Dicen que si algún inocente está dispuesto a pagar dinero por algo, tiene que ser arte, y esta filosofía ha invadido el flamenco en más de una ocasión. No quiero ni imaginar lo contento que debe estar Antoni Tápies con esa obra maestra que ha pergeñado (¿se podrá aplicar ese término en este caso?) para usarse como cartel para el festival de flamenco más prestigioso y dilatado del mundo, la Bienal de Flamenco de Sevilla.
Es que, verdaderamente, se queda uno sin respiración ante la sensibilidad, la maestría incontestable, dibujo, dominio del color, etc., etc…obviamente sin olvidar la claridad del concepto que se trataba de representar, en este caso el Arte Flamenco…(porque un cartel es para eso…¿o no?)
El flamenco, digamos más bien el mercado o negocio flamenco ha dado, en ocasiones, lo que un médico daría en llamar 'diviesos o furúnculos'. Esto parece ser inevitable en todas las artes y, me atrevería a decir, en todas las actividades humanas. Claro, yo me callo cuando alguien me dice que le gusta como fulano o fulana escribe, cocina, canta, baila, toca, etc. ¿Quién soy yo para dictar lo que debe repeler o gustar a cada cual? Lo que me cabrea en grado sumo es que me informen de que fulano o fulana ES una “maravilla” o, por lo contrario, un puñetero mojón, es decir, que sentencien a lo Séneca tanto lo uno como lo otro…
Yo ví 'bailar' y oí 'cantar' a Vicente Escudero…sí, eso era lo que se anunciaba que hacía el buen vallisoletano. Me invadió aquello que llaman, o llamaban hace mucho, vergüenza ajena. El pobre hombre no tenía la menor idea de que algo, llamado compás, resultaba tener, para su desgracia, una importancia capital en los ritmos andaluces que intentaba, a cambio de generosas cantidades de parné, mostrar a los espectadores o asistentes al teatro. Vamos a olvidarnos de los ruiditos que hacía con las uñas, del traje y sombrero blanco a juego con el maquillaje del rostro, de la luz dramáticamente cenital, de los guitarristas que le acompañaban, a veces de primera como Mario Escudero…pero ¿quién se permite el dudoso lujo de hacer caso omiso del compás?
Algo muy parecido sucedió muchos años después al asistir a un 'concierto' de Manitas de Plata, nada menos que en Carnegie Hall, en la ciudad de Nueva York. El sexto 'concierto' en el lapso de unas cuantas semanas, a teatro lleno y comenzando, por cierto, a las doce de la noche, hora totalmente inaudita en yanquilandia donde se cena a las dieciocho y se acuesta a las veintidos. Yo había escuchado ya discos de este hombre y no fue ninguna sorpresa. Quizás fuera morbo lo que me hacía atender, junto a algunos amigos de renombre incluyendo al maestro Sabicas, a constatar el éxito arrollador, indescriptible, que los rasgueos galopantes y enloquecidos causaban en aquel público…¿ignorante? ¿gilipuertas? ¿engañado miserablemente? Tampoco en esta ocasión se repartieron entradas de balde, que vamos que los precios eran bastante elevados.
Es lógico que tanto Vicente Escudero como Manitas de Plata tenían todo el derecho del mundo a ganarse la vida como pudieran…el problema no era ese…el problema era que los presentaran como lo que no eran. Y que quede muy claro que no estamos hablando de opiniones o gustos. El compás, tan importante para desgracia de tantos, no es una opinión o una preferencia…es algo fácilmente demostrable, tanto si se halla presente como si no lo está. Si se pudiera bailar o tocar por soleá como quien lo hiciera por media granaína…pues no existiría ningún problema ¿verdad? Hasta ahora…eso no va. Si usted es presentado públicamente como un gran bailaor o un gran guitarrista flamenco ¿tengo o no tengo el derecho de exigirle que, por lo menos, baile o toque usted a compás?
Y esto me trae de nuevo a ese portentoso cartel anunciador de la Bienal…que no debe haber costado poco ni ha sido seguramente un gesto gracioso y gratuito del señor Tápies. ¡Lo bien que hubiera quedado para presentar a Vicente Escudero acompañado por Manitas de Plata, joé!
Claro, se supone que nadie debe molestarse por lo que digo…finalmente es sólo una opinión personal…
Arzapúa
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