Espejo de la España del siglo XXI
JUAN VERGILLOS De ella dijo Oliver Messiaen, acaso el más grande de los músicos académicos del siglo XX, que “es la maravilla del piano, ocupa quizá el más alto puesto entre las más brillantes muestras del instrumento rey por excelencia”. Se trata de la suite ‘Iberia’ de Isaac Albéniz, una obra cuyo primer cuaderno se estrenó en 1905. Con motivo de este centenario, hemos asistido en los últimos tiempos a conmemoraciones de todo tipo: celebraciones escénicas clásicas y flamencas, como la dirigida hace un año y pico por José Luis Ortiz Nuevo en el sevillano Teatro de la Maestranza, y protagonizada por Belén Maya e Israel Galván entre otros. Otro hito de esta conmemoración fue la película homónima firmada por Carlos Saura, con danzarines y músicos clásicos, contemporáneos y flamencos, algunos en tesituras tan sorprendentes y geniales como la ‘Granada’ de Enrique Morente o el ‘Corpus Christi’ de su hija Estrella. La presencia de los flamencos en estas celebraciones no es casual. El siglo XIX fue proclive a este tipo de promiscuidades. Fue Luis Lavaur el primero en señalar que en el surgimiento del flamenco, más que la fragua gitana que el mairenismo invoca, tuvo un papel fundamental la música académica más popular, zarzuela, ópera, opereta. De la misma manera que los bailes escénicos populares y boleros contribuyeron también de forma abundante en este nacimiento de lo jondo. Los caminos entre lo académico y lo popular y flamenco estaban entonces más transitados. El Canario Chico cantaba con voz flamenca o de tenor académico, lo mismo malagueñas que farrucas. Y La Rubia cantaba guajiras flamencas y “guajiras de los de Cuba”, más académicas. ‘Iberia’, siendo como es, en opinión de Messiaen, la obra cumbre del piano académico occidental, es también una sublime muestra de los registros populares del periodo. La musicóloga Lola Fernández ha localizado las siguientes piezas populares y flamencas en Iberia: zapateado (‘El Puerto’), guajira (‘Rondeña’), zapateado, guajira y fandango (‘Almería’), sevillanas (‘Triana’ y ‘Eritaña’), polo (‘El Polo’), malagueña (‘Málaga’) y seguidillas (‘Jerez’). Otros han querido ver también otros géneros como soleares, tarantas, etc. Todo un muestrario del arte popular y escénico del periodo, sabiamente estilizado, sublimado, interiorizado para convertirse en una de las “maravillas del piano”, una de las obras más emocionantes de la literatura musical planetaria, plena de equilibrios entre la tradición y la vanguardia del periodo, entre lo popular y lo académico, entre lo social y lo íntimo, etc.
Cien años son muchos e ‘Iberia’ es parte de nuestra memoria sentimental. Un catalán de Camprodón, hijo de un vasco por más señas, mirando los ojos de la calle Sierpes de Sevilla o los barcos del Puerto de Santa María. Sin exclusiones, de Lavapiés a Ronda. Olé por don Isaac. Cien años y han caído las versiones de Rubistein, Arrau, Esteban Sánchez, Barenboim o Alicia de Larrocha, para mí la más sublime, o de la de Torres-Pardo más reciente. Y transcripciones para orquesta, para banda, para conjuntos de plectro, etc. También para guitarra. Lo que vino del pueblo, de la guitarra, vuelve a la guitarra. Claro que esto no tiene nada que ver con que al pueblo le guste mirarse y mirar la escena. Y es que, al fin y al cabo, ¿quién no es pueblo? ¿Los compositores, los intérpretes? No en el caso que nos ocupa. Pues miren lo que tenemos aquí, una versión de un guitarrista. Flamenco por demás. Y catalán también, como don Isaac. Lógicamente no es la primera vez que asistimos a este maridaje. Otros guitarristas se miraron antes en ese espejo de amor y odio que es nuestra música académica nacionalista. Ahí tienen a Luis Maravilla haciendo el ‘Concierto de Aranjuez’ en los años cuarenta. O más recientemente Paco de Lucía. Paco, que también se atrevió