Sara Arguijo
Será que llevo el barroquismo de mi ciudad en las venas pero siento debilidad por la gente pasional y excesiva, capaz de usar cualquier mueca, interpelación o apretón para hacerse ver y oír. Esa gente que defiende sus argumentos con una seguridad y una contundencia inquebrantable, aunque se revelen vulnerables cuando intercalan en sus speech salvoconductos en forma de coletillas estándar del tipo “desde mi punto de vista”, “en mi opinión” o, mi preferida, “créeme es así”.
Desde aquí me declaro fan de todos ellos y confieso observarles con envidia cuando de lo que se habla es de flamenco. No saben cuántas veces les miro celosa y pienso lo sencillo que sería escribir desde esas posturas instaladas en el yo creo.
Digo esto porque veo que mientras otros parecen leer claras las conclusiones en el reverso de la entrada, a mí cada vez me cuesta más encontrar certezas. Y las pocas que hallo se me aparecen más bien como un captcha de esos que, en pro de la seguridad, a mí me hacen sentir tan torpe porque nunca los clavo de primeras.
Les aseguro que seguir a los artistas desde primera fila, asistir a lo que son capaces de crear, a sus estrenos, a sus recopilatorios, a sus riesgos, a sus desaciertos, a sus triunfos… me zarandea de tal forma que, por ejemplo, cuando acaba un evento con la Bienal necesito días de silencio y soledad para asumir todo lo que he visto, vivido y escrito. Para revisar mis prejuicios, revisar mis gustos y debilidades, asumir mis equivocaciones y celebrar la contracción y la sorpresa. Algo que, llámenme loca, es al mismo tiempo lo que más me fascina y atrapa de este arte que sólo pueden tachar de tópico quienes lo ignoran.
Aquellos que este año se han perdido el gran paso que han dado para el flamenco y para sí mismos, el guitarrista José Quevedo Bolita y los cantaores Tomás de Perrate y David Lagos. Artistas inquietos, curiosos, arriesgados y serios que han pisado esta Bienal proponiendo, abriendo nuevos caminos en lo jondo (que no es fácil) y, aventuro, marcando una nueva estela musical en el género.
Seguramente tampoco han llorado con la consolidación de Pedro El Granaíno, que ha ido tejiendo un hilo emocional con el público cantando desde la emoción; ni con el estreno en solitario de Rafael Rodríguez, que desplegó besos y abrazos desde su sonanta generosa y tímida regalando junto a Rocío Molina alguno de los momentos más mágicos de la cita sevillana. Ni con la maestría con que le bailó Pepa Montes a Arcángel, Segundo Falcón y Mari Peña en una noche de decir ¡Ole a los que saben!
Quienes pensaron esa insultante campaña no se han enterado que el 2018 ha sido el año de reivindicar el papel de las mujeres y hablar de ellas y de lo que les salga del toto pelao, como algunos rebautizaron la propuesta de Rocío Molina, una bailaora que es necesaria hasta en sus equivocaciones.
Un año en femenino en el que hemos disfrutado de la fuerza arrolladora de la cantaora Anabel Valencia y del tremendo delirio de Rosario La Tremendita, que está pletórica e imparable y nos volvió locos a todos en el Festival Flamenco On Fire. Y del trabajo inteligente, concienzudo y orgánico de Ana Morales y de la sensibilidad, gracia y ternura de Isabel Bayón…
Puede que estos se muevan por el mundo sin saber la que han formado Riki Rivera, David Palomar, Juan José Jaén ‘El Junco’ y Roberto Jaén con ¿Qué pasaría si pasara?, uno de los espectáculos más refrescantes, divertidos, ácidos y sugerentes que se han visto este año; o, las miles de líneas que se le han dedicado a Rosalía hablando muy bien o muy mal de un disco que aún no estaba ni en el mercado y que tanto nos ha servido para retratarnos a nosotros mismo. Quillo, trá, trá.
No me cabe duda que se han mantenido ajenos a la inmensa pena del extravío que vivimos con Diego el Cigala en Pamplona en un concierto que nos dejó destrozados. O a la exquisitez, el buen gusto, la coherencia y la jondura que encontramos, cante lo que cante, en Mayte Martín, con quien mantenido una de las entrevistas más enriquecedoras del año pasado.
Igual desconocen lo que desata El Cabrero cada vez que pisa un escenario y no han visto, como yo, de qué manera se entregó al público en el Festival de Cante Grande de El Viso del Alcor donde una vez más le bastó ser él para ser único.
Y, por supuesto, los que tachan el término flamenco no podrán contar en la vida la profunda emoción, alegría y excitación que se experimentó en La Puebla de Cazalla en el concierto Renuevo del Cante Viejo que reunió por primera vez en un escenario a tres de las grandes promesas del cante clásico: Pepe El Boleco, Manuel Tomasa y Alonso Núñez El Purili. Un recital de flamenco, arte y naturaleza -titulé- que, por la euforia compartida entre el público, la rivalidad sana y los nervios que desprendían los jóvenes artistas, o la sorpresa ha sido quizás el que más me ha conmovido. O, al menos, el que lo ha hecho más rato.
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