosalía
Lugar: Youtube, es decir, el mundo entero
El flamenco debería aprender ya a sacarle partido a lo de vivir con el paso cambiado. Si lo aconsejo es porque yo saqué mis mejores ideas y mis mejores amigos de los momentos en los que la vida me pilló desprevenida. Y del boom de Rosalía lo que he aprendido es mucho sobre la gente que me rodea. Me explico. Cuando me encargaron entrevistarla por un segundo disco que aún no estaba en el mercado, no imaginé lo que me esperaba: decenas de personas dándome, sin pedirla, opiniones sobre un álbum del que sólo se había publicado una canción. Sólo un par me preguntaron “qué tal el disco tú que lo has escuchado”, algo que me dio la medida de cuál es el perfil del aficionado medio. Lo que me parece el álbum ya no me importa ni a mí, pues me intriga más la sacudida. A una parte de la gente (prensa, público, oyentes, influencers) le sirvió para achacarle a la catalana un rosario de ofensas que yo no veo. Luego está lo de la apropiación cultural, que me produce escalofríos, y en otro extremo, los artistas que aprovecharon para exhibir una inquina, en público y/o en privado, que sólo habla (mal) de quien así se expresa. “Pero, ¿te gusta o no te gusta?”, me dicen algunos y siempre respondo “¡Qué importa eso!”. Lo digo de verdad, no para escaquearme, y porque creo que ese fenómeno habla de un modo de pensar la música, de hacerla y de distribuirla que al flamenco le ha cogido totalmente fuera de juego. En lugar de pensar, he visto a demasiada gente escupiendo, actitud que desapruebo sea quien sea el artista y el género en el que se enmarque. Dicho esto, con lo que aún no salgo de mi asombro es con la cantidad de conversos que generó el disco en cuanto salió a la calle. Debo decir que muchos son los mismos que me calentaron la cabeza poniendo a Rosalía a caldo por “Malamente”, lo que confirma algo que siempre he pensado: que pocos se resisten a subirse al carro que está más lleno y que siempre son los mismos los que sucumben al elogio en cuanto conocen al artista del que tienen que escribir y les sonríe.
Título: Hodierno
Autor: David Lagos, Alfredo Lagos, Juan Jiménez y Artomático
Lugar: Bienal de Flamenco de Sevilla
Vuelvo a Glenn Gould, que me viene al pelo para hablar de David Lagos. Para el canadiense, una buena interpretación de una pieza escrita por otra persona pasaba por hacer con ella una obra de arte paralela. Yo creo que eso es lo que hizo el jerezano con su última propuesta, Hodierno, donde mezcló el flamenco con algunos recursos de la electrónica y la guitarra siempre perfecta de su hermano Alfredo. David cogió cantes que ya existían y los llevó a otro nivel y no, no creo que se trate solamente de que Lagos cante bien, como leí en las críticas de algunos compañeros. ¿A alguien le parecía posible que alguien mejorara a Bach? No, pero Glenn Gould lo hizo con sus Variaciones Goldberg y el tiempo tendrá que confirmarlo, pero yo creo que el de Jerez está llamado no solamente a hacer algo distinto con la tradición sino a hacer con ella algo mejor. Y ahora revelaré algo que veo anotado en un margen de mi cuaderno: mis dudas sobre el tono que debía emplear en la crónica con la que intenté describir ese espectáculo. Por mi formación, sé que a veces es mejor ahorrar palabras, ponerse la faja, ceñirse a los hechos. Pero si algo he confirmado en 2018 es que, del mismo modo que no hay que dejar de señalar nunca las carencias de lo que se ofrece en un escenario, tampoco hay que escatimar elogios cuando alguien ahí arriba es capaz de eliminar el presente y anticipar el futuro. Ese fue el caso de Lagos.
Título: Sin permiso
Autora: Ana Morales
Lugar: Bienal de Flamenco de Sevilla
Si lo de Lagos fue un derroche de voz y de talento en la Bienal de Sevilla, lo de Ana Morales fue un suma y sigue pausado y contenido. Este año no he visto nada más bello que el espectáculo de la sevillana nacida en Barcelona. Fue gota sobre otra gota, un palo sumándose al siguiente para armar un relato, una mezcla de lo sabido con lo aprendido y lo intuido, como si todo, tras un viaje muy largo, encajara. Su show, dedicado a la figura de un padre ausente, requería atención, mirar profundo, escuchar sin prisa. Y ella logró que la observáramos recurriendo al susurro y al detalle, no al grito ni al brochazo. En Sin permiso todo está pensado y digerido como si con cada escena Ana hubiera hecho como esos escritores que pasan una semana eligiendo un adjetivo. Recuerdo de esa noche un chispazo muy claro, un momento de la serrana que le cantó Juan José Amador en el que noté como si alguien me agarrara la garganta. Recuerdo ese instante porque no es frecuente, pero mirando atrás y recordándolo pienso que si Sin permiso consigue algo como eso es porque funciona por acumulación, como una cascada de impactos que te lleva hasta el final con una sensación parecida a la de haber estado una hora llorando: como si hubieras hecho las paces con todos los aspectos de tu vida. El viaje en el que nos embarcó Morales es universal, por eso duele. Es una historia repetida mil veces y sin embargo, huele, sabe, suena como si fuera otra y fuera nueva. ¿Ven? Vuelvo a Glenn Gould. Pero díganme, ¿no es eso el arte?
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