con la obra del Maestro Rodrigo, en su versión original, y con una selección de la música de Falla, arreglada en este caso para su formación con el grupo Dolores. Y que le echó mano a la mismísima ‘Iberia’, tres piezas a tres guitarras con Cañizarse y José María Bandera, en la cara b de su disco ‘Concierto de Aranjuez’. Para mi gusto no es lo mejor de Paco, ni entiendo del todo ese afán suyo de reivindicarse ante lo académico, cuando es el músico español más conocido y estimado en todo el planeta desde hace años. Con todo, sus versiones son más que correctas, emocionantes. Y en esto llegó Cañizares. Un virtuoso. Su primera propuesta albeniziana fue precisamente esa selección de ‘Iberia’ a trío con Paco y Bandera, de la que hablo. A muchos sorprendió esta faceta académica del que había sido guitarrista de El Último de la Fila, Morente, Peter Gabriel o Chiquetete, del que había compuesto rumbas pegadizas y suaves canciones de amor para películas como ‘La Lola se va a los Puertos’. Una segunda incursión en la música de su paisano se produjo a través de un disco que incluía trascripciones para guitarra de dos sonatas para piano. Y, al fin, esta versión de la obra cumbre de la música española de todos los tiempos. Esta nueva versión, para dos guitarras, es más rotunda, más cercana al espíritu original, que las tres piezas que grabó en 1991 con Paco de Lucía. Es la guitarra de Cañizares de esta ‘Iberia’ un instrumento tradicional y contemporáneo, con sonoridades del siglo XXI, lo que demuestra la capacidad de la obra para trascender contextos concretos para hablarnos al corazón. Una pulsación flamenca de hoy mismo, de mañana. Para unas aventuras musicales genuinas. Mesura y cubismo. Esencia y virtuosismo. La memoria de quienes fuimos y la premonición de lo que seremos. Rotundo Cañi. Juguetón cuando la pieza lo requiere, y siempre solemne. Una versión estrictamente flamenca, que se aleja cuanto es necesario de la guitarra académica. Pero no una versión flamenca de hace cien años. Ni de hace cincuenta. Una guitarra flamenca de hoy, de mañana. La guitarra flamenca de Juan Manuel Cañizares. Algunas de las soluciones más originales tienen que ver son el densísimo entramado armónico y rítmico de la obra original, de lo que se aprovecha Cañizares para ofrecernos paisajes exuberantes, extraños, fríos, esenciales o barrocos. Para hacerla suya, en fin. ‘El Corpus Christi en Sevilla’ es acaso el ejemplo más redondo de lo que estoy diciendo. A veces es otra obra lo que estamos oyendo. Porque ‘Iberia’ es muchas cosas, muchos paisajes, decenas de estados de ánimo en una sola obra. La guitarra es en ocasiones densa, polícroma. Y en otras fina, esencial, austera, mineral y cibernética. Cañizares realiza en algunos momentos una versión futurista de la obra. La guitarra, tan natural, es puro artefacto, artificio hermoso, metálico. Es decir solar, nos habla desde el otro lado. Desde el otro lado de la vida. Eso, que son apenas destellos de milésima de segundo, está al alcance de muy pocos. Es el mayor poder que un artista tiene sobre la tierra. Es nuestra Iberia, la España que se desangra en los últimos 350 años, que se desgaja pero que permanece unida en sus rencores, en sus amores. La España del bienestar y la técnica. La de la envidia y la corrupción inmobiliaria. La de los adolescentes felices, que ignoran quién fue un tal Franco, antes de enchufarse otra vez el mp3. Más que Isabel II, la Presley. Es la Iberia de la dicha deportiva y la sana competitividad. La del trabajo bien hecho, la que se reconoce, también, de tarde en tarde: flamenca, goyesca, cervantina, torera, velazqueña, gongorina. La del gol de Messi y el 11M. Es nuestra Iberia, la España del siglo XXI, la que usa de la obra de Albéniz, a través de los dedos de Cañizares, como espejo de sus alegrías y pesares. Más información: Toda
|