‘Ropavieja’ es una obra de suaves biorritmos. Contenida, íntima.
Un disco apolíneo dentro de un arte como el nuestro, entregado,
dionisiaco. No creo que sea necesario presentar a uno sólo de los
lectores de esta página a un cantaor como Arcángel. Se trata
de uno de los mejores cantaores flamencos de hoy. Así de simple.
Pero esta afirmación simple, rotunda, complica la cosa. Éste
es, por tanto, uno de los discos del año. Pero esta simple afirmación
implica complicaciones. Tal vez es injusto para el artista, pero el aficionado
a Arcángel pide siempre más. Fue tan deslumbrante su aparición,
sembró tantas esperanzas su joven voz, que todavía estamos
a la espera de que se nos dé la obra de arte perfecta, el disco
de flamenco del siglo. Y ‘Ropavieja’, una vez más,
van tres, no lo es. Esta afirmación, como digo, puede parecer injusta.
Y de hecho lo es. Las altas expectativas siempre se ven defraudadas. La
conclusión es que nuestra desilusión no es tanto el problema
del otro sino nuestro. ‘Ropavieja’ es lo que es, un gran disco
de flamenco. Pero tampoco vamos a ocultar, a estas alturas, lo que sentimos,
ese algo de decepción.
Ropavieja
– Arcángel
Producción: Isidro Muñoz. Ediciones Senador.
guitarras: Miguel A. Cortés, Daniel Méndez
1. Tita María
2. Hay días que
3. A qué sabe la vida
4. Humeaban las chozas
5. Jacaranda
6. Revolera
7. Calle Sanlúcar
8. A temprano
9. Carita de chocolate
10. Mucho mejor te amo
Isidro Muñoz a los mandos, produciendo, componiendo letras y
la mitad de las músicas (las otras son tradicionales). Uno de los
grandes creadores flamencos de hoy, que ha firmado obras maestras para
músicos tan dispares como José Mercé, Morente o Salmarina.
Muñoz significa siempre letras comprometidas con el individuo,
rebeliones íntimas: «Yo no quisiera/ ver a mis sentimientos/
de rinconera». Revoluciones implosivas que hasta ahora se han mostrado
como las de más efecto. Un disco con momentos de emoción:
las alegrías, que siguen el esquema melódico de lo que Arcángel
suele hacer en directo, de Cádiz a Córdoba, con letras nuevas.
Una explosión de felicidad tocaora en la guitarra de Méndez,
con falsetas de caramelizada intensidad. Los fandangos de Huelva, estilo
estrella del cantaor, con sedosos y brillantes estribillos. La taranta,
tan íntima, tan recogida, tan pétrea, tan austera, tan verdadera
y, al mismo tiempo, con su punto social de ritmo ternario, de melismas
pletóricos. Lo mejor para mí de este disco es la sucesión
trilla-seguiriya. Un viaje a los infiernos cotidianos de la desolación,
la melancolía. La soledad. Con melodías tradicionales y
los ropajes contemporáneos, de Mauricio Sotelo en los arreglos,
conectando con la mirada horrorizada de la música académica
del siglo XX, una mirada que, como la mejor literatura, como la mejor
danza, sigue presa del horror de Auschwitz. O la guitarra de Dani Méndez,
suaves ropajes, suaves biorritmos para sentimientos a flor de piel. Compás
entrecortado, pleno de sabiduría: son muchas generaciones marcadas
a doce tiempos.