«Tendrá que haber un camino» de Soleá Morente – reseña

Soleá Morente - Tendrá que haber un camino

Soleá Morente - Tendrá que haber un camino

Silvia Cruz Lapeña

En su primer disco, la hija mediana de Enrique Morente traduce mezclas y fórmulas que ya probó el granaíno y apunta a otras nuevas en las que puede escucharse su propia voz.

Destellos de Soleá

Soleá canta mejor cuando está sola. Tendrá que haber un camino (El Volcan Music, 2015) está repleto de familiares y amigos porque ella no es nueva en el mundillo pero se enfrenta por primera vez a un disco en solitario. Soleá lleva el flamenco en el nombre y en el deje y lo más probable es que vuelva a otras jonduras cuando pase el tiempo, pero ahora busca y rebusca, por su edad, pero también porque precisa espantar a la muerte que se llevó a su padre, Enrique Morente.  

Los Planetas, sus hermanos Estrella y José Enrique, su tío Montoyita, entre otros artistas, se han sumado a este trabajo. Su progenitor está en cada corte, más aún en los que versionan dos temas de Leonard Cohen y que se descartaron en Omega. Son “Dama errante” y “Esta no es manera de decir adiós”, que se ofrecen tal cual se concibieron. Pero estos y los demás, aún con letras de J. de Los Planetas o del Grupo de Expertos Solynieve, tienen el toque de Soleá, un algo que aún es sutil pero que ya se insinúa. En “La ciudad de los gitanos”, con melodía y letra pausadas, menos rockera y poco flamenca, puede verse. También en “Oración”, corte compuesto por ella misma, en el que se nota que el camino que Soleá anhela más que seguirlo, va a tener que construirlo. 

Si Enrique fue rompedor, Soleá es traductora. Su misión es diferente a la que tuvo su padre, que se inventó cosas a fuerza de desbaratar costuras. Soleá lo vio y se impregnó de esa esencia con la diferencia de que ella se estrena con las fronteras ya derribadas. Traducir no es tarea menor, no consiste sólo en cambiar de idioma. El flamenco está plagado de gente que canta de maravilla a la façon de este o aquel astro jondo; de otros que tocan la guitarra emulando la técnica y la velocidad de los más grandes y de personas que bailan conociendo de memoria los tempos y las acrobacias de otros a los que imitan. Cantan, tocan y bailan bien pero no crean. No asumen ni un riesgo. Tendrá que haber un camino no es un disco rompedor ni revolucionario. En él se escucha el sonido “planeta” que ya probó el gran Morente y en ese sentido, es continuista, pero es precisamente la traducción de Soleá, la hija más pegada al hueso de Enrique y la que más arriesga, la que saca las canciones de lo previsible y las hace apuntar a otros lugares. 

Disco de arranque

En “Están bailando”, unas sevillanas rockeras, se la escucha cantar sin complejos, se ve que lo que aprendió en casa se lo sabe de memoria y que Soleá busca ya su propio hogar. Por eso en Tendrá que haber un camino picotea en el rock, en la música árabe con la Orquesta Chekara, en los versos de Machado pero también en la gélida melancolía de La Bien Querida, que le ha compuesto tres temas. Pero cuando dice sus letras, Soleá parece La Bien Querida. Pasa algo parecido en los tangos “Solos tú y yo”, corte en el que hay momentos que no se sabe si canta ella o su hermana Estrella. La primera situación la aleja de su garganta y de su dicción; la segunda sólo revela lo difícil que es separarse de la sangre cuando se canta. No es grave ni estropea el disco, repleto de destellos, pero ambos casos suenan a errores de traducción, a una Soleá demasiado literal. Ella canta mejor cuanto está sola, cuando hace su traducción de lo que conoce, cuando emplea su voz y no una ajena.

Este es un disco de arranque porque Soleá lleva años sobre el escenario, pero no es lo mismo cantar que firmar un trabajo. Este es atrevido a ratos y previsible en otros, pero lo destacable es que anuncia chispazos de algo nuevo. Habrá quien diga que otros artistas más inexpertos ya tienen un tono más definido. Pero no son hijos de Morente. Soleá pudo optar por acabar el disco que ella y su padre dejaron a medias, pero cogió otro camino, más largo y más expuesto. Es cierto que tiene los medios, los apoyos y las portadas pero también que tiene una papeleta más difícil que la de sus hermanos: el mundo de donde salió su padre no sabrá donde ubicarla.  

Como tantos flamencos del siglo XXI, esta Morente huye de las etiquetas, más por temor a las hostias que porque reniegue de lo que ha mamado. Yo propongo inventarle ahora todos los rótulos: digamos que no es flamenca, digamos que sí lo es; apuremos los conceptos y acuñemos sellos como “indie jonda”, “flamenca rock” o lo que se nos antoje. Y ojalá en su próximo disco tengamos que comérnoslas todas e inventarle otras de nuevo.

 


